Toda obra literaria contiene en su escritura un sistema, o al menos, una dimensión esquemática cuya orientación le permite al lector efectuar una transducción, fiel o no, de unos supuestos hechos por el autor de la pieza en cuestión a lo largo de su estructura. En este caso particular, elis o teoría de la distancia (El Suri Porfiado, 2020), del poeta argentino Lucas Margarit, sugiere una serie de elementos líricos, programáticos y estructurales, que me atrevo a señalar e interpretar. En general, el poemario implica una forma cerrada de diez poemas, mismos que, en algunos casos, encierran una serie numeral romana; la supresión del orden gramatical y sintáctico en cuanto a las reglas de puntuación; una orientación poética encaminada por y a las reglas de la poesía moderna; el sentido del enigma, el acertijo y el sigilo de la duda por saber quién es o qué es “elis”; la disyuntiva del título; la voz narrativa y no cantora de la voz en el poema, distintas voces intercambiando la elocución; inclusive la precisión matemática del espacio de la distancia en la estructura del poema total, porque sabe precisar que en realidad se trata de un poema o no un conjunto de poemas temáticos o más o menos enmarcados por sus sentidos. El libro en cuestión es un poema unitario en estructura y tema, no obstante, al mismo tiempo, deja más expectación o incertidumbre (vacilación) al lector. Y esto último, en efecto, me parece la apuesta estética de Margarit. Es decir, un poemario cuyo sentido no sea precisamente la imprecisión, sino el descolocamiento continuo en el lector, provocado con absoluta intención. Y justo eso es una característica central de la poesía moderna, la disonancia.
En la edición, la poeta argentina Dolores Etchecopar escribe una brevísima, pero sustancial nota alrededor del libro, centrándose en el título para dar sentido al libro. Afirma que “elis” es un sustantivo y no necesariamente un nombre propio, y coincido en dicha nota, pues más que la creación de un personaje o una suerte de creación imaginativa o fantástica, “elis” es la sustancia del poemario desdibujada en la acción y en la voz elocutiva del poema. El lector puede confiar en su lectura individual porque también otro rasgo de la poesía moderna está en su concentrada polisemia y polifonía. Y justo esto mismo es el propósito del título, la disyuntiva, el sustantivo “elis” o la teorización, que de algún modo ahora mismo propongo en esta mínima reseña. Dentro de estas redes de lecturas interpretativas siempre juegan los marcos intertextuales como es el caso del epígrafe del verso tomado del poema de Georg Trakl, reproducido el mismo en varios idiomas y en dos versiones en español. Ciertamente uno puede confiar en que el poeta austriaco ha escrito el poema a un joven o niño, no obstante una de las varias intenciones del paratexto es la alteración del sentido original, o de algún otro modo, su reescritura.
Ahora bien, otro factor funcional del poema moderno es su diáspora genérica, así denomino al acto transgenérico de la literatura. En este caso particular, el autor del poema incorpora una voz diegética y, al mismo, un espacio narrativo, no propiamente en la textualidad y literariedad, sino en la conciencia del lector. Esa voz narradora es la clásica voz omnisciente, la voz testigo que todo lo sabe y ve. La voz del poema es la enunciación que narra las acciones de elis, que no es un personaje, sino la sustancia, el sustantivo: “elis dibujará en un mapa de tierra/ dos puntos alejados como/ la lejanía y el exilio” (15) y “elis deja un rastro/ que limita la distancia/ entre su cuerpo y la opacidad” (45). Además, esa sustancia, elis, es la encargada de la descripción.
Considero que la suma de estas distintas apreciaciones señaladas sobre el sistema poético de elis o teoría de la distancia centran una de las herencias más significativas que la poesía moderna nos enseñó, dentro de la tradición de la lírica, a saber, el uso de procedimientos, o dicho de otro modo, el efecto de la retórica semántica y moderna, así como su operatividad subjetiva, el yo detrás del poema moderno, orquestando el conjunto programático: el yo modal. En ocasiones algunos pueden denominar a esto experimentación, pero su uso expresivo de pronto ha perdido su significado e importancia real a causa del facilismo de los malos poetas, no obstante Margarit retoma y nos muestra en esta su más reciente obra lírica, que la poesía moderna ofrece nuevos códigos de lectura a partir de la creación.
El poema V, “naturaleza muerta (siglo XVI)”, ejemplifica esa fuerza experimental de la poesía moderna. El poema en cuestión titula como la pintura impresionista lo hacía en su momento y, a la postre, el dadaísmo y otras vanguardias pictóricas igualmente seguían ese hacer. Margarit en el poema reproduce la imagen como un cuadro, la frase ocupa el lugar y el espacio del objeto, como una suerte de metonimia: el lenguaje o el nombre general por el particular objeto. El poema en su absoluta construcción es, entonces, una metonimia. Esa experimentación conceptual es a lo que me refiero cuando afirmo la novedad de los códigos de lectura en la creación poética.
En suma, el lector podrá leer un poema racionalizado desde una transducción de la poesía moderna, incorporando nuevas lecturas de esta tradición y recuperando sus clásicos mecanismos de composición, pero al momento haciendo participe al lector: “la distancia más vasta de un punto/ es quien lo observa” (45).