Las próximas vacaciones decembrinas/ El peso de las razones  - LJA Aguascalientes
23/11/2024

¿Para qué trabajar? Una respuesta sencilla: para poder tener el tiempo y el dinero para poder descansar. Y así es. Todos esperamos esos días anhelados: aquellos en los que podremos olvidarnos de todo por un momento, sólo uno pequeño, unos cuantos días que se resbalan, acuáticos y jabonosos, cada año cuando marzo agoniza y abril comienza, o cerca de la Navidad (que mucha gente desprecia y yo disfruto como niño). 

La Santa Semana, casi secularizada de las implicaciones religiosas, se abre para los mexicanos como un espacio de juego y recreo. Pocos conmemoran con celo y seriedad la pasión de Cristo. Todos, como manada histérica, huimos en estampida a las playas de Guerrero o Jalisco, algunos menos a Veracruz, los afortunados al Caribe o al extranjero. Al final, lo mismo: una terapia indispensable contra el estrés y la fatiga iniciados en la cuesta de enero.

Se habla tanto de ‘crisis financiera’ y ‘pandemia’ en días recientes que uno habría de suponer que todos permaneceríamos en casa durante los ciclos vacacionales este año. Falso. El mexicano seguirá abarrotando Acapulco o Puerto Vallarta, la arena se bañará de sudor y sal marina, y el aire trasportará todas las variantes de olor a coco de los protectores solares y bronceadores.

Nada nos alejará de la meta: unos pocos días de playa aunque nuestra habitación no tenga vista al mar. Algún coco con valentina, aunque no tengamos el privilegio del ‘todo incluido’.

Las vacaciones llegan hasta los primeros días de mayo o hacia finales de enero. Un violento virus, el SARS-CoV-2, ataca nuestro país y al mundo de cabo a rabo. Algunos lo toman con gracia. Ríen, como ríen siempre de cualquier cosa y bajo cualquier pretexto. Otros, hijos de las teorías de la conspiración, sospechan. Imaginan cortinas de humo, cómo el gobierno a nuestras espaldas decide el destino del mundo sin que podamos algún día averiguarlo.

En tiempos de la influenza H1N1, éramos los apestados. Nadie quería a un mexicano en sus tierras. Cancelaban los vuelos, echaban a patadas a nuestros jugadores de futbol de sus países, y ser mexicano era algo similar a ser leproso en el medioevo. Hoy eso no sucede porque el virus haya surgido en nuestro territorio, como hace algunos años, sino porque nuestro gobierno no ha hecho bien su trabajo.

Yo, he pasado por todos los grados de la escala patética durante estos días. Primero, he evadido campante el tema, aunque he extremado los cuidados. Las llamadas de algunos amigos me ponen los nervios de punta. Descubro que también algunos pensantes tienen miedo. Piensan que no nos han dicho todo, que la cosa es más grave de lo que parece. Cuelgo. Empieza la paranoia. Creo que tengo fiebre, que me duele la garganta. La noche es larga. En algún momento me quedo dormido. Al despertar, el miedo desaparece. Me parecen desplantes seniles.

Luego, como debe suceder, trato de racionalizarlo todo. Es probable que lo que está pasando no sea más ni menos que lo que dicen. Que es posible que tengamos en algún momento del año que viene disponible una vacuna, que con una atención temprana casi siempre hay esperanza. Pero la situación en verdad es gravísima, y creo que pocos comparten dicha evaluación.

Finalmente, mi condena: si de hecho es como dicen, las medidas tomadas por el gobierno federal están lejos de su justa proporción. Algunas personas piensan que son medidas de primer mundo para tercer mundo. Parar la economía, como lo han hecho indirectamente, sólo traerá más problemas. Siguen los cuestionamientos de los más escépticos: ¿valen las medidas contra el contagio, y el pánico creado en la población, la desmesurada pérdida de empleos?


Estas vacaciones decembrinas serán todo menos normales. Tendremos, pese a la calma de los escépticos, que pasarla en casa. Quizá, en el mejor de los casos, ver a algunos miembros de la familia y cenar a su lado. Pero no dudo que los habrá intrépidos y poco prudentes: las playas de Acapulco y Puerto Vallarta tendrán, al menos, a sus más asiduos en sus arenas.

 

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