Rumor de niebla, el más reciente libro de poemas de Mariana Bernárdez, publicado por Ediciones del lirio en 2020, integra cuarenta y dos poemas, divididos en siete secciones. Compuesto de poemínimos que son una notable influencia de las estructuras breves que nos heredaron grandes autores del siglo pasado como Efraín Huerta y Octavio Paz. “Fulgor“ da apertura al poemario, mediante una abierta invitación para que el lector se adentre en los versos que anuncian un viaje por la contemplación de lo vivido, donde el deseo de que las cosas fueran distintas, se vuelve un puñado de ceniza.
Desde el inicio, el cuerpo físico cobra relevancia: es una casa habitada por la memoria y, a la vez, se vuelve el habitante: “El cuerpo habitará el temor de su quebradura”, dice la autora para introducirnos en la segunda sección: “Tristura”, con un epígrafe de Malcolm Lowry: “Tan inmensa es la desesperación de Dios que en la salvaje planicie de los cactos lo oí llorando”. Aquí, Mariana nos anuncia el inicio del desengaño y el desvanecimiento de las ilusiones: “el mundo era un espejismo”, escribe y al mismo tiempo, tras deshacerse de un mundo onírico, muestra lo que para ella es real, vinculando la realidad al sentimiento. “Esta tu herida / tu hueco en mí / nadie sabe cuán profundo / es su hontanar / ni siquiera el borde / que rodea su vacío / Eso que dices “lo abierto” / Eso que digo “lo antes”.
Nuestra poeta sostiene una congruencia entre su vida y su escritura. Y en su poesía retrata lo terrible y juega con el lenguaje como a diario lo hace con el humor blanco que la caracteriza para sobrevivir de la mejor manera, y como diría Borges, a los oprobios de la vida cotidiana. Pero más allá de lo lúdico, un pedazo de nuestra autora sigue oponiéndose a lo que se manifiesta: “La mirada a veces podrá desdoblarse / y asistir puntual al despliegue alterno / de una conciencia obstinada / en no querer saber / si la palabra que encierra / es temblor o sentir inasible / que atruena y se derrumba / ante el sueño que la fustiga / por la espina de un árbol / no caído del cielo / o por esa tu indolencia / de herirte en mí”.
Esta experiencia se reitera en otros versos: “Y no levantar la voz por temor / a una mayor quemadura”. Sin embargo, la autora, habla por otro y afirma: “Soy… / tu no silencio”, el cual más adelante se convierte en “una voz que no es voz”. Y pregunta: “¿He de ser yo el llanto?”. La evasión puede ser un salvavidas cuando las puertas no están abiertas a la decepción. En este proceso el cuerpo actúa. Ahora “…es el lienzo/ de tu moradura / la huella en abrojo / o el cardenal del silencio / que en su mesura / exaltó lo perdido”. Finalmente, “la luz / va cortando el pensamiento” y los poemas empiezan a silenciarse.
Más allá de cualquier tiempo adverso, Mariana Bernárdez posee una sabiduría caracterizada por ser útil y práctica. No olvida y nos recuerda que “… a pesar de lo indómito / la hierba crece”. Versos sumamente significativos no sólo para nuestras vidas, sino también para los tiempos que nos han tocado vivir al día de hoy.
“La casa azul” da título a la tercera parte que inicia con un epígrafe de Simone Weil: “…hay que amar lo que no existe”. Y nuestra autora, muy obedientemente, se entrega a ello. “A veces entre la hojarasca / aparecías Ciervo / hasta que un día por el camino blanco / tras la reja desvencijada de una hacienda / te acaricié apenas cervatillo. / Te acercaste para lamer mi mano / y no pude sostener tus ojos en los míos”.
La cuarta sección, titulada “Lo indomable”, inicia con unos versos de Mevlana Celaluddin Rumi: “El camino del amor / no es un argumento sutil / su puerta es la devastación”. Sobre ellos, Mariana escribe. “El encuentro no salva de la devastación / porque nada detiene al viento”. Y de nuevo, Bernárdez, se entrelaza más allá del tiempo y mediante el poder de la palabra, con otros autores, para penetrar las diversas puertas de este laberinto donde dice: “y me encontré en el cruce / del barranco y la cuchilla”. Para seguir adelante, ella sabe que no debe de mirar atrás. De nuevo, la carne se vuelve un ancla: “Mi cuerpo roto de tan roto…/ por donde ni siquiera los perros / se atreven a husmear”.
“Agua de Celan” da título a la quinta sección del libro donde la autora afirma que no quiere cegarse. Repito, su sabiduría la salva y se anticipa a la catástrofe. “Sé que dirás que nada pasa / pero yo sé / que en ese nada pasa / sucede el pasar”. Es éste un capítulo que da remanso al lector, el cual se vuelve testigo de una relación amorosa, que nos hace recordar la dedicatoria del poemario: A José, pareja de Mariana y su gran amor o su océano, “que escucho latir bajo tu boca / inunda mi pecho / bautizando la esperanza / con el agua del pozo / que se volcó / del cuenco / a la baldosa”.
“Lo abierto”, penúltima sección de este Rumor de niebla, deja constancia de que para llegar a lo profundo hay que escribir. Y como mandato divino, la autora dice. “ Toma / para que escribas. / No sé qué palabras habrán de nacer. / Escribe / sólo escribe / la vida se dará por añadidura”. Y versos después, nos recuerda que: “Dicen que nadie escribe en nosotros”. Y yo no puedo dejar de preguntarme ¿para qué escribe nuestra poeta? y ella me responde: “Destruir el lenguaje / Destruir el ser que mira tras su celosía / Destruir para limpiarlo de abrojos”.
Finalmente, llegamos a la última sección, titulada “Lejos”, donde la autora llega a conclusiones: “El cuerpo es tan sagrado / como el índice que sutura la herida”. O bien: “Mi cuerpo / es el nombre / por el que no quieres ser nombrado”. Hasta decir también que: “El cuerpo es un pájaro / una piedra arrojada / al azul de lo hondo”.
Y mientras Mariana Bernárdez prosigue su viaje para mirar lo que oculta la niebla, se apoya en el azul para dialogar con Rilke, Gorostiza, Picasso, San Juan de la Cruz, Manuel Benítez Carrasco o Pedro Salinas, influida por los Contemporáneos, los místicos españoles y la Generación del 27, herencia de sus ancestros españoles que emigraron a México después de la Guerra Civil y que dejaron en Mariana un importantísimo legado literario y simbólico que se refleja en su poemario.
En esta migración, Bernárdez, también acude al reino animal y por una pasarela vemos desfilar: hormigas, mulas, perros, tórtolas y, sobre todo, ciervos. “Yo tuve un Ciervo que me tuvo a mí / nos tenemos mutuamente el miedo y yo / un Ciervo que es una fuente / que ya no es un árbol”.
El ciervo es una figura constante en la poética de Bernárdez. Según el Diccionario de los símbolos de Jean Chavalier, este animal es una guía para la luz espiritual, representa el árbol de la vida y simboliza los ritmos de crecimiento y los renacimientos. Sin duda, este animal es el ente metafórico de aquel que escapa con la velocidad del viento y que es buscado constantemente por la voz poética. Pero también es un claro reflejo de la autora que, en cada poemario nuevo, nos presenta una constante renovación y una luz de conocimiento.
Al igual que Mariana transforma el sentido de la realidad con las palabras, la he visto transformarse a lo largo de los treinta y cinco años que ya tenemos de conocernos en la mejor versión de sí misma, y hoy, tengo el honor de contemplarla con su Rumor de niebla, un libro de madurez poética, profundo y exquisito, en el que se encuentra a sí misma, reconociendo su cuerpo como el valle sagrado que hay tras la espesura y que pone como ofrenda a su amado, José, a quien también celebro su existencia.