No hay nada más eficaz para exhibir las fallas de un sistema que la transparencia, aunado a la rendición de cuentas y la máxima publicidad, se dispone de un juego de herramientas que auxilia a la impartición de justicia y promueve la participación ciudadana. No exigir a las instituciones que los lineamientos establecidos el Sistema Nacional Anticorrupción y dejar todo a la voluntad de los hombres es una petición insensata y que alienta la opacidad, pues deja a la interpretación de los individuos toda la responsabilidad.
Por sí misma, la Guía ética para la transformación de México, propuesta por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, no es un mal documento, son 20 principios desglosados en valores y preceptos que se haría bien en tomar en cuenta como ciudadanos: “Del respeto a la diferencia; de la vida; de la dignidad; de la libertad; del amor, del sufrimiento y el placer; del pasado y del futuro; de la gratitud; del perdón; de la redención; de la igualdad; de la verdad, la palabra y la confianza; de la fraternidad; de las leyes y la justicia; de la autoridad y el poder; del trabajo; de la riqueza y la economía; de los acuerdos; de la familia y, de los animales, las plantas y las cosas”.
Es difícil pensar en alguien que no esté de acuerdo en que las personas deban seguir alguno de estos lineamientos, sí creo que algunas de ellas podrían ayudar a ser mejores individuos. El problema es que el gobierno federal plantea que se deben seguir estos principios para apoyar la transformación de un país en que las conductas individuales fueron afectadas por el modelo neoliberal, hasta convertir esos malos procederes en un sistema. La Cuarta Transformación considera las políticas de los regímenes anteriores como una enfermedad que, al contagiar a la sociedad, nos convirtió a la mayoría en seres despreciables, personas que actúan de mala manera sólo por el hecho de vivir en un país gobernado por el PAN o el PRI.
Este pensamiento está en la misma línea de simplicidad de aquella consideración de Enrique Peña Nieto acerca de considerar la corrupción como un fenómeno cultural, una fuerza que nos obligaba a comportarnos así, cuando el problema es la normalización de las prácticas corruptas, el andamiaje de un sistema que alienta, procura y se sirve de ellas.
Si esto es de por sí ya grave, la simplicidad de esta guía es denigrante cuando se refiere a las víctimas. Es inmoral demandar a una víctima que perdone cuando tenemos un sistema que funciona a partir de la impunidad. La Guía propuesta por la Cuarta Transformación, como todas las buenas intenciones de López Obrador en su combate a la corrupción, es superficial, apuesta al buen comportamiento de los individuos y no se propone desmantelar el andamiaje institucional, ni incidir en las conductas que en la esfera privada vulneran la dignidad y los derechos de las personas.
“Pide perdón si actuaste mal y otórgalo si fuiste víctima de maltrato, agresión, abuso o violencia, que así permitirás la liberación de la culpa de quien te ofendió”, se atreve a aconsejar la Guía de la Cuarta Transformación, y en nada es distinto a la gazmoñería con que los muy devotos, a lo largo de nuestra historia, han tratado de guardar las apariencias.
Con esta Guía, la Cuarta Transformación se exhibe como un gobierno irresponsable con su actuar, porque de todo responsabiliza a quienes cree sus súbditos, a quienes no se someten al orden propuesto.
Coda. “Cristo quería a los justos, habitaba las buenas conciencias, pertenecía a los hombres de bien, a la gente decente, a las buenas reputaciones. ¡Que cargara el diablo con los humildes, con los pecadores, con los abandonados, con los rebeldes, con los miserables, con los que quedaban al margen del orden aceptado!”, de Las buenas conciencias, de Carlos Fuentes.
@aldan