En la pantalla del televisor, unos segundos después de que se desvanecían las barras de color, aparecían miles de puntos revolviéndose, generando una especie de zumbido monótono, una sentencia de que no habría más programas. En la radio, ese sonido aleatorio, surgía al intentar sintonizar entre estación y estación, siempre cuando se llegaba a un extremo del dial, atrás quedaban las voces y la música, sólo el ruido blanco, esa nieve sucia. Ahora sé que ese sonido puede ser empleado con fines terapéuticos, leo por ahí que ese sonido logra que el nivel del umbral auditivo alcance su velocidad máxima y que los estímulos auditivos más intensos sean menos capaces de activar la corteza cerebral durante el sueño, por lo que se recomienda a quienes tienen trastornos de sueño. No lo sé, a mí siempre me ha parecido inquietante por lo que se oculta detrás de esa barrera.
No es sólo que el ruido blanco señalara el final de las transmisiones de televisión o que no se tenía la habilidad para atinarle a la sintonía radiofónica, tampoco es que esperara a que surgiera un ser maligno de entre la electricidad estática, como en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), para mí era algo más inquietante, a veces, sobre todo en las noches, cuando la estación de radio que escuchaba finalizaba su programación, por entre la nieve sucia de ese sonido se colaban sonidos apagados de otras emisiones, el intercambio de la radio de banda civil o, peor, de la frecuencia que emplea la policía. Ominoso, esa es la única palabra que tengo para describir ese momento en que esos sonidos interrumpían el ruido blanco.
Durante el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, al final de la jornada reviví con intensidad esas noches en que surgía el sonido ominoso, en todas partes, por todas partes se dieron cifras sobre la violencia feminicida, miles de mujeres y hombres repetían las mismas palabras desigualdad, machismo, equidad, patriarcado, desigualdad, brecha salarial… En las calles se gritaron las mismas consignas en todas las manifestaciones, un ruido blanco que adormecía.
Un reporte de Sara Pantoja para APRO relata el mitin en el Zócalo de la Ciudad de México con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, desde el templete donde se concentró un grupo de madres de hijas desaparecidas le gritaban a los reporteros ¡Hey, cámaras, la nota está aquí!, La nota está aquí!, “rogaban ellas por la atención de las cámaras que grababan a un pequeño grupo de jóvenes encapuchadas, identificadas como del Bloque Negro, quienes a unos metros de ahí trepaban la reja para entrar a la Catedral Metropolitana, o las que robaban casas de campaña, de las pocas que quedan en el plantón antiAMLO, para prenderles fuego y danzar alrededor, al coro de: ‘somos malas, podemos ser peores’”.
Entendí la sensación de estar viviendo el ruido blanco al recordar cada una de las transmisiones de esas marchas, en que locutores irresponsables centran su atención en las manifestaciones violentas de las mujeres, enfocando su atención a los golpes, insultos, a la violencia, camarógrafos volcados a conseguir la imagen más impactante de las encapuchadas, de aquello que se rompe o arde. Ni un solo noticiero falló en ese enfoque, y de fondo, al fondo, acallada, la expresión dolorosa de las víctimas.
Antes, sabía que, para escapar de la fascinación del ruido blanco, al menos en el radio, se requería girar el indicador sobre el dial hasta el punto exacto que nos sacaba de esa nieve sucia. Hoy, todavía no encuentro la manera de escapar a la estigmatización que se hace de las protestas, para así rescatar del fondo lo que vale la pena escuchar.
Coda. “Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta —cómo ardemos por ser llamados a responder—, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.” Silencio, de Clarice Lispector.
@aldan