APRO/Roberto Ponce
Tenía todo en contra y alcanzó la cumbre.
Contaba con 33 años de edad en 1967, cuando los galanes musicales en la radio, cine y televisión mexicana eran intérpretes más jóvenes que él, chaparro, carente de una gran voz y lo peor: Armando Manzanero no era “blanquito” ni “guapo” (como los ídolos del rocanrol Enrique Guzmán, Alberto Vázquez o César Costa), sino un indígena maya de Yucatán.
Sin embargo, la misma Novia de México, Angélica María (quien grabó en 1962 sus primeros éxitos “Edi Edi”, “Johnny el enojón” y “Paso a pasito” gracias a él), no dudó en llamarlo “genio” el pasado Día de los Inocentes, cuando murió Manzanero por covid, a los 86 años de edad.
Con el cantante Luis Miguel logró un segundo aire entre la juventud hispanoamericana dos décadas más tarde con sus temas del álbum Romances (1997); al querer descubrir un periodista chileno cuánto medía en realidad (“te lo pregunto porque es tan chiquito que su mayor éxito lo hizo ‘Por debajo de la mesa’”), Luismi lo defendió del juego de palabras y la insolencia, así:
“Mira, si tú puedes medir su altura de la cabeza al cielo, yo creo que es más alto que tú.”
La noche del domingo 15 de julio de 2018, Manzanero cumplió uno de sus sueños más preciados al presentarse por vez primera en Cuba, cantando con los consagrados artistas locales Omara Portuondo, Eliades Ochoa y Haila María Montiel, más la vocalista chihuahuense Aranza, en el malecón de La Habana. Gritó entonces a los cuatro vientos:
“¡Yo aprendí a cantar gracias a Cuba! Yo soy un maya, pero esto no quiere decir que no tenga sangre europea en las venas… porque cuando los franciscanos llegaron a impartir la religión en Yucatán, los estaban esperando mis antepasados y se los comieron.”
El pequeño gigante de la canción mexicana había llegado con su guayabera, sombrero jipi-japa y pantalón blanco de lino a la capital del país con un bagaje enorme de sonoridad desde Mérida: tocaba acordeón, piano y guitarra a los ocho años, e igual componía jaranas que rocanrol, bambucos que balada romántica, boleros que son cubano. Con su abuela (chichí, en maya) Rita (que lo llamaba “Dito, mi pequeño y bello caballero”, según cuenta en su biografía de Con la música por dentro, Editorial Planeta, 1995) oía guarachas a través de la radio cubana, y tras su cumpleaños número 12 vivió exclusivamente de la música hasta el final de su existencia.
Grabó casi por casualidad su primer disco LP solista en 1967 para RCA Victor (A mi amor…con mi amor), cañonazo que cautivó la pantalla chica de Telesistema Mexicano y América Latina. Pero como sucedió a los pioneros del rocanrol de aquellos años en México, los críticos pensaron que sería golondrina de apenas un verano. Por ejemplo, Salvador E. Morales, en su Auge y ocaso de la música mexicana (Contenido, 1975), le dedica el capítulo final:
Fascinado, el público contempla al hombrecillo de cabeza redonda, rostro reminiscente de algún relieve maya y ojos adormilados, que con voz peculiar entona una canción frente al micrófono. Es Armando Manzanero, el yucateco de 1.52 m. de estatura que intentó rescatar la canción mexicana con su estilo neo-romántico […] varias de sus canciones, como Somos novios y Esta tarde vi llover, fueron adaptadas a otros idiomas y lograron considerable popularidad en Estados Unidos y Europa… Armando quedó establecido como un intérprete que gusta a la gente y como un compositor que tuvo una breve y brillantísima y personal Época de Oro… hizo muy poca escuela entre los compositores jóvenes; y la esperanza se perdió.
Desde La ciudad blanca que los vio nacer, el poeta Luis Pérez Sabido (Diccionario de la canción popular de Yucatán, 2010) declaró a Proceso:
“Armando es el restaurador en la República de la melodía romántica, él redimensiona el bolero y la balada moderna. Era el número uno desde 1967, en este momento al morir se le consideraba el más importante compositor de música popular de habla hispana.”
Auto-denominado apolítico, su “presidente amigo” fue Gustavo Díaz Ordaz, a cuya solicitud le compuso una canción para la Primera Dama de entonces, Guadalupe Borja, estrenada en la fiesta de su trigésimo aniversario de bodas (1967), conforme escribió Sara Sefchovich (“Historias olvidadas, las esposas de los presidentes mexicanos” en Proceso 354):
Cuenta el compositor Armando Manzanero que el presidente Díaz Ordaz le encargó una canción para su esposa: “Soy tan feliz de haber vivido junto a ti ya tantos años… que Dios te guarde por hacerme tan feliz”.
A decir de Manzanero, “la mujer es la fuerza motriz de la creación”.
Esta pasión por el amor femenino motivó que el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, se acercara al músico del Mayab para componer juntos algún bolero. Gabo contó aquella experiencia en un texto formidable para Proceso (“Bueno, hablemos de música”, publicado el 29 de noviembre de 1982):
“Hace pocos años perdí la amistad de algunos escritores sin sentido del humor, porque declaré en una entrevista –pensándolo de veras– que uno de los más grandes poetas actuales de la lengua castellana era mi amigo Armando Manzanero… Hablar de la música sin hablar de los boleros, es como hablar de nada…”
Finalmente, entrevistado telefónicamente por Niza Rivera, de Proceso, el experto en música popular Pável Granados, al frente de la Fonoteca Nacional, expresó:
“Creo que fue una de las principales voces en español desde que se dio a conocer a finales de los años cincuenta y que hicieron contrapeso a la música en inglés que tuvo mucha fuerza en los sesenta con los Beatles, el pop y el rock e inundó los medios de comunicación de un imperialismo cultural.”
–¿Tenía algún ídolo?
–Sí, para él su ídolo fue Fernando Fernández, el crooner de México.
Granados apuntó:
“Él me decía que se sentía bolerista en Yucatán, pero cuando llegó a la Ciudad de México buscó ser también más cosmopolita, pienso que su relación con la trova yucateca es el amor, y recuerdo que me dijo ‘jamás compondría una canción de despecho, de venganza, está fuera de mí… Yo he pensado que comencé como bolerista en Yucatán, pero de un tiempo para acá cuando hago canciones pienso en la balada, pienso que me agringué, porque finalmente la balada viene de Estados Unidos, es el rock lento’.”
La amistad los acercó cuando Manzanero lo invitó al programa de radio de la XEB, La B Grande, Manzanero presenta (1994-2003), en el Instituto Mexicano de la Radio (Imer). Y es justo de esos programas que la Fonoteca posee parte de ese archivo digitalizado, informa Granados, “acaso unos mil documentos, más audios”.