Al cumplirse dos años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, ha dejado muy en claro que el fin último, conductor de su Administración federal, se inviste con el ropaje de una agigantada Hybris (es decir, un principio superior que enseñorea todo lo demás, lo que en sentido estricto es desmesura, soberbia, en el sentido profundo de la expresión, pues dice referencia explícita a una de las tres pasiones regentes –clásicas para nuestra civilización occidental cristiana-, aglutinada por la extensa experiencia del Imperio Romano, que sintetizó en tres vías posibles, a saber: A) Libido Dominandi/pasión de dominación, Libido Sintiendi/pasión del sentido o sensual; y Libido Gloriae/pasión de gloria. Esta última es la que simbólicamente invoca como eje rector la 4ª Transformación de López Obrador, que sintéticamente dicho refiere el anhelo de ocupar un sitio excelso en la Historia. – Ya lo hemos citado, esta categorización se la debemos al gran sintetizador de la Edad Antigua, Agustín de Hipona (354-430 d.C), que desarrolla en su obra cumbre La Ciudad de Dios.
Y digo que lo deja en claro, ya que de forma inédita el presidente de México persiste en la dislocación intencional en su “dictum”/ verbal o retórico político respecto de su “factum”/ los hechos, crudos y desnudos, que nos arroja la realidad histórica presente, tanto en lo social, como en lo económico y en lo político. En efecto, esa disociación repercute en las tres esferas que en su interacción mutua construyen los resultados patentes de un proyecto de Nación, sea éste evolutivo/en expansión o involutivo, es decir, recesivo o de franco estancamiento.
Su estridente e infundado pronunciamiento presuntuoso de “yo tengo otros datos” no basta para justificar lo improductivo e ineficaz de sus erráticas medidas para cambiar la realidad evidente con estallido de profunda recesión económica; crisis de salud pública bajo la pandemia del coronavirus, SARS-CoV2, que ha llegado a un cínico deslinde, “de las autoridades”, respecto del severo impacto demográfico que recae sobre la estructuración de la sociedad; incluida la forzosa reclusión familiar por un largo periodo, y la inducción aniquiladora de miembros vivos de su núcleo de familia; más, el desempleo masivo y crudo empobrecimiento generalizado de la población, al disminuir peligrosamente el ingreso familiar; amén, de un innecesario y rudo trato al aparato burocrático, por un lado; y por otro lado, la de-construcción sistemática de las instituciones y dispositivos administrativos de la propia organización gubernamental, que yo califiqué en su momento de auténtica “perestroika” a la mexicana, a machetazo puro y caóticos pasos de mandobles.
No, no basta la descarnada discrepancia entre discurso y referente histórico real. Que no tiene otra explicación que una disociación mental y fáctica frente a la realidad, bajo la cual pretende encubrir su fuga a la responsabilidad ministerial a la que fue llamado, aunque revistiéndola de prioridad para su línea maestra de gobierno… Cumplir los compromisos mediante cuya promesa llegó a la presidencia. Cosa que aun si así cumpliera, quedaría ostensiblemente en grave falta de no resolver los problemas que inexorablemente el “hoy” del mundo y de México, le ha interpuesto. Y por ello cabe la pregunta: ¿Para qué gobierna?- ¿Para satisfacer sus monólogos, decálogos o centurias de acción, de propósito, o de conducta? O bien, ¿Para conducir la suerte y destino de toda una Nación, en situación de grave y ominosa crisis generalizada?
Esta grave discrepancia y disociación sistémica y funcional del gobierno federal, se disfraza y enmascara detrás de una fachada de casi heroica lucha por el cumplimiento de promesas de campaña –destrucción de un proyecto billonario de aeropuerto nacional, circunvalación ferrocarrilera en el Sureste con el Tren Maya, construcción de una refinería petrolera, bajo una empresa en quiebra técnica; acción nugatoria contra proyectos innovadores de energías limpias; anulación de organizaciones proactivas y mediadoras de la sociedad civil para garantizar una distribución racional y equitativa de bienes y servicios comunitarios; inclúyanse todos los fideicomisos arrasados–, más un largo etcétera. En fin, paso a la militarización omnímoda de casos y situaciones límite que han topado con la vergonzosa incompetencia de instancias y dependencias gubernamentales, sean ostensiblemente la procuración e impartición de Justicia, frente a la ominosa inseguridad ciudadana y violencia institucionalizada.
Todo lo cual permite inferir que sí importa el allanamiento teórico, técnico y práctico de dichas discrepancias inducidas por el lenguaje presidencial. Por más que se escude en la supuestamente masiva aprobación ciudadana de su forma y régimen de gobierno, recogida desde luego de otros datos.
Resumamos. Libido Gloriae, esta es la divisa cimera del presente gobierno de la 4ª Transformación. No es la “libido dominandi”/ pasión de dominación bajo la cual han servido una gran generalidad de gobiernos, reinos e imperios que en el mundo han sido. Incluso aquel al que se exige a 500 años de distancia, la solicitud de perdón, por los arrebatos patrios de su pasión de dominio. El sueño del que hasta ahora fue el presidente Donald Trump: Make America Great again, sí queda cifrada en la libido dominandi, a nivel global. La “gloria” obviamente iría implícita, pero sistémicamente depende de la primera. En México, no. Se aspira a la gloria de una posición extraordinaria en la Historia, por el hecho simple y llano del cambio de un régimen “neoliberal”/Neocapitalista a otro donde impera la no corrupción, la no impunidad… aunque sí supone el castigo, la sanción ejemplar, el ostracismo secular de las minorías conservadoras. Su ya perenne derrota moral. He aquí la prenda de la nueva “Gloria”.
Por ello presenciamos la emergente pretensión de los voceros, o propagandistas, o intelectuales que pretenden ser orgánicos al grupo de poder aglutinado en torno al presidente electo Andrés Manuel López Obrador, consistente en que ya están literalmente derrumbando, en este preciso momento histórico de México, el viejo régimen establecido por el PRI-Gobierno y su “mafia en el poder”; para instaurar “la cuarta transformación de la Nación”, como meta histórica que sucede a la Independencia, la Reforma de la República y la Revolución político social de México; lo quieren hacer saber a la ciudadanía que así sucede, porque están cambiando intencionalmente de “paradigma” político; y aducen al respecto los dichos junto a los muy pocos hechos con los que pretenden operar este cambio. Sin embargo, no hay, no se ve, no se oye que esté quedando constancia de ese pretendido cambio; del que solo se escucha el eco de las palabras – ergo, un mero aserto logocéntrico-, que no se garantiza en los hechos, en la Historia.
El evento de una transformación histórica de la sociedad, valga la redundancia, es y se hace con anclaje histórico, y desde luego bajo una diferente nomenclatura política. Lo que nos lleva a inferir que dicha conversación pública debiera anclarse pero no sólo en una contradicción dialógica y dialéctica; sino que, como exigiría un serio análisis histórico-dialéctico, a través de un proceso complejo que induzca una interpretación más próxima a la realidad, tal como es la vida, como es el movimiento vital de los países y los pueblos.
Lo que depende de una relectura de lo real. Así es como lo sentimos y vivimos en nuestra cuarentena, ya dolorosa y cansina de varios meses, del coronavirus invasor y depredador persistente, de vidas y fortunas, y haciendas y generador cierto de pobrezas laborales.
Así es como lo experimentamos en la proximidad de los hechos que nos rodean. Al tener que lidiar con esta disyuntiva frente al gobierno central, y cuyo cuerpo organizacional son los gobernadores y presidentes municipales, desde lo local. Dimensión regional y local en la cual, mutatis mutandis, de no haber acuerdos sensatos e igualitarios, se hacen presentes los riesgos de una “balcanización” o dispersión de gobiernos locales, como ocurrió en aquellos países del disuelto pacto pan-soviético y concluyo con el desplome de aquel imperio de hierro. Las notorias discrepancias se convierten en una verdadera tentación para tomar distancia del poder central. Y, por otro lado, la perestroika organizacional del gobierno federal, puede poner en grave predicamento a los elementos e instrumentos mismos del poder central; esta analogía de fragmentación o dispersión ocurre idénticamente cuando lo que priva es un estancamiento económico general de la economía del país, de futuros inciertos; o una población civil diezmada por la escalada de la letal infección del coronavirus.
Afirmamos pues que, por hoy, priva la forma y estructura de un proyecto de Nación que sigue su marcha plebiscitaria, bajo la bandera de la 4ª Transformación, bajo la égida del Caballero Andante que hace dos años velaba sus armas en la víspera premonitoria de su triunfo electoral.
Me permito concluir señalando que no todo puede y debe consistir en una mera contradicción retórica y de ostentación cínica de la Política. Podemos y debiéramos concitar otro tipo de discurso político que incluya las notas propias de lo que convencionalmente llamaríamos un buen discurso.
Ese tal debe contener, primeramente, lo que los lingüistas y semiólogos llaman un “punctum” (punto), es decir un pensamiento central que es capaz de dar vida, sentido y agudeza intelectual a todo el texto; algunos lo entenderán como “el mensaje” y otros como “la enseñanza”, pero lo cierto es que el género parabólico –tomado en este contexto como un ejemplo– es chispeante y va a la más profunda percepción de la condición humana.
Enseñanza que podemos entender con algo que nos es familiar: ese tal “punctum“, no es otro que la esencia del popular “chiste” (jock-Inglés, plesanterie-Francés). Ya que este se construye como una narrativa en torno a un punto picante, “salado” (m’mulah-Hebreo), resultante en una salida con chispa o recurso que llega de sorpresa, y queda claro que sin ese elemento esencial la narración perdería su sentido. Si el punto está bien puesto, provoca luz, colorido, salero, sentido y… nos causa regocijo, provoca nuestra risa, despliega nuestro buen humor, agudiza nuestra inteligencia.
El “punctum” de un argumento, por tanto, en el discurso político es aquel capaz de aportarnos un nivel superior y profundo de conocimiento de nuestra realidad nacional y social. Si se da y resulta, provoca el grito emocionado del “eureka!” de los griegos, porque descubre de manera inteligente una realidad nueva. También se le llama “insight”, como punto de intelección o entendimiento profundo que acontece como el descubrimiento de una verdad. – Por lo que, no tenemos, lógicamente, qué aceptar discursos aburridos, insuflados de soberbia o protagonismo histriónico (remember?); aceptemos discursos con salero, con chispa, con chiste que, además, nos hagan entender, decidir y manejar las realidades profundas que definan a nuestro país, en su presente, futuro y circunstancia. Esta que yo sepa, sí es una pedagogía liberadora.