Salto/ Bajo presión  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

A través de un tuit Andrés Manuel López Obrador avisó de lo que todos esperaban que ocurriera: se contagió de covid-19. En Twitter señaló que sufría síntomas leves y que ya lo estaban atendiendo, y le deberíamos de creer, si nos detenemos a pensar en las consecuencias de la ausencia del presidente, más nos valdría como país desear su pronta recuperación; el problema es que este gobierno ha ido acumulando mentira tras mentira que ya no hay confianza que pueda ganarse, porque siempre demanda idolatría.

Lo que ha generado ese discurso de falsedades es el motor de la polarización, a lo que hay que sumar la postura de López Obrador al amenazar con que se está a favor o en contra de la Cuarta Transformación, así, sin matices; por lo que las reacciones en redes sociales son obvias, al eliminar los puntos de contacto para la deliberación, la administración federal ha simplificado el discurso público en blanco y negro, en millones que le desean una pronta recuperación y, en el otro extremo, un bando que no se avergüenza al escribir que le desea la muerte.

En redes sociales, esos malos deseos se explican por la pérdida de valores a los que lleva el vértigo de la comunicación anónima, la facilidad con que hacemos a un lado el respeto o el decoro, pero sólo alguien muy enfermo podría desear la muerte de otra persona; en la vida real, ese odio irracional que muchos se atreven a tuitear o compartir en redes no fluiría de manera natural ni con la fuerza con que circula a través de internet.

Sostener que no le va a pasar nada al presidente López Obrador, más que un buen deseo o un pensamiento optimista, es resultado de la confianza que se desarrolla en el trato diario, verdaderamente horizontal entre la población, acuerdo que se reconoce en la convivencia cotidiana, en los millones de mexicanos que, a pesar de ser insultados todos los días desde el púlpito de la mañanera, siguen su camino en contra de las invectivas presidenciales o las provocaciones de sus seguidores.

Tampoco es optimista pensar que, a partir del contagio de López Obrador, quienes tienen en sus manos atender la pandemia, recapaciten acerca de las formas y mentiras que todos los días se dicen a la población; no será fácil para los irresponsables lambiscones repetir que “no mentir, no robar y no traicionar ayuda mucho para que no dé coronavirus”, o que cargar un amuleto de “Detente del sagrado corazón de Jesús” son las vías más eficaces para evitar el coronavirus. Tampoco será sencillo para Hugo López-Gatell asumir que puede seguir enredando a su audiencia y con toda seriedad asegurar que lo mejor que le podría pasar al presidente fuera enfermarse, como ya lo dijo: “Casi sería mejor que padeciera coronavirus porque él, en lo individual, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune”.

El contagio de López Obrador es la oportunidad para que ambos bandos aprendan a dialogar, dejar a un lado la fe y la necesidad de tener razón o convencer, para deliberar con un nosotros incluyente como fin.

Coda. Por supuesto, este que puede ser un principio de reconciliación no puede realizarse sin la dedicación de López Obrador, porque como escribió Elías Canetti: “De los saltos interiores de un hombre dependerá la distancia que exista, en él entre uno y otro”.

 

@aldan



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