I’ll buy you a diamond ring, my friend, if it makes you feel all right.
I’ll get you anything my friend, if it makes you feel all right.
‘Cause I don’t care too much for money, for money can’t buy me love
Can’t buy me love – The Beatles
Poner la vacuna contra la covid en manos del mercado, habla del problema fundamental que ha aquejado a las sociedades modernas y posmodernas en el occidente capitalista, y retrata la circunstancia garrafal en la que la vida misma se pone en términos de la oferta y la demanda.
Los organismos sanitarios internacionales, las empresas farmacéuticas, así como las unidades de investigación en las universidades públicas o privadas, han desarrollado distintos fármacos para prevenir, tratar, y vacunar contra el coronavirus, así como su política de distribución.
En esta política de distribución, se ha privilegiado el acceso a la vacuna prioritariamente por parte de los gobiernos, y en menor prioridad por parte de los particulares. Esto tiene una razón: el gobierno está obligado a buscar justicia, mientras que las empresas particulares buscan la ganancia.
Los gobiernos y ciudadanos debemos tener claras estrategias de vacunación subsidiadas públicamente, y debemos exigir que estas estrategias impidan que la distribución de fármacos sean asunto de mercado. De otro modo, sólo quienes pudieran pagar tendrían acceso al derecho humano de la salud.
Esta es una de las problemáticas capitalistas: Salud a quien la pueda pagar, lo que se traduce en Vida a quien la pueda comprar. La existencia como mercancía para producir dinero para comprar existencia. Leído así, parece distopía literaria, pero es una realidad cotidiana que no queremos ver.
Sin embargo, la vacuna es sólo uno de los elementos necesarios para trasponer colectivamente esta crisis sanitaria global. Desde hace un año ha habido otros elementos sanitarios que, al ponerse en el juego del mercado, han propiciado que la vida esté más al alcance de quien puede pagar dinero.
Elementos e insumos básicos; desde desinfectantes, cubrebocas de calidad, o medicamentos paliativos; hasta tanques y suplemento de oxígeno, o acceso a los hospitales para atención médica relacionada o no con la pandemia. Ahí también se encuentra la horrenda brecha del capital como limitante para la vida digna.
Así, la salud depende de la posesión de los medios de producción, de la capacidad de rentar la propia fuerza de trabajo, de la posición de clase social. La vida digna y el ejercicio de los derechos humanos están en relación al estatus que en el sistema capitalista.
Parece una “Verdad de Perogrullo”, pero es una verdad dolorosa, injusta, e inaceptable. Sin embargo, la cultura imperante ha normalizado esta atrocidad hasta el punto de ver normal que la gente padezca hasta lo indigno sólo porque el propio sistema le ha marginado en el reparto de la riqueza.
En esta cultura, contaminada por la falacia de la meritocracia, por la insensatez de que quien es pobre lo es “porque quiere”, de la sobrevaloración del esfuerzo individual por encima de la reestructuración del sistema, las sociedades padecen lo indecible, a cambio de que pequeños sectores se enriquezcan obscenamente.
Uno de los grandes fallos del Estado ha sido el plantear la democratización política sin atender la reestructura económica. Esto se debe a que se no se ha entendido que el capitalismo desregulado es incompatible con la democracia; en consecuencia, de la injusticia económica deriva la injusticia política.
En esta realidad, las clases medias se adelgazan, los sectores vulnerados crecen rápidamente con la pandemia, y los ricos mantienen recursos económicos desproporcionados. En este momento, la contingencia sanitaria es una buena oportunidad para pensar sobre la necesidad de acabar o con el capitalismo, o con los derechos colectivos.
@_alan_santacruz
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