Mama’s gonna make all of your nightmares come true
Mama’s gonna put all of her fears into you
Mama’s gonna keep you right here under her wing
She won’t let you fly but she might let you sing
Mama’s gonna keep baby cosy and warm.
Mother – Pink Floyd
Pensar que la mujer está predeterminada a la maternidad y que la maternidad es constitutiva de la “esencia de lo femenino”, sólo porque en la contingencia biológica las personas con útero son las que cargan dentro de sí el desarrollo de los embriones fecundados, es algo que nos ha formado una tara de pensamiento difícil de erradicar, y que se ha convertido en un estandarte y en un argumento para sostener el sistema de la violencia y la dominación de género.
De hecho, es una tara en sí misma el pensar como diferentes y separadas a las dos categorías dadas al concepto de la reproducción y la crianza de humanos con base a su carácter deontológico. Es decir, pensar que “Maternidad” y “Paternidad” son cosas esencialmente distintas es, simplemente, una concepción chata e incompleta, producto del infantilismo cultural que abona a la dominación de género, ya que fomenta una imaginaria división de roles y responsabilidades públicas y domésticas en función de si se tiene útero o no.
Antropológicamente, los humanos hemos prosperado más por la cooperación que por la competencia. En estos marcos de cooperación, desde que el Sapiens pudo sobrevivir a lo que el Neandertal no pudo, la reproducción y la crianza han sido una actividad tribal que implica a la comunidad completa, y no algo esencialmente ceñido y limitativo a quienes portan en su cuerpo a los embriones fecundados. Quienes aún padecen la atadura mental de creer que los “hombres” en su condición “viril” estaban destinados a cumplir labores alejadas de la crianza, simplemente no han entendido nada.
Basados en esa tara conceptual, hemos desarrollado sociedades inequitativas en las que damos por sentado que las mujeres cumplen su rol público y privado en la maternidad y la crianza; mientras que los hombres lo cumplen en la proveeduría doméstica y en la competencia por logros fuera de lo doméstico. Al padecer esta tara, no podemos (o no queremos) darnos cuenta de una realidad: la mujer es (y debe ser) capaz de la auto realización y la autodeterminación, independientemente del fantasioso deber maternal que estas taras le obligan a cumplir.
Dicho de otro modo, la “maternidad” o (mejor expresado) la elección sobre la pertinencia y la oportunidad reproductiva y de crianza, es una decisión que le compete estrictamente a la mujer con útero funcional para la gestación, dada la contingencia biológica de que es ese útero el que va a cargar con el peso de la reproducción. En palabras claras, lo deseable y lo justo es que la “maternidad” (ese concepto fantasioso que damos como característica esencial a la “mujer”) sea deseada y propiciada por quien la va a gestar. Única y exclusivamente por esa persona.
Para que la “maternidad” se dé en estrictos términos de elección personal, el Estado debe proveer los mecanismos jurídicos y médicos de carácter público para evitar la maternidad no deseada. El análisis sociológico sobre las ventajas comunitarias que esto implica es tema de otro espacio que lo aborde con más profundidad; pero, simplemente prever, atajar y evitar todas las gestaciones que no son deseadas, tiene impactos positivos en diversas esferas del desarrollo personal y colectivo, comenzando para las mujeres.
Hay una realidad: las personas tienen relaciones sexuales con fines recreativos y de satisfacción personal, y esto no debe estar vinculado por obligación al hecho reproductivo. Pensar que sí hay un vínculo obligante entre la recreación sexual y la reproducción es sencillamente estúpido. Ahora, aunque se quiera disfrutar de la sexualidad evitando la reproducción, es algo que no siempre funciona. Para eso el Estado debe garantizar la maternidad elegida. Esto, pensando en las relaciones sexuales consentidas, en las que no existe abuso; en éstas otras no debería ni siquiera debatirse o someterse a la objeción de conciencia: la fecundación producto del abuso es algo que excede totalmente los marcos de elección de la mujer, y no se debería re victimizar con la reproducción a quien ya fue abusada.
Un argumento común entre los hombres chatos es que “¿Y qué tal si yo sí quiero tener hijos y ella no?” Pues simplemente hay que emparejarse con personas cuyo plan de vida sea más o menos coincidente con el nuestro, para no andar obligando a la gente a cumplir nuestros anhelos a costa de los suyos. Otro argumento entre las personas que padecen este cretinismo conceptual es que la interrupción del embarazo “es el asesinato de un no nacido”; y, bueno, la ciencia médica y el internet ponen la información al alcance de un clic. Cada persona tiene el derecho a elegir ser ignorante, e incluso malvada; lo que no tiene como derecho es que su propia miopía se imponga a la comunidad.
En concreto. Legislar para que el Estado limite y criminalice la interrupción del embarazo, en aras de “proteger la vida y la familia”, es una forma de aceptar que la democracia y la razón han fallado; significa asumir que en el poder están personas que no entienden que no entienden; y que, en su carencia de entendimiento, realizan acciones u omisiones que nos atan a un sistema de inequidades y violencia basadas en el género. Sin embargo, el debate es complicado, porque su intolerancia a la razón está basada en credos de fe. No se puede persuadir con argumentos racionales a quienes tienen argumentos basados en la fe. A los dogmáticos intolerantes no se les persuade, se les combate.
@_alan_santacruz
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