Recuerdo con claridad aquel póster de Beethoven que colgaba de la pared en el estudio de mi papá, yo tenía, no sé, unos 8 o 9 años de edad, es decir, 1971 o 1972, el mundo de la música acababa de celebrar los doscientos años del nacimiento de Beethoven y aquel póster café con amarillo mostaza mostraba la silueta del maestro en el que se anunciaba el concierto conmemorativo de los dos siglos de que el mundo recibió al más grande genio en la siempre inconclusa historia de la música. Se interpretó la Sinfonía No.9 la Coral con la Orquesta Sinfónica Nacional y no recuerdo bien, pero creo que eran los coros de Colorado en Estados Unidos. En la imagen se veía el rostro malencarado del genio de Bonn, la mirada, –aunque era una silueta la mirada se adivinaba, se presentía–, me intimidaba. Mi papá escuchaba frecuentemente a Beethoven y me hablaba de él como quien habla con su hijo de algún antepasado ilustre, de un abuelo, un bisabuelo, un tío, que había hecho grandes contribuciones al mundo del arte. Crecí sintiendo a Beethoven como alguien muy cercano, muy cercano a mí, como parte de mi familia, pero no entendía por qué esa expresión dura, adusta, casi de amargura. Con esa mirada dura adivinada en la silueta, con ese gesto rígido en donde todo era posible menos la sonrisa.
Digamos que esa fue una de mis primeras puertas de acceso a la música, Beethoven, Bach, Tchaikovsky y The Beatles. Recuerdo que por aquellos años vi la película Love Story, ¿la recuerdas?, un clásico con música de Francis Lai y protagonizada por Ali McGraw y Ryan O’neal, por cierto, este año está celebrando el cincuentenario de su lanzamiento. Hay una escena al principio de la película, inicia en la misma locación con la que termina, en dónde está Ryan O’Neal sentado en las gradas de la pista de hielo y se pregunta ¿por qué tenía que morir alguien que le gustaba Bach, Mozart y The Beatles?
Para mí esos primeros años 70 fueron determinantes en la definición de mis gustos musicales, y esa parte de la película en donde salen a relucir músicos que para mí eran una referencia fue crucial. Pensaba en por qué no estaba Beethoven entre las preferencias de Ali McGraw, estudiante de música en la Universidad de Harvard, en Boston. Y así me fui sumergiendo cada vez más en los insondables abismos de su majestad la música.
Durante esta semana, semana impregnada con el delicioso aroma de la música de Beethoven por ser el pasado miércoles 16 de diciembre el 250 aniversario de su natalicio, me entretuve viendo algunos intercambios de ideas en las redes sociales, algunos afirman que es Bach el más grande genio en la siempre inconclusa historia de la música, otros dicen que Mozart, Beethoven está también entre las preferencias de la mayorías, pero salvo tu mejor opinión, la discusión me parece estéril, finalmente siempre vamos a defender lo que nuestros gustos musicales nos dicten y más allá de que alguien tenga o no la razón, es inobjetable el hecho de los tres mencionados son algunos de los grandes protagonistas de la creación musical históricamente hablando, además de otros, por supuesto. Brahms es un indiscutible entre los grandes como los son también Mahler, Mendelssohn, Schumann, Schubert y claro, el llamado trovador de Dios, Anton Bruckner, pero bueno, con tu permiso, te hablaré de mis gustos musicales.
Es difícil, pero viendo cómo se ha desarrollado mi gusto musical a lo largo de muchos años, a estas alturas, a mis 57 años de edad puedo decirte que inobjetablemente tengo cinco favoritos en el Nirvana de la gran música de concierto, en orden cronológico quedan así: Bach, Beethoven, Brahms (la santísima trinidad de la música alemana), Mahler y Bruckner. Todos los demás son la corte que acompañan a estos gigantes, y por cierto, quiero decirte que Mozart no está entre mis más íntimas preferencias, no estoy diciendo que no me guste, no creo que exista alguien al que no le guste Mozart, simplemente no soy mozartiano, no es de mi top five, quizás ni siquiera lo ubique en mi top ten.
De estos cinco músicos que representan mi paraíso musical, Beethoven es el más grande. Sí, lo digo sin el menor pudor, Beethoven, para mí, es el más grande genio en la historia de la música. Ha sido el más atrevido, el más revolucionario, consecuentemente el más innovador. Tuvo las agallas de modificar la inamovible estructura de la sinfonía suprimiendo el menuette del tercer movimiento y en su lugar colocar un scherzo despreocupado y bien intencionado. Este movimiento lo planteó en su tercera sinfonía, la conocida como Eorica (así, sin h, es en el original italiano), aunque ya lo había insinuado desde su primer capítulo sinfónico, en donde aparece un menuette como tercer movimiento, pero en realidad es un scherzo oculto. Además, en esta misma sinfonía incluye en el segundo movimiento una marcha fúnebre, algo inédito en el lenguaje sinfónico.
Por otro lado, Beethoven es el primero en usar la voz en el lenguaje sinfónico, el cuarto movimiento de su gloriosa novena es una catedral coral y cuatro voces solistas y esto es otro asunto inédito, nadie antes del genio de Bonn lo había hecho. Posteriormente otros compositores, sobre todo Mahler, echaron mano de este recurso, entre ellos Liszt en su Sinfonía Fausto o Ralph Vaughn Williams y su Sinfonía del Mar entre muchos otros ejemplos.
Fue entonces que surgió la sonrisa de Beethoven, no en ese rostro serio pero muy expresivo, sino en el encanto de su música, ahí reside la sonrisa del genio, es una sonrisa para toda la humanidad.