Un espejismo, la popularidad/ Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El pasado día 26 de octubre participé en el programa En Contraste, del canal Ocho TV, bajo la conducción de Luis Antonio Salazar, en cuyo panel compartimos como tema: ¿Cómo se explica la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, en medio de las crisis que aquejan a México, sea la pandemia del Coronavirus SARS-CoV2, la recesión económica, el incremento de la violencia a nivel nacional y su negro índice de muertes? Efectivamente, recientes sondeos de opinión le habían dado puntajes de 62 –septiembre pasado– y hasta 69 puntos porcentuales –por la consulta sobre juicio a los expresidentes–, en reconocimiento a su ejercicio de gobierno.

Ante dichos altos resultados, cabe la cuestión sobre su popularidad y cómo explicarla. Si bien son ciertos estos registros, a este respecto, el periódico El Financiero –al 26 de octubre– publicó un sondeo propio en que matiza dichos picos mediáticos de popularidad, argumentando que cuando se pregunta sobre el manejo del coronavirus la opinión baja de Muy bien al 44% y Muy mal al 28%; acerca de los feminicidios y la violencia el MB vale 29% y el MMal arroja 49%. Se matiza igualmente la consulta sobre juicio a expresidentes de 69% siempre que se realice un Proceso Judicial en forma, nivel que empero desciende a 23% si se trata de una simple consulta. Sobre los tópicos de Economía, los rangos de opinión van de 49% al 61% y en Seguridad el rango es de 51% al 59%. 

Resultados de percepción ciudadana que con toda razón son paradójicos, ya que parecieran no aquilatar debidamente los aspectos negativos que comporta la intervención presidencial, pero sí exaltan la figura personal del mandatario, a cualquier costa. De manera que efectivamente resulta problemático explicar los resultados negativos de dichas intervenciones gubernamentales que constatamos en la realidad social y comunitaria del país, con la salvaguarda de la aparente inmunidad de la figura presidencial ante la opinión mayoritaria de la ciudadanía. Con el propósito de ensayar una respuesta, propongo una hipótesis interpretativa que estoy construyendo bajo los siguientes supuestos.

Primeramente, asumimos que el contexto actual del país presencia una movilización inusitada de las bases de Morena, con motivo del resolutivo reciente que hubo de emitir el INE, en torno a la designación del presidente del movimiento-partido de Renovación Nacional-, cuyo puesto en estricto sentido había venido estado vacante desde hacía ya dos años, y cuyo liderazgo transitorio se había puesto en manos de dirigentes interinos.

Debido al ya inminente inicio del proceso electoral del 2021, apremiaba por norma de Ley la integración debida de las plantillas dirigentes de los partidos contendientes, con el ostensible faltante de Morena. Lo sabido es que aun este último procedimiento indicado por el TEPJF, de aplicar una 3ª encuesta de desempate entre los 2 principales contendientes, Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado Carrillo, practicada por empresas encuestadoras designadas, fue contestado por el perdedor en sus resultados, quién pretendió remontar hacia atrás –o retrotraerse- al punto de inicio dos años atrás en que dicho movimiento-partido no logró integrar un padrón de militantes confiable; con la intentona de “consultar a las bases” y así descalificar “el poder del dinero”… pagado a las casa encuestadoras “privadas”, que actuaron legalmente bajo la instrucción y contratación del INE. 

En segundo lugar, podemos afirmar que el resto de los ciudadanos del país presenciamos un desenmascaramiento de las verdaderas posiciones e intenciones de los militantes de Morena, al buscar posiciones, candidaturas y recolocaciones burocráticas a todo lo largo y ancho del país frente a los comicios del 2021, por un lado; por otro lado, hay que consignar el implacable mayoriteo que en ambas cámaras del Congreso de la Unión ejercieron las fracciones dominantes de Morena, para emitir y aprobar decretos presidenciales sin análisis ni cuestionamiento técnico-financiero alguno en materias sensibles como la desaparición de fondos financieros en fideicomisos de diversa índole, e incluso sobre los debatidos recursos asignados al Sector Salud; ningún argumento de la oposición importó en ambas cámaras, sino la imposición del fast-track para su aprobación. 

La cruda revelación de estas actitudes partidarias evidencia el ropaje de fortaleza con que han revestido la figura presidencial. Además, este comportamiento de la militancia ha cundido, ahora sí, a las bases simpatizantes o afines, para que expresen su exaltado ánimo hacia los planes y estrategias gubernamentales. A este respecto, recuerdo una expresión muy pintoresca del finado prelado, Mons. Ernesto Corripio Ahumada, que expresara en el contexto de una especie de revival de la militancia católica en la Conferencia Episcopal Latinoamericana bajo el Papa Juan Pablo II y sostenida en Puebla, para concitar un nuevo: “fervor apostólico”…el fervor es como un hervor de las conciencias… Bien, hoy presenciamos el “fervor apostólico/militante” de los integrantes, simpatizantes y afines de Morena; lo que –bajo la hipótesis interpretativa- deriva en el alta aprobación de AMLO. 

Inferencias significativas. El mismo fenómeno aprobatorio se detecta mejor al comparar dos tipos de discurso –calificados como “populistas”, dígase el de Donald Trump y el de Andrés Manuel López Obrador. Con la precaución de que el término “populista” es muy lábil, porque de suyo es ambiguo, ambivalente, equívoco, invoca múltiples significados, se refiere a una mezcla de nuevos elementos programáticos y estratégicos para identificar posiciones de derechas o de izquierdas lo cito como término de comparación entre el discurso político consistente de (a) Donald Trump: xenófobo, misógino, clasista, racista –simpatizante de supremacistas blancos-, narcisista, menospreciativo de los divergentes a sus posiciones, autoritario y centralista, para decir lo menos. Y (b) el de López Obrador: excluyente (de los que no son como nosotros), maniqueo (honrados-corruptos; impolutos-imputables; inocentes-culpables; leales-traidores; ricos/opulentos-pobres; servidores del pueblo-minoría rapaz, etc.), autoritario, centralista, autocrático. Entre los cuales, no obstante, existe una notable diferencia: 

*La curva de popularidad de Donald Trump completó ya la trayectoria de un término gubernamental, hace por lo menos dos años que tuvo su curva ascendente, llegó a su cresta máxima gracias eso sí a “su base electoral”, y ahora –hoy mismo- está en franco descenso, aunque nada gratuito, a la conclusión electoral deja tras de sí un país dividido, casi literalmente partido por la mitad. Pero, encontró finalmente su punto de resolución decisiva en ese otro contingente alternativo, divergente, en desacuerdo con su manera de conducir la cosa pública.


*En cambio, la curva de popularidad de López Obrador dibuja por ahora su línea ascendente, apenas a dos años de su gestión, primer tercio de su gestión gubernamental, confronta las primeras pero importantes elecciones locales de mediano término. Se acaba de demostrar –yo digo desenmascarar– el agitado hervor de las masas militantes, centrado en él ánimo de apropiación tanto del poder político, como de los beneficios pecuniarios que comportan los puestos, cargos y designaciones del sector público, algo nada menor para concitar y suscitar el “fervor apostólico” de las masas y cuadros militantes de su Movimiento de Renovación Nacional, no faltaba más. Lo cual, sin embargo, no ocurre en el vacío, zanja la diferencia con otro contingente de la población mexicana que contesta su desempeño errático, ineficiente administrativamente hablando –dígase pandemia y desfonde económico del país–, en donde revela su fondo ineficaz; y sí, ostensiblemente divisorio del todo ciudadano. Sin otros adjetivos, un pueblo en vías de polarización… como aquella del país vecino del norte. 

Me impresiona el descarnado lenguaje de una columna editorial que publicó The New York Times, octubre 24, 2020, bajo el título: R.I.P., G.O.P. al que acompaña un gráfico sumamente sugerente: –un elefante semienterrado, asomando solamente su lomo a modo de lápida de una tumba, con esa inscripción R.I.P., G.O.P–. Está firmado por la Mesa Editorial, que se distingue perfectamente de la Sala de Prensa del diario; y sin rodeos afirma que su visión está informada por el expertise, la investigación, el debate y ciertos valores de largo aliento. El subtítulo elegido no deja lugar a dudas: “The Party of Lincoln had a good run. Then came Mr. Trump” (El Partido de Lincoln tuvo una buena carrera. Luego, vino Mr. Trump).

Sus contenidos son aún más reveladores. De todas las cosas destruidas por el presidente Trump, el Partido Republicano es la más alarmante. “Destruido” es simplista, es la pérdida de soberanía, una abdicación a ejercer su poder. Fue corroyendo su médula, es una corteza, queda vacío de ideas, valores, integridad. Para sólo preservar su propio poder, (Trump), al precio de las normas desmanteló instituciones e ideales. Mas, su disolución es mala para la democracia de Norteamérica. Pues, un sistema político saludable necesita partidos competitivos (que defienden el carácter y valores de la familia), para darle a los ciudadanos una opción de visiones, ideologías, de gobierno y de políticas públicas. Para las democracias modernas liberales es crucial, es esencial que concurran partidos de centro derecha, con el fin de atemperar aquellos elementos más radicales del espectro político. El “trumpismo” es una ideología reducida a una paranoia reptante, de atención a las quejas de los blancos, es un populismo autoritario; el llamado “proyecto Lincoln” como facción partidista es una banda centrada en el autoservicio y hambrienta de poder. Yo añado, en esencia, un factor inequívocamente polarizador.

Eso de la “banda” me recuerda aquel filme de Good Felas (Robert de Niro, Joe Pesci, 1990, Dir. Martín Escorsese). Ecos que resuenan en los “buenos muchachos”, con fervor militante bajo otra banda populista.

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