Pensar la muerte/ Memoria de espejos rotos  - LJA Aguascalientes
13/04/2025

All the tears and the turbulent years,

when I would not wait for no one

didn’t stop, take a look at myself,

see me losing you…

For whom the bell tolls – Bee Gees

 

De 2019 a 2020, la mortandad aumentó en Aguascalientes en un 37%. La frase suena lapidaria. De acuerdo a datos del Registro Civil de la entidad, mientras que en 2019 hubo 6,882 fallecimientos registrados, en 2020 esa medición aumentó hasta los 9,436. Es un aumento considerable, si comparamos la tasa de crecimiento que la mortalidad tuvo en nuestro estado desde, digamos, 2015 a 2019, cuando el alza era de un porcentaje igual o menor al 6% de crecimiento anual.

La pandemia, y las condiciones sanitarias asociadas al covid-19, han tenido mucho que ver en esta alza. Sin embargo, el número de muertes por coronavirus en Aguascalientes no explica por sí mismo el aumento en la mortalidad estatal. De acuerdo al Instituto de Servicios de Salud del Estado, en 2020 hubo alrededor de 1,500 defunciones derivadas de contagios de coronavirus. Esto quiere decir que sin pandemia, de cualquier manera, la mortalidad local habría aumentado. No en el escandaloso 37%, pero sí habría sido un significativo 15% más de personas fallecidas respecto a 2019.

Este contexto nos debe implicar una profunda reflexión sobre la muerte y sobre cómo nos relacionamos con ella. No sólo por los números, sino por su impacto en nuestras comunidades. Y es que, evidentemente, no son sólo números, ni porcentajes que miden desde la frialdad estadística. Son mi prima y mi tío, mi amigo cercano, el pariente de mi amiga, la mamá de mi compañera, el bailarín al que admiraba, el funcionario público, la vecina, la enfermera. Eventualmente, seré yo, serás tú.


No sólo por la pandemia, aunque claro que su omnipresencia ha aumentado la letalidad y la percepción de su cercanía; sino por la misma futilidad de la vida, por la fragilidad de la existencia. Por ello, esa reflexión sobre la muerte debe conducirnos también a pensar la vida, pensar el modo que hemos elegido para vivir la vida y habitar el planeta. Pensarnos en función de cómo nos relacionamos, cada uno consigo mismo, pero también con los demás, y con el mundo. Lo que salga de esa reflexión será tema de otros espacios, pero es necesario hacerla.

Y no sólo pensar la vida o la muerte, sino los marcos de dignidad, de justicia, de verdad, y de empatía, en los que queremos suscribirlas. Si algo nos ha dejado el 2020 ha sido justamente la perspectiva desnuda sobre lo indignos, injustos, falsos, o desconsiderados que pueden ser nuestros modos de relacionarnos. En fin. Este texto comenzó con datos demográficos y ahora parece ir hacia un sermón que excede los alcances e intereses de este espacio editorial.

No hay que preocuparnos cuando sepamos qué decir, pero no cómo decirlo. Seguramente en alguno de los lenguajes artísticos ya existe una forma de expresarlo. Así, a partir de la costumbre de los pueblos en la que en sus templos hacían sonar las campanas para llamar a los vecinos para acudir al rito funerario de cuerpo presente, el poeta John Donne escribió en 1624 su célebre texto No man is an island, Ningún hombre es una isla, también conocido como Meditación XVII, que a la letra dice:

“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: las campanas doblan por ti”.

 

alan.santacruz@gmail.com

@_alan_santacruz

/alan.santacruz.9


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