APRO/Anne Marie Mergier
Miércoles 16. Último día del juicio por los atentados terroristas de los días 7, 8 y 9 de enero de 2015 contra el semanario satírico Charlie Hebdo y un supermercado judío en el suburbio parisino de Vincennes. 16:15 horas. Los cinco magistrados de la Corte Penal Especial ingresan a la sala de audiencias del Tribunal de París. Se hace un gran silencio.
También reina el silencio en las tres salas en las que un centenar de periodistas, numerosos abogados, testigos, así como el público asisten al juicio con la mirada fija en inmensas pantallas. Es palpable la tensión que se apodera de los 11 acusados, sentados en dos “jaulas de vidrio” y flanqueados por policías encapuchados.
Toma la palabra Regis de Jorna y a lo largo de 40 minutos lee el veredicto de la Corte que preside y sus motivaciones. Habla lentamente, con una voz que se esfuerza por ser lo más neutra posible.
Ardua fue la tarea de los jueces de esa Corte Penal que debieron determinar el grado de complicidad de 14 acusados –tres de ellos ausentes– con los hermanos Cherif y Said Kouachi, autores de la matanza de Charlie Hebdo que costó la vida a 12 personas el 7 de enero de 2015, y con Amédy Coulibaly, quien mató a una policía en un suburbio de París el 8 de enero, antes de desatarse al día siguiente al ejecutar a cuatro clientes de un supermercado judío.
Los tres fueron ultimados por la policía el 9 de enero a la misma hora; los Kouachi en una imprenta en la que se habían refugiado y Coulibaly, en la entrada del supermercado.
Contrario a los fiscales antiterroristas que los días 7 y 8 de diciembre acusaron a 13 de los enjuiciados de “complicidad terrorista” o de delito de “asociación de malhechores terrorista” y pidieron larguísimas penas de prisión en su contra, los jueces de la Corte Penal Especial establecieron una clara diferencia entre “los cómplices conscientes” y “los cómplices involuntarios” de los yihadistas.
Personaje extravagante
De los 11 incriminados presentes, uno fue condenado a 30 años de cárcel por “complicidad con asesinatos y otros crímenes y delitos relacionados con acciones terroristas”. Se llama Ali Riza Polat, es francés –de origen turco por su padre y kurdo por su madre–, tiene 35 años y está acusado de haber facilitado coches y armas a Coulibaly. Es el único enjuiciado sospechoso de haber tenido también contacto con los hermanos Kouachi.
Coulibaly y Polat se conocieron en 2007 en el municipio de Grigny, un suburbio parisino en el que ambos practicaban negocios ilícitos. Se volvieron íntimos en la cárcel de Villepinte –donde el primero estuvo encarcelado de 2010 a 2014 y el segundo, de 2009 a 2013– compartiendo las mismas convicciones islamistas radicales. Siguieron teniendo relaciones estrechas después de su liberación y mantuvieron contactos hasta la víspera de los atentados de enero 2015.
Riza Polat fue el personaje más extravagante del juicio. Desafiante e incontrolable, contestó a gritos durante todos sus interrogatorios y con una verborrea deliberadamente ininteligible. Como sus codetenidos, Polat asumió plenamente su vida de delincuente –incluso se vanaglorió de ella– al tiempo que juró y perjuró que nada tenía que ver con el yihadismo, insultando en términos crudos a los hermanos Kouachi y a Coulibaly.
Y hasta con su salud Reza Polat logró perturbar el desarrollo del juicio, pues enfermó de covid-19 en los últimos días de octubre, obligando a la Corte a interrumpir sus labores un mes.
Su regreso al Palacio de Justicia el miércoles 2 fue grotesco: se la pasó quejándose, escupiendo ruidosamente en una cubeta e intentando acostarse en el piso para “aliviar su malestar”, hasta que De Jorna ordenó su expulsión de la sala de audiencias.
Los otros tres acusados de “asociación de malhechores terrorista” –Amar Ramdani, Nezar Pastor Alwatik y Willy Prévost– pertenecían también al círculo cercano de Coulibaly y fueron condenados a 20, 18 y 13 años de prisión, respectivamente.
En su caso, como en el de Polat, los jueces de la Corte Penal expresaron su convicción de que habían prestado asesoría material al asesino del supermercado judío, con pleno conocimiento de sus intenciones criminales. En cambio, los magistrados consideraron que los demás enjuiciados, siete en total, ayudaron a Coulibaly sin saber nada de su objetivo final, por lo cual los condenaron a penas que oscilan entre cuatro y 10 años, bajo la sola acusación de “asociación de malhechores”.
Los tres inculpados juzgados en ausencia son los hermanos Mohamed y Mehdi Belhoucine y Hayat Boumedienne.
Según los servicios franceses de inteligencia, los Belhoucine podrían haber fallecido en 2016 combatiendo en Siria. Boumedienne, esposa de Coulibaly y quien huyó de Francia una semana antes de los atentados en compañía de Mehdi Belhoucine, viviría en Idlib, región siria fronteriza con Turquía, considerada último bastión de los opositores a Bachar al Asad y de yihadistas afiliados a Al Qaeda y al Estado Islámico.
La Corte Penal condenó en ausencia a Mohamed a cadena perpetua por su estrecha relación y colaboración con Coulibaly, pero no a Mehdi, ya condenado a la misma pena en un juicio celebrado aparte el pasado enero. En cuanto a Hayat Boumedienne, si vuelve o es extraditada a Francia, tendrá que cumplir una pena de 30 años por los delitos de “asociación de malhechores terrorista y financiación del terrorismo”.
Criminalidad en los suburbios
A lo largo de los interrogatorios a los acusados y sus testigos –que duraron tres semanas, del 5 al 27 de octubre– y a integrantes de los servicios secretos franceses, irrumpió en las salas de audiencias del nuevo Palacio de Justicia de París el mundo turbio de los negocios clandestinos que florecen en los suburbios de la capital y en el norte de Francia, abandonados desde hace décadas por los poderes públicos: venta de motocicletas y autos robados, tráfico de armas y de drogas, salas ilegales de juego, asaltos a bancos y comercios, fraudes y estafas, secuestros y violentos ajustes de cuentas entre grupos antagónicos…
Fue en ese magma criminal, ni siquiera de gran envergadura, donde los terroristas pudieron escoger a los miembros de sus redes logísticas.
Explica Richard Malka, abogado de Charlie Hebdo desde 1992: “Ese juicio fue el de una ‘nebulosa’ de personas más o menos cercanas a los terroristas, que les prestaron una ayuda más o menos importante. Pero lo que expresa el veredicto de la Corte Penal especial es que sin esa ‘nebulosa’ no hay atentado y que toda persona que participa en ella puede ser sancionada severamente”.
Evidenciar esa realidad dista de ser el único logro de este juicio. El hecho de que durante tres semanas los sobrevivientes de los atentados y los familiares de los asesinados hayan podido hacer visibles las consecuencias de los delitos terroristas al hablar públicamente, con dignidad y sin odio, de sus vidas destrozadas, fue una catarsis para cada uno de ellos, pero también para toda Francia, aún traumada por estas masacres y las que siguieron, como los ataques yihadistas perpetrados en noviembre del mismo 2015 en París y el 14 de julio de 2016 en Niza.
“Demostrar que el derecho prevalece sobre la fuerza y la barbarie es el sentido esencial de ese juicio”, insistieron los abogados de las partes civiles, mientras que los defensores de los enjuiciados se levantaron como un solo hombre contra los fiscales de la acusación denunciando “su empeño en querer hacer pagar a los vivos los crímenes de los terroristas muertos”.