Conspiranoia y totalitarismo/ Memoria de espejos rotos  - LJA Aguascalientes
16/11/2024

What’s the use of trying,

all you get is pain.

When I wanted sunshine, I got rain.

And then I saw her face, now I’m a believer…

I’m a believer – The Monkees

 

Aceptamos que la teorización y el ejercicio de la política implican, por necesidad, la coexistencia del conflicto y del consenso. La política, en tanto actividad esencial humana, tiene en su naturaleza la confrontación por el poder y por las maneras de usar ese poder; pero también su naturaleza deriva en cómo convencer y agrupar voluntades en torno a los proyectos colectivos que sólo son posibles mediante el ejercicio del poder. Así, la política (como la definía Maurice Duverger, utilizando el ejemplo de Jano, el dios romano de dos caras) puede concebirse como el equilibrio entre el conflicto y el consenso.

En todos los regímenes políticos, pero sobre todo en las democracias, hay segmentos de la población que apoyan al poder establecido y otros segmentos que lo critican. En las democracias, el acceso al poder por la vía de las instituciones electorales regula este conflicto y lo equilibra con el consenso. En las autocracias, por su parte, se obvian las instituciones y los derechos de las personas, en pro del empoderamiento de la élite política, con la finalidad de reducir o nulificar el conflicto y el disenso. Como fuese, en todas las formas del ejercicio del poder hay quién esté de acuerdo y quién no.

Hasta ahí podemos decir que todo normal; unos regímenes más democráticos y abiertos que otros; o algunos más autoritarios y cerrados que los demás; pero en todos se dará la existencia de un conflicto y un consenso, sea por persuasión o por imposición. Sin embargo, la verdadera descomposición social aparece cuando dejamos que emerjan y se propaguen las taras educativas y la erosión al pensamiento crítico; es decir, cuando la existencia de la verdad es irrelevante, y ésta se suplanta por las creencias individuales o de grupo para sostener discursos y acciones que no necesariamente tienen base de verdad, o que son francamente estúpidas.


En ese sentido ¿cómo las instituciones pueden conducir el equilibrio entre el conflicto y el consenso cuando la sociedad cree cosas absurdas e irracionales? Imaginemos cómo un gobierno podría lidiar el conflicto y el consenso en medio de una pandemia global cuando una gruesa base social tiene creencias antivacunas, terraplanistas, de la “plandemia” y la “farmafia”, o conspiranóicas francamente imbéciles como las xenófobas y supremacistas que ligan a –digamos– al movimiento feminista con el “plan judío masón para gobernar el mundo”. Ante eso ¿cómo ejercer el poder cuando estos gruesos sectores de la población, convencidos de sus creencias, se sienten empujados por su “verdad” a ejercer la acción política?

Peor aún ¿cómo construir ciudadanía democrática en equilibrio entre conflicto y consenso cuando el absurdo desprendimiento de la realidad viene desde la cúpula del poder? Es decir, cuando la carencia de pensamiento crítico y las taras cognitivas e intelectuales no vienen “de abajo hacia arriba”, sino al revés: cuando la clase política es la que fomenta “los otros datos” y las “verdades alternativas” para sustentar su discurso político en contextos en los que la realidad es otra, pero se intenta evadir o maquillar desde el poder mediante su formidable aparato propagandístico. En cualquier escenario, de abajo a arriba o a la inversa, es donde se incuba el huevo de la serpiente.

Hanna Arendt afirma, en su obra Los orígenes del totalitarismo, que: “En un mundo siempre cambiante, incomprensible, las masas habían llegado a un punto en el que, al mismo tiempo, creerían cualquier cosa y ninguna; pensarían que todo es posible y nada es verdad”. En el mismo sentido, un par de siglos antes, Voltaire afirmaba que: “Los que pueden hacerte creer lo absurdo, pueden hacerte cometer atrocidades”. La liga que vincula a las taras intelectuales de las conspiranoias, y cómo esto se conecta con las expresiones violentas de los extremismos totalitarios, es clara. La toma del Capitolio en EEUU es ejemplo reciente del hermanamiento entre estupidez y violencia política.

De este modo –imaginemos– cómo durante una hipotética manifestación callejera contra el confinamiento y contra los planes de vacunación en la pandemia, un hippie de la New Age que cree en la “amenaza del 5G” y piensa que la vacuna modifica el ADN para que no “vibremos alto”, de pronto puede marchar alegremente y codo a codo con un neonazi que se opone al uso de mascarillas y a las restricciones de la contingencia; ambos entusiasmados al lado de una señora cristiana o católica inconforme porque sus templos, iglesias y sitios de culto están cerrados. Cuando tenemos un caldo de cultivo similar, toda la sociedad está bajo amenaza.

Una vez ahí, la pendiente es resbaladiza, y la mecha es muy corta, para que los integrantes de ese caldo de cultivo dirijan su discurso (espontáneamente o de manera premeditada por actores políticos) en contra de algún colectivo, de alguna minoría, o de alguna expresión política en específico. Luego, una vez que hayan armado su andamio de insensateces y conspiranoias, y hayan señalado al o a los presuntos culpables; falta sólo que alguien fume en la bodega de la pólvora, para que la estupidez pase de la idea al discurso y del discurso a la acción. Una vez emprendida la acción, Fuenteovejuna se desatará para lastimar a otros tanto como a sí misma.

 

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@_alan_santacruz

/alan.santacruz.9


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