Cosas sin importancia/ Favela chic  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

En medio de una crisis personal que ya tenía forma de un malestar crónico, empecé a llevar un recuento de las cosas sin importancia que realizaba en el transcurso del día. Me ataron de pies y manos una serie de ideas y emociones que luchaba por sacudirme, pero poseían una fuerza y una saña misteriosas. Luego entendí por fin que esas ideas y emociones no eran mías, sino que habían sido infundidas por terceros. Cualquiera puede ser presa de este embrujo cuando su existencia en determinado sitio, o junto a un individuo en particular como es mi caso, amenaza distintos intereses a la vez y despierta los demonios del rencor y de la envidia, así como el espíritu de rivalidad, que se valen del ninguneo y el desprestigio como armas para lograr la exclusión del sujeto non grato, en virtud de su supuesta maldad intrínseca. Quien haya convivido con la clase media tradicionalista y pacata, que practica el rude-polite o la discriminación a base de buenos modales, sabe a lo que me refiero.

No fue casualidad que años atrás dedicara mi tesis de maestría al tema del estigma, porque incluso la escritura académica, en apariencia objetiva e impersonal, refleja la intimidad de su autor: “Ustedes son el tema de sus investigaciones”, nos señaló en clase una profesora de la UNAM, haciendo un eco de Montaigne. Desde aquella época ya me movía en un gueto conservador en el que desempeño el papel poco halagüeño de scapegoat o chivo expiatorio, es decir, he sido objeto de odios que no tienen relación directa conmigo, pero comprometieron por largo tiempo mi estabilidad y plenitud. Desengancharse de esta dinámica tóxica requiere de tiempo y estoicismo para desarrollar lo que ahora llaman resiliencia, sin la cual es imposible crear una distancia física y psicológica con tus inquisidores para observarlos en toda su miseria, para reconocer los miedos y complejos que los encogen tras su careta de arrogancia.

Quien a mi juicio les hizo un magnífico inside fue Stephen King en Dr. Sueño, una novela de terror en la que se inspiró Stanley Kubrick para filmar la secuela de El Resplandor (2019). Aunque adolece de una estructura nicomáquea, donde los buenos se baten a duelo con los malos, muestra con crudeza a los seres que renunciaron a su propia fuerza vital y se alimentan del resplandor ajeno, mismo que arrebatan infligiendo un daño deliberado en sus víctimas, a quienes asedian metódicamente con el propósito de oscurecer su brillo por completo. Dejando a un lado los elementos sobrenaturales, la película nos recuerda que la sociedad, siempre dispuesta a uniformar mentes y espíritus, nos cobra un alto precio por ser diferentes, por no encajar en los rígidos estándares de lo “correcto” y lo “aceptable”. Cuando tu edad, color de piel, lugar de origen y condición socioeconómica concitan el maltrato y la segregación, llega sin duda el momento de blindarte a como dé lugar.

Stephen King nos enseña que el mejor escudo contra las polillas del resplandor es contar con una mente bien amueblada y no me refiero sólo a los ornamentos. Mediante un esfuerzo de introspección, debemos crear en nuestro interior un castillo kafkiano para protegernos de la ruindad, un laberinto como el del protagonista Daniel Torrance, una trampa mortal para cualquier intruso que atente contra aquello que nos hace únicos. Debemos discernir también cuáles son las fuerzas que nos impulsan a levantarnos de la cama, eso que los japoneses llaman ikigai: si son elegidas a conciencia o impuestas por presiones externas. Al no tenerlo en claro nos condenamos a nadar de muertito, a ser infelices por incongruentes, a no actuar en sintonía con nuestros deseos, sino con las expectativas de nuestros jueces sin credenciales. Las crisis tienen la capacidad de sacarnos de ese pantano y de empoderarnos, pues nos obligan de una vez por todas a romper con sujetos o hábitos que parecen inofensivos, pero nos hacen daño.

En mayor o menor grado, muchos hemos pasado por este penoso trance gracias a la pandemia, que nos orilló a tomar conciencia y a reestructurar nuestros andamios interiores. En principio yo recobré mi brújula con un ejercicio diario de escritura, con una agenda de cosas sin importancia, que son imperceptibles para los demás, pero me fortalecen y elevan mi nivel de compromiso conmigo misma cuando las cumplo al dedillo. Las personas que más estimo han construido su propio castillo kafkiano cultivando sus pasiones a base de concentración y de horarios fijos, que defienden a capa y espada de los ociosos y los mezquinos. No hay fórmulas para salir del bache, pero la sabia administración del tiempo sin duda nos hace cobrar impulso. Si sabes con exactitud a qué dedicas tu día y por qué, sabes también quién eres y quién no eres. Nadie más puede imponerte otra idea de buenas a primeras, a fin de mellar tu autoestima y la imagen que proyectas. Tiempo es precisamente lo que a mí me ha regalado la pandemia y el 2020, año que se va no sin antes habernos enseñado cómo resistir los futuros embates.


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