Hace cuatro años se estrenó una película catalogada por los que entienden de ello, de suspenso y/o terror, por la temática desarrollada por la cinta. El personaje central desarrolla 23 personalidades distintas, situación que obedece a la presencia de un trastorno de identidad disociativo o de identidad múltiple, trastorno eminentemente sicológico y que afecta a un sólo individuo, aunque tenga repercusiones en su entorno inmediato con diferentes niveles en sus efectos, casi todos, perniciosos.
Volviendo los ojos a México, y sin la intención de jalarnos los pelos para forzar un símil con la película en mención, hoy podemos apreciar, la existencia de un México fragmentado. El origen de esta fragmentación quizá tenga sus orígenes desde la fundación de la nación mexicana, desde hace “más de 10 mil años”, como afirmaría nuestro letrado y documentado presidente; o, para efectos prácticos, desde el inicio de la asimilación del país a la cultura occidental iniciada con la Conquista, aunque nos debamos conformar con sólo 500 años. El desarrollo y la evolución histórica de nuestro querido México, nos ha traído hasta este momento, un 2020 complicado.
Es importante afirmar la importancia de que todo individuo, así sea un complejo espécimen como lo puede ser un país (actualmente la ONU tienen un padrón de 193 países/individuos) muestre un sentido de integridad y unidad entre sus partes vitales, en este caso, de las personas que integramos su sociedad, la organización que le da origen a su economía, a las acciones que le educan, le mantienen sano, que le proporcionan su infraestructura y movilidad, y le relacionan con otros individuos (países), o que relacionan una parte de la sociedad mexicana con otra.
Nuestra historia inmediata, quizá del último siglo, lanzó al país a la búsqueda de una nueva identidad nacional, las condiciones surgieron de un movimiento revolucionario, que agitó las condiciones sociales de México, en un afán de incorporarnos a un concierto cambiante del orden mundial efervescente. De alguna manera se resolvió el momento y nos lanzamos al futuro. Las pasadas tres décadas, fueron caminando a partir de un esquema de identidad y unidad nacionales, muy peculiares, donde la sociedad mexicana aceptó, una estructura social y política que permitiera incorporarse a una dinámica de desarrollo, en el marco estable. Pero, la responsabilidad (y la autoridad) para que ello procediera, recayó en una clase política, que probó las mieles del poder y los encantos de la posibilidad de obtener riqueza, como un bono a su función pública. Llamámosla hoy corrupción.
Nos alcanza por fin en esta ruta, el hartazgo de la sociedad que se identifica con la parte ofendida por esas prácticas perniciosas de la clase política empoderada por décadas, y, el 1 de julio de 2018, un movimiento político que representa en mucho a ese fragmento mayoritario del hartazgo social, derrumba un sistema político confiado y ensimismado, en su poder político, hasta entonces inamovible. En esa competencia política, de hace dos años, también estuvo en la lid otro fragmento del país, dispuesto a impulsar su propia versión del cambio, identificado con una visión de país que exigía un cambio, pero con su propia visión de futuro. Pero el resultado fue categórico, contundente. La vía del cambio estaba trazada. Al menos tres fragmentos de un mismo país se definieron hace un par de años, el desplazado del poder, el que se quedó al margen, y el que triunfó.
Todo estaba puesto para la llegada de la muy promocionada Cuarta Transformación (4T), el bono democrático alcanzado en el proceso electoral era lo suficientemente grande para abrir el camino al cambio. Hay una consideración en la disciplina de la organización que contempla que, a la llegada a una nueva empresa, es importante dejar lo que está funcionando, hacer a un lado lo que no, e impulsar o crear los elementos que son necesarios para llevar a cabo el nuevo plan. La 4T, no procedió así, en su visión todo estaba mal, estaba corrupto, era imprescindible deshacer todo: instituciones, leyes, programas, proyectos, y reemplazarlos. En el imaginario de los responsables de impulsar la transformación profunda de México, la política educativa, la política energética, la política laboral, la política social, la política de seguridad, toda política pública heredada era candidata a ser cambiada, sustituida, desmantelada. Este fragmento de la 4T se constituyó en el fragmento hegemónico, dominante, que determinaría la forma, el ritmo y el rumbo del resto de los fragmentos. Al menos así lo calculaba para sí.
Probablemente, esta consideración de la 4T hubiera tenido éxito, si hubiera mostrado un poco de humildad e inteligencia. Tal vez, efectivamente, el universo de las políticas públicas vigentes, estaban desajustadas respecto a su visión de justicia, pero era una transición, un proceso histórico, no cambiar una llanta. El nuevo gobierno procedió a desarmar todo, sin tener, en casi todos los casos, los elementos que sustituirían a lo desechado o las alternativas a la altura de lo cambiado. Ahí está el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, el Seguro Popular, Prospera, Estancias Infantiles, la proveeduría de medicamentos para enfermedades catastróficas, las energías limpias, y así…
Encima, nos alcanzó la pandemia, y remarcó la división del país, se acentuó la fragmentación. La ausencia de una estrategia seria de combate a la emergencia provocada por el Covid-19, provocó el surgimiento de decenas de estrategias regionales o locales, más de 101 mil muertes muestran el error. Además, a partir de la contingencia sanitaria, surge un fragmento de gobernadores variopinto, que se confronta al central. La posibilidad de un proyecto transformador, se va, día a día, desdibujando, y la oportunidad de, vamos a decir, una bien intencionada 4T, se aleja a grandes zancadas justo en sentido contrario a lo que pretendía. Hoy la percepción de la corrupción crece en el ánimo ciudadano. La inseguridad está fuera de control, así como la resolución de la doble crisis nacional, la sanitaria y la económica.
Recién apareció un fragmento callado y poderoso, el militar. Se hizo sentir y dominó. Los fragmentos de México están confrontados y urge quién los pueda gobernar.