2020, el año de la peste/ Memoria de espejos rotos  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Oh, let the sun beat down upon my face, and stars fill my dream.

I’m a traveler of both time and space, to be where I have been.

To sit with elders of the gentle race, this world has seldom seen.

They talk of days for which they sit and wait, all will be revealed.

Kashmir – Led Zeppelin

 

Este año ha sido y será recordado en la historia como un año de coyuntura crucial en casi todos los países del mundo. Por supuesto, la base de ese recuerdo será justamente la pandemia del covid-19; pero, como suele decirse, el coronavirus habrá sido sólo una comorbilidad social que agravó los síntomas que padecemos estructuralmente en gran parte del mundo, cuya raíz se encuentra en la enfermedad real que nos aqueja: la desigualdad. Una enfermedad poliédrica, omnipresente, y multifactorial, que nos aqueja a todas y a todos; con la que convivimos todos los días; que nos mata y nos vulnera; pero ante la que hemos desarrollado una asombrosa tolerancia.

Esta enfermedad, la desigualdad, se expresa de muchas maneras. Obviamente, la principal es la económica; la inequitativa distribución de la riqueza y la omisión del Estado al regular los límites del lucro y de la pobreza, nos han debilitado socialmente, haciendo que gran parte de nuestras poblaciones vivan al límite material, en condiciones paupérrimas, sin los satisfactores básicos para una calidad de vida con dignidad humana, y sometidas por el clasismo rampante; mientras que una mínima parte de la sociedad vive obscenamente con recursos que ni siquiera es capaz de gastarse por completo.

De acuerdo al análisis marxista, de esta desigualdad inicial se desprenden las demás. Para empezar, la inequidad política. No basta con que exista la democracia legal, ni con que haya competencia partidista por el poder, ni con que la ciudadanía pueda votar y ese voto cuente. No. Estos son arreglos legales de carácter nominal. El verdadero poder político, el real empoderamiento ciudadano, viene con la educación crítica y científica; con férrea formación cívica; con el fortalecimiento de las organizaciones sociales; y, sobre todo, con la vocación participativa hacia el poder por parte de la sociedad.


Paralelamente, otra expresión de la desigualdad es la inequidad sexo-genérica. La dominación y la asignación autoritaria de roles con base en el sexo y en la expresión del género, así como la discriminación y la opresión por la orientación sexual, son parte de la misma enfermedad. Igualmente, las desigualdades motivadas por la racialización o los contextos étnicos y culturales, obedecen al mismo padecimiento de injusticia. Así que, visto en forma global, la enfermedad de la desigualdad abarca todos los aspectos de la vida. Obviamente, la interseccionalidad afecta más o menos a ciertos sujetos o grupos en función de qué posición ocupen en el cuadrante social, como mera contingencia de su nacimiento.

A pesar de que todos estos padecimientos por la matriz de desigualdades son algo con lo que nuestra especie ha lidiado durante siglos, la pandemia de la covid-19 y las condiciones de la contingencia sanitaria han venido no sólo a revelar, sino a agravar todos los síntomas sociales. Es una atrocidad que la salud pública y las posibilidades de confinamiento seguro sean algo sujeto al mercado; como lo es que la condición cívica de la gente se vea erosionada en la desesperanza y la desinformación; como también lo ha sido la creciente violencia de género (concentrada ahora aún más en el ámbito doméstico); como lo ha sido desde siempre la vulnerabilidad a la que están expuestas los grupos y los individuos por causas asociadas a su condición racial, étnica, o cultural.

Así, este año puede haber significado una caída en muchos aspectos, pero ha sido también el escenario perfecto para construir futuribles que nos alejen de esa distopía que parecía existente sólo en la literatura de ficción. Ya vimos cómo el capitalismo, la depredación ambiental, la erosión de ciudadanía, la violencia de género, el clasismo, el racismo, y la exclusión, pueden hacer del presente y del futuro algo inhabitable en condiciones de dignidad humana. Como sociedades, nos hemos desnudado en nuestra completa fragilidad. Si los poderes públicos no diseñan estrategias de contención que eviten el desgaje social, será porque no quisieron darse cuenta de que el apocalipsis es no sólo posible, sino cercano. Feliz año nuevo.

 

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@_alan_santacruz

/alan.santacruz.9


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