Hace aproximadamente doce años, estando yo en la Dirección de Salud Mental, el Secretario de Salud decidió encomendar la dirección del Capra (Centro de atención a problemas relacionados con adicciones) a una médica ginecóloga. Si bien, no quedaba bajo mi dirección de cualquier manera tendríamos que realizar mucho trabajo en conjunto. Extrañado le pregunté ¿Por qué aceptaste un cargo del que desconoces todo? La primera respuesta me desanimó profundamente porque dijo: Pues no conozco mucho del tema, pero eso sí, voy a echarle muchas ganas. Eso suena terrorífico, si una persona desconoce un trabajo y se atreve a aceptarlo y encima de todo dice que le echará ganas, es que experimentará lo que se le ocurra, lo que se le venga a la mente y seguramente lo hará mal. La segunda respuesta resultó peor: Si mi jefe me tuvo la confianza al darme el puesto, no puedo hacerlo quedar mal. Esto ya es catastrófico, porque se coloca una mala decisión y una mala aceptación por encima de la mínima ética y el nulo concepto de responsabilidad. Desafortunadamente esto es algo que ha venido sucediendo en las últimas décadas con nuestros funcionarios públicos. La colocación de personas que al margen de que tengan una licenciatura o una experiencia en cierto campo del conocimiento son situados como jefes en terrenos que les resultan totalmente desconocidos. Error del mando superior que les da el cargo y equivocación de quien lo acepta sabiéndose inepto. El resultado lo vemos con rapidez, las instituciones que funcionaban dejan de tener resultados y las que inician lo hacen con grandes errores. El politólogo y filósofo neozelandés James Flynn dedicó su vida a estudiar el Coeficiente Intelectual de una Sociedad. Encontró algunas naciones y pueblos que año con año elevaban su inteligencia y por el contrario otros que perdían la capacidad mental. Algo así como entrar en Demencia Nacional. En su libro ¿Qué es la Inteligencia?, publicado en 2007 describe la manera de medir la inteligencia de un país. A eso se le conoce el Efecto Flynn que puede ser positivo si crece o negativo si disminuye. Las razones por las cuales se puede decir que hay pérdida de la inteligencia nacional es porque las licenciaturas universitarias no garanticen ni el conocimiento, ni la experiencia para el ejercicio de la profesión. Es decir, ante la abundancia de las universidades “patito” los títulos universitarios pierden crédito. Una medida muy certera es el deterioro del lenguaje, cuando los funcionarios públicos en un afán de acercarse a su pueblo utilizan vocabulario vulgar, expresiones coloquiales sin sentido, abusan de la verborrea y pretenden dar explicaciones de todo. El uso de las computadoras, celulares y otros recursos tecnológicos que acortan el idioma, se exceden en abreviaturas y se olvidan de la ortografía, contribuyen a la pérdida de la inteligencia. La facilidad del video, las noticias en televisión y otros medios electrónicos que han alejado a los ciudadanos de la lectura han reducido la capacidad de expresión, de entendimiento y de comprensión de las ideas. Los nuevos planes educativos de la escuela básica han llevado a los estudiantes al olvido de la historia, la geografía y la biología. Los programas escolares fomentan la inteligencia cristalizada, que es la formal, la que viene del aprenderse los textos sin analizarlos y se dejan por completo la inteligencia fluida que es la innata, la creativa, la que estimula la solución de los problemas y la inventiva para las nuevas opciones. Aquí es donde entra el erróneo concepto de “Echarle ganas” que se ha convertido en un eslogan nacional. No basta con entusiasmo que puede ser desastroso cuando con energía y fuerza se hacen cosas impensadas y tontas. La inteligencia debe ser la herramienta primordial, lástima que como vemos, parece que nos movemos velozmente hacia el Efecto Flynn Negativo en nuestra sociedad. Estamos a tiempo de enderezar el rumbo.