En la historia ya están las respuestas del futuro.
Tomás Quintín y Nico Guthmann. 220 Podcast.
Las circunstancias globales que atravesamos, y las experiencias locales que de ellas tenemos, nos permiten construir explicaciones y extraer lecciones de la contingencia sanitaria del Covid-19 que pueden aplicarse a los conflictos socioambientales a cualquier escala. Dado que dichas experiencias están fuertemente mediadas, no sorprende que el término “conspiranoia” y peligrosas teorías abiertamente conspiranoicas abunden en los mensajes tanto de las plataformas convencionales de comunicación como de las redes sociales (presenciales y electrónicas). Este texto pretende esbozar algunos antecedentes históricos y consecuencias actuales de la conspiranoia ambiental, a la luz de la Pandemia del SARS-CoV-2, sí, pero también de la Emergencia Climática y las crisis socioambientales que estamos enfrentando.
¿Qué son la conspiranoia y el negacionismo?
El término “conspiranoia” es, según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), válido, preciso y adecuado para aludir a cierta “tendencia a interpretar determinados acontecimientos como fruto de una conspiración”. El Observatorio de palabras de la Real Academia Española recoge su adjetivación (conspiranoico, conspiranoica) como “un acrónimo humorístico formado a partir de conspira(tivo) y (para)noico”. El Diccionario Léxico, auspiciado por Oxford University Press, describe así conspiranoia: “Convicción obsesiva de que determinados acontecimientos de relevancia histórica y política son o serán el resultado de la conspiración de grupos de poder o de un grupo de personas influyentes”. En el ámbito académico, el Dr. Viren Swami la explica como un “subconjunto de narraciones falsas en las que se cree que la causa ulterior de un evento se debe a una trama malévola de varios actores que trabajan juntos”. Una de las expresiones de la conspiranoia es el negacionismo que, según publicaron Pascal Diethelm y Martin McKee en el European Journal of Public Health, incluye la presentación de argumentos y recursos retóricos para aparentar la existencia un debate legítimo donde no lo hay, con el propósito de atacar una proposición sobre la que existe un consenso científico o académico.
¿No son la conspiranoia y el negacionismo vocablos para atacar el pensamiento crítico y la sana postura escéptica?
El sitio web de ciencias Escepticismo o barbarie es muy claro en la distinción: “el escepticismo requiere siempre refutar las ideas y contrastarlas con evidencias, mientras que el negacionismo busca (o directamente inventa) las pruebas que confirman sus ideas o creencias, sin llegar nunca a ponerlas en duda”. “Ser científico es poner constantemente las propias ideas a prueba y estar abierto a la crítica, empezando por la autocrítica. Sobre todo, es estar dispuesto a cambiar de opinión”, asegura Guillermo Cárdenas en la revista de revista de divulgación científica de la UNAM ¿Cómo ves?; “A los negacionistas en cambio, contrasta Cárdenas, parece que no existe argumento posible que los convenza de que se equivocan y eso, en la ciencia, equivale al suicidio”.
Como Sabrina Tórtora desarrolla, con una buena dosis de sarcasmo, en Preguntas Incómodas, ya hay una notable cantidad de fuentes académicas que dan cuenta de la psicología detrás de las teorías conspirativas y de su caracterización, así como una pintoresca serie de estos planteamientos, como la idea de que La Tierra es plana, que un proyecto científico (HAARP) es en realidad un arma geoestratégica para causar terremotos, que la llegada del hombre a La Luna hace medio siglo fue un montaje cinematográfico (atribuido al mismo Stanley Kubrick), o que una élite de extraterrestres reptilianos domina los principales gobiernos del orbe. Pero la relevancia de estos dos conceptos rebasa por mucho lo curioso o lo anecdótico: las manifestaciones de la conspiranoia y del negacionismo pueden tornarse en cuestiones de vida o muerte, desde el estruendoso daño que mediante amenazas y atentados provocan las personas y agrupaciones conspiranoicas, hasta el latente riesgo en que ponen a la salud y bienestar públicos mediante sus negativas a la vacunación, al combate del racismo y del sexismo, en lo social, o del cambio climático, en lo ambiental.
La importancia de saber discernir.
Carl Sagan, a quien es indispensable citar cuando se habla de escepticismo, escribió proféticamente en El mundo y sus demonios que “para encontrar una brizna de verdad ocasional flotando en un gran océano de confusión y engaño se necesita atención, dedicación y valentía”. Echando mano de la misma metáfora del Dr. Sagan del “dragón en el garaje”, la diferencia sería así: si yo le pido que acepte que en mi garaje hay un dragón sin ofrecer pruebas verificables y reproducibles, lo que le estoy solicitando es un acto de fe; si le presento evidencia metódica, contextualizada, comprobable y contrastable, le estoy exponiendo un hallazgo científico que seguramente ya estará en proceso de publicación académica y por aparecer en los principales espacios noticiosos; pero si lo que le planteo es una colección de razonamientos forzados, eventos inconexos y datos no concluyentes, cuyas fallas lógicas y huecos argumentales atribuyo a una conspiración perversa, entonces tenemos entre manos una teoría conspirativa.
También es necesario considerar que la historia de la humanidad, en general, y de la ciencia, en particular, da cuenta de ideas que en su momento fueron aceptadas por la comunidad científica y que resultaron ser incompletas o incluso falsas; y lo opuesto: novedosas ideas que tuvieron una negativa recepción por la Academia, aunque con el tiempo terminaron siendo demostradas y asumidas. Lo que también hay que enfatizar es que esa misma mirada histórica muestra que en la construcción del conocimiento científico no hay verdades infalibles, ni preguntas informulables: las nuevas y mejores ideas sustituyen a las anteriores y quienes las proponen y demuestran reciben el reconocimiento de la comunidad… salvo de los sectores conspiranoicos y negacionistas, como veremos a continuación.
El caso de la teoría de la evolución de Charles Darwin.
Desde mi lectura, la publicación de El origen de las especies por medio de la selección natural marca el caso precedente histórico en la conspiranoia biológica, ecológica y ambiental. Si bien la comunidad científica fue abiertamente reticente al inicio, la solidez de las pruebas con las que Charles Darwin apuntalaba sus argumentos fue acompañada por la convergencia de otros hallazgos y, paulatinamente, con descubrimientos que detallaban con progresiva profundidad los cómos a los planteamientos desplegados por Darwin y defendidos por Thomas Henry Huxley. En completa negación, a partir de ese momento hasta la fecha, ciertos sectores han literalmente satanizado la persona y el trabajo de Charles Darwin, despreciando no sólo el cúmulo de conocimiento científico producido desde entonces por diversas disciplinas, sino adjudicándole al naturalista inglés el papel de emisario demoniaco cuyo objetivo era socavar la fe, desmoralizar a la juventud, y sembrar la duda y la división entre la comunidad, como parte de un plan conspirativo de “dominación mundial, ruina de la civilización y destrucción del propio Cristianismo” (Paterson y Rossow, Chained to the Devil’s Throne: Evolution & Creation Science as a Religio-Political Issue).
Conspiranoia ambiental actual.
No es de sorprender que los sectores negacionistas y conspiranoicos en torno a la Evolución, coincidan con en valores e instituciones con quienes ahora expresan y promueven ideas negacionistas y conspiranoicas con respecto al cambio climático (y la consecuente Emergencia Climática), a la interrelación entre la especie humana y la demás comunidad de la vida en el planeta, el veganismo y la protección de las especies distintas a la humana como un tema de justicia social, y la urgente necesidad de una Nueva Normalidad a la altura de los retos ambientales. Las palabras que Bernard Baruch escribió en 1946 siguen resonando ahora: “Todo hombre tiene derecho a tener una opinión, pero nadie tiene derecho a equivocarse en sus hechos. Ni, sobre todo, insistir en esos errores como hechos”.