¿Es la crisis ambiental un problema de conciencia? - LJA Aguascalientes
15/11/2024

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Desde 1972 el mundo intenta funcionar bajo el paradigma del desarrollo sustentable, una especie de panacea que resolvería los problemas ambientales a partir de equilibrar el desarrollo económico con el social y proteger al medioambiente. Veinte años después en la Cumbre de Río, la Agenda 21 convocó a la adopción de los principios que hicieran posible dicho desarrollo y desató un proceso institucional que culminó con el establecimiento de secretarías al interior de los Estados y el surgimiento de organizaciones de la sociedad civil, ambas enfocadas en el avance en la sustentabilidad.  Los resultados obtenidos hasta ahora con este modelo de desarrollo parecen paradójicos, pues en ninguno de los indicadores medioambientales se reportan mejoras, sino todo lo contrario.

Durante estos 50 años ha estado presente la idea de que el obstáculo a sortear para resolver el deterioro medioambiental radica en la inconciencia de la población,  es decir, que los problemas de  contaminación del aire, del agua o de la basura se deben a la falta de conciencia de las personas; sin embargo, quienes asumen esta postura, a menudo con un dejo de superioridad moral, no solo omiten las luchas en la defensa ambiental que emprenden cientos de personas ante amenazas, daños, privatizaciones y despojos de los bienes naturales, sino que pasan por alto a los centenares de hombres y mujeres que han perdido la vida en esta tarea.

Frente a la grave situación medioambiental y su encarnación en movimientos y luchas por su defensa, no sólo es urgente sino éticamente justo, replantear esa postura que simplifica la complejidad del desastre y lo reduce a un asunto de conciencia. Es importante preguntarnos hasta qué punto la referencia a la conciencia que nos está faltando alcanza para explicar la inacción en la protección a la naturaleza, y cuestionar, dentro del propio desarrollo sustentable como construcción conceptual que erige soluciones y asigna responsabilidades, por qué un problema complejo como el que reporta la crisis medioambiental se pretende solucionar con esfuerzos individuales a nivel de conciencia.

Para ello habrá que referirnos al sistema económico actual, el neoliberalismo, en su capacidad de moldear no sólo la estructura productiva sino también las estructuras sociales y políticas de los países y, por ende, de constreñir aquello que lo impugna e impeler lo que le favorece. Prueba de ello, es que estos cincuenta años de desarrollo sustentable no han sido suficientes para proponer una definición nueva de progreso y nuestros indicadores se asientan en el mismo paradigma productivista, extractivista, depredador de la naturaleza y despreocupado por sus externalidades. En este marco, las construcciones conceptuales que emergen –como el Antropoceno- reparten democráticamente la responsabilidad y culpan -en abstracto- al antropos del deterioro ambiental, lo que no hace sino desdibujar el rostro de sus perpetradores y ocultar sus coordenadas.

Este artilugio ha dado lugar a que la responsabilidad se asuma en forma individual y nos conduce a creer que es posible construir una sustentabilidad como individuos sueltos (pero con mucha conciencia) y dispuestos a asumir una serie de tareas sustentables para “salvar el planeta”, como separar la basura, cuidar el agua, hacer un uso eficiente de la energía, comprar productos orgánicos, no usar popote, etcétera, con la promesa de que la suma algebraica de estas acciones y de nuestras “conciencias” es suficiente para revertir el deterioro ambiental.

Asignar responsabilidades y soluciones desde la abstracción para avanzar hacia el desarrollo sustentable implica, en primer lugar, no cuestionar aquello que provoca que el deterioro ambiental sea lo que es, porque cuando se imputa la responsabilidad a la humanidad también se exonera a los verdaderos culpables; por ejemplo, a aquellas cien empresas que a nivel mundial han generado 71% de los gases de efecto invernadero que se ha acumulado en la atmósfera desde 1988. En segundo lugar, asumir la responsabilidad en lo individual es un placebo que nos hace creer que estamos en el camino, lo que solo retarda la toma de decisiones.

Es por ello que vale la pena cuestionar seriamente esta coartada y reconocer que la sociedad es una construcción colectiva y, como tal, sus mecanismos de transformación no derivan del comportamiento de individuos aislados, por lo que desvanecer nuestro estatuto como sujetos políticos y actores sociales es peligroso y reductor.

Tampoco estoy diciendo que es inútil emprender tales prácticas sustentables, lo que sostengo es que son necesarias pero insuficientes, es importante continuarlas y orientarlas hacia una construcción colectiva que exija políticas públicas hacia las cuales articularlas y convenir que nuestras acciones individuales, necesarias pero limitadas, no pueden suplantar a la acción pública.


Por ejemplo, México tiene un problema grave en el manejo de los residuos sólidos urbanos. No hay servicio de recolección de residuos en muchas comunidades, cuando se presta es precario y en la mayoría de los municipios implica recoger la basura y depositarla en algún lugar, lo que termina contribuyendo a la proliferación de basureros a cielo abierto y por ende a la contaminación del aire, del agua y del suelo.

En este contexto, si se quiere proteger al medio ambiente, no basta con que separemos la basura, pues todo el sistema precisa de una transformación, comenzando por la  dotación de equipos y la instalación de la infraestructura para el tratamiento y aprovechamiento de los residuos, seguida de la clausura y saneamiento de los sitios de disposición final que no cumplen con la normatividad, así como de un marco normativo que obligue a los productores y comerciantes a que sus productos, envases y embalajes sean retornables, reciclables o estén elaborados con altos contenidos de materias primas recicladas. Entonces deberíamos romper con el engaño neoliberal, que nos conduce a abordar esta problemática como consumidores y no como ciudadanos, y no renunciar a la posibilidad de construir una acción colectiva que apunte hacia lo que parece una agenda políticamente irreal o culturalmente impensable.

El papa Francisco, quien ha sido el único líder internacional que abiertamente ha exigido una transformación del modelo de desarrollo, dedicó su primera encíclica –Laudato si– al medio ambiente. En ese documento señaló enfáticamente la necesidad de abandonar los términos medios entre el cuidado de la naturaleza y el crecimiento económico. Frente a la crisis ambiental, los términos medios son apenas una demora en el derrumbe, dijo, por lo tanto se requiere de redefinir el progreso. Esta redefinición nos convoca a ti, a mí, a todos y a todas, nunca en términos indeterminados sino concretos y nunca en un sentido individual sino colectivo.


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