Estamos a once días de concluir con el calendario del 2020; pero para México, un año por demás complicado, marcado principalmente por los efectos provocados por la pandemia del coronavirus, SARS-CoV-2 o covid-19, y que a la fecha ha provocado la muerte de más de 118 mil mexicanos, y dejado una estela de 1.3 millones de contagios, de todos los niveles, leves, graves y muy graves; tampoco se entretuvo en distinguir edad, condición económica, sexo, educación, muy democrático el bicho pues. Acompañando su impacto en la salud y la vida de seres humanos de todo el planeta, pero en particular de los mexicanos, la pandemia ha impactado en muchos otros aspectos del actuar de todos. En lo anímico, la pandemia ha trastornado el mediano equilibrio de todas las personas, que hoy deben aprender a encontrar la suficiente motivación para transitar su día, sus días, en una especie de encierro desorganizado, tratando de entender por qué es necesario quedarse en casa, mientras los vecinos, se organizan una carnita asada en plena banqueta frente a nuestro domicilio. Esto lo sufren principalmente los niños y los adolescentes, que ven su vida atrapada en una rutina que no es equitativa, que no aplica para todos.
De estas mismas generaciones jóvenes, las que están en edad escolar y montadas en esa supuesta estrategia educativa para la contingencia, la educación a distancia, es un franco mitote, desorganizado, sin claridad en los mecanismos y herramientas de aprendizaje. Los maestros y los alumnos hacen lo que pueden, lo que logran coordinar por sí mismos, porque las autoridades educativas están igualmente extraviadas, a lo largo del año, no han logrado encontrar el camino, ni las formas de conducir el proceso. Sobra decir que los padres de familia, que además de estar sorteando las implicaciones de este caos educativo, deben procurar mantener la economía familiar a flote.
Las economías personales, están afrontando la situación desde su propia trinchera, perspectiva y posibilidades. Es cierto que la emergencia sanitaria tiene su propia agenda y desarrollo, lo que hoy tiene al sector salud en constante jaque, exigiéndole respuestas y atención permanente, ya al margen de sus capacidades de respuesta, pero las personas deben buscar el sustento y los recursos, porque las facturas de los compromisos comerciales y los recibos de los servicios públicos esenciales, siguen llegando con increíble puntualidad. El que tiene la dicha de contar con un empleo formal o permanente, de alguna manera lo van sorteando con relativa holgura, pero aquellos que viven en la informalidad o dependen de su trabajo cotidiano, del día a día, de pequeños o micro negocios, que sólo tienen posibilidad de sobrevivir si se aplican cada día, realmente no tienen opción, deben salir por el sustento, con todo y la agresiva pandemia.
Por si fuera poco, estamos entrando a la oficial temporada de frío, el invierno nos ha alcanzado, y, con él, la temporada de las fiestas: la navidad, el fin de año y, al que llegue, el arribo de los Reyes en enero. Pero también, por si no fuera suficiente el nivel de preocupación, la llegada del tiempo de la influenza, otro mal del que debemos estar atentos.
En la Ciudad de México, Baja California y el Estado de México, las autoridades federales de salud no han tenido otra opción que declarar una vez más el imperio del famoso semáforo rojo, con la consabida restricción de las actividades económicas no esenciales, y la disminución de la convivencia social. Sin embargo, si observamos las imágenes de las calles del Centro de la Ciudad de México, lo que podemos apreciar es una franca rebeldía, tal vez inconsciente, de la población, que abarrota los comercios en busca de los regalos de navidad. Decimos rebeldía inconsciente, ya que la población no reconoce en los funcionarios públicos encargados del manejo de la situación sanitaria eso que las debe caracterizar e identificar: autoridad.
Esa imagen se repite en la ciudad que elijamos: Puebla, Aguascalientes, Cuernavaca, Monterrey, Guadalajara, la que sea. La gente está en la calle, aún con el riesgo del contagio, la dificultad enorme de encontrar tratamiento o morir. ¿Qué pasa por la cabeza y el ánimo de la población? ¿hartazgo? ¿desconfianza? ¿cansancio?
Todas estas circunstancias las podemos observar, digamos, a “nivel de cancha”. Esto pasa en nuestro inmediato círculo vital. Nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestro trabajo. Así pasan los días, pero ¿y los gobiernos? Todos ellos hacen su día a día señalándose unos a otros, pasándose la bolita, pateando el bote.
Es innegable que, desde el gobierno federal hasta los municipales, pasando por supuesto por los estatales, no acaban de decidir si deben suspender las actividades económicas de manera drástica. Reducir los contagios supone la acción de reducir al máximo la interacción social, con los costes políticos y económicos asociados. Priorizar la vida sobre la renta, es una decisión difícil para todos, sobre todo para la clase política, encabezada por los propios gobiernos. No podemos olvidar que el año que está por iniciar en doce días, es un año electoral, y está en juego la supervivencia de proyectos políticos personales, y, por supuesto, intereses de otra naturaleza.
A la población toda, a cada persona, jefe de familia, corresponde asumir la responsabilidad de cuidarse a sí mismo y las personas a su cuidado y protección, alejarse del riesgo no es tarea sencilla, significa más sacrificio y restricciones, a cambio, darle posibilidad de salir adelante en medio de esta crisis sanitaria. A las autoridades, a los políticos, a los gobernantes, ingenio para salir adelante y cumplir con esas responsabilidades que con tanto ahínco buscaron en su momento, servir a la gente. Seguramente, tendrá su costo político y económico, pero deben ponderar, concienzudamente, qué va antes que la vida de sus representados o gobernados.
El 2020 ha sido un año lleno de complicaciones, y estos 355 días transcurridos han sido, por demás, días llenos de exigencias y retos, pero que nos quede claro que el año aún no termina.