APRO/Roberto Ponce
Dueño de un humor ácido y una visión crítica del poder, el periodista y analista político regiomontano Roberto Guillén, compilador de los ensayos El ser demócrata. Panorámicas de la democracia en diálogo (Nodos/CCE, www.ceenl.mx) publica Viva López Obrador, crónicas de un activista, en Poder y Belleza, portal en red del que es administrador.
Guillén es autor, además, de Tiempo de perros (Editorial Oficio, 2005), Pasión por el Arte (UANL, 2008), Migración y humanismo en la vida del Padre Pantoja (Universidad Metropolitana de Monterrey, 2016) y Cuando la muerte salió de shopping en Monterrey (Oficio, 2019).
Ofrecemos la siguiente crónica de su más reciente libro, por cortesía del escritor.
En “La Macro” con Botero
Son las 11:07 horas y una cincuentena de trajeados esperan frente al caballo del millón de dólares la llegada de Fernando Botero y el góber Natividad González Parás.
Lo han citado en la Explanada de los Héroes, a unos cuantos metros del Caballo de Morelos; situación que genera comentarios entre la otra esfera de asistentes, es decir, la gente que no trabaja en el gobierno y que no puede acercarse más a la obra de arte porque un cordón de seguridad se lo impide, lo que también provoca el siguiente diálogo entre dos voces inconformes:
–Oiga, ¿ya se dio cuenta?
–¿De qué?
–Que allá es sombra y aquí estamos la raza de sol.
–Aahhh… tiene algo de razón… ¿y ese caballo va a relinchar o qué?
–Quién sabe… parece que sí.
–Noo… los caballos de Morelos y de Escobedo se le van a ir encima, porque son caballos de lucha… y ese, mire, está muy percherón.
–Sí, está muy grandote, se me hace que nomás anda buscando el ocio.
–Debería aprender de Diego Rivera, que reflejaba en sus pinturas la lucha del pueblo por la reivindicación social.
–No, pero este artista también tiene cuadros donde pinta el salvajismo que les hicieron los gringos a los presos de Irak…
La escena de los dos asistentes al histórico caballo en bronce, del artista colombiano, es adornada con racimos de globos en blanco en cuya superficie está impresa la figura del equino que fue donado por la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC). La gente sigue llegando (¿300? ¿350? ¿400?), pero Botero y Nati no llegan. Y en su ausencia, por el aire se pasea el sabor de Celso Piña:
“Suena suena y emociona, nuestra, nuestra acordeona”.
Una vez más el reportero estira la oreja para escuchar al parroquiano de la boina negra que continúa en su diálogo corrosivo:
“No, si todos esos trajeados me gustan para que vivan en la Del Valle… de esos que toman el agua de manera clandestina, y no solo para sus casas, sino también para sus empresas y ranchos… esos todo lo agarran”.
El desfile de casimires y corbatas continúa traspasando el cordón del VIP, pero al preciso no se le ve por ahí. Lo que sí aparece es un joven universitario, que entre los circunstantes representa su performance con el toque de la subversiva originalidad. Se te acerca y te entrega un papelillo donde alcanzas a leer:
“¡¡¡Ayúdame!!! No soy ciego, ni mudo, ni pobre. Tampoco tengo un mal mental. SOY RICO Y CON PODER. Por lo tanto, tengo prohibido conocer el AMOR. Sólo puedo ser frío y calculador. Se me prohíbe sentir lástima por alguien. No puedo ayudar a nadie, sin recibir nada a cambio. No tengo derecho a tener una sola pareja. Ni tampoco tener sexo sin pagarlo. Tengo que usar siempre uniforme (ropa cara y a la moda, joyas etc.), nadie puede ser honesto conmigo. Si está en desacuerdo, sólo pueden alabarme, de lo contrario estoy obligado a eliminarlo. Por favor, AYÚDAME”.
Y luego te da otro papelillo, pero en blanco, para que le des una opinión de lo que anda haciendo y que se lo pegues en sus ropas…
Al fin aparece Natividad González y Fernando Botero, ambos acompañados con sus respectivas señoras. También se ve por ahí a mi brother, Romeo Flores Caballero, a la conflictiva Rosita Loyola, a Lombardo Guajardo y a Luis David Ortiz. Atrasito de ellos está el caballo del millón de dólares, y contiguo, la bandera de México, la bandera de Colombia y una banderola más que representa al estado de Nuevo León.
Un funcionario nativista al micrófono informa de los pormenores de la obra, que cuánto costó, que quien la donó, que dónde se va a quedar, para luego adornarse con el refrán de rigor: “A caballo regalado no se le mide el diente”. Funcionariamente cotorro.
Toca el turno a Botero, quien sorprende con un discurso cargado de vena social, tan distante de los textos y opiniones de hielo frigorífico que suele pronunciar el gober González Parás:
“Yo creo que el arte cumple una función social y civilizadora… que sirve para enriquecer el espíritu de la comunidad”.
El artista colombiano –que fue vetado en la Unión Americana por George Bush a causa de su obra sobre los torturados irakíes en Abu Gharib– en su discurso se remontó a la Grecia Antigua, cuando el arte era público, cotidiano y gratuito, y no como en la actualidad que lo pretenden embotellar para una descafeinada cofradía glotona.
“Prefiero expresarlo como en sus orígenes, que era puro y gratuito para todos los habitantes”.
Después vendría el discurso del góber, cargado de frases comunes, como eso del patrimonio colectivo, el hogar colectivo, etc, etc, etc. O sea, un enjambre de frases que suenan bonito, pero que no conectan, que no rasguñan la sen-si-bi-li-d-a-d, para rematar después con su cansina diplomacia de siempre:
“Y que viva muchos años este caballo de Botero”.
Clap-clap-Clap-Clap-Clap y más Claps.
Al término del acto los flashes se fueron con Botero, mientras que por otro bochornoso lado, un performancero era hostigado por los gendarmes del estado, muy rabiositos para llevarlo al bote; pero la hermosa solidaridad de los circunstantes advirtieron a los gorilas que tan solo se trataba de un joven universitario que desarrollaba su performance en la “Ciudad del Conocimiento”.