En pandemia caminar se ha vuelto una actividad riesgosa por las razones que ya todos sabemos, también es doloroso, no hay cuadra que se recorra sin que se encuentre una cortina metálica cerrada, un candado y el anuncio de Se renta a un lado, duele pensar en los millones de personas que ya no tienen empleo, en los que ya no pueden emplear, en todos los que no han logrado mantener un trabajo a causa del contagio; no sin asombro, otro anuncio que he visto prosperar, quizá en la misma medida que el de los alquileres, son aquellos donde se ofertan lecturas de tarot, quiromancia y adivinaciones del futuro. Nos urge saber dónde vamos a estar, si vamos a poder estar.
Por experiencia personal descreo de los adivinadores, sólo he estado cerca de quienes encuentran la respuesta que quieres después de leerla en tu mirada, esos que completan tus frases y extienden en la medida que le atinan, charlatanes que toman el pulso de nuestra necesidad y construyen vaguedades en las que cualquier cosa cabe: un amor antiguo, una relación reciente, una muerte cercana, la sorpresiva recepción de dinero o una deuda saldada mágicamente. Tanta es nuestra necesidad de certezas que somos capaces de entregarla a un desconocido con tal de que nos la devuelva forrada en esperanza.
Con el encierro voluntario hemos desarrollado también una necesidad de explotarnos a nosotros mismos, ser mejores de lo que somos en el presente, se ha vuelto una obsesión ser algo más, antes que pensar en cómo y dónde estamos, se ha exasperado la obligación de agregar novedades al catálogo personal, antes que afirmar quiénes somos se nos impulsa a demostrar que podemos hacer más.
Como los anuncios de Se renta o los de adivinos, a través de las redes sociales proliferan quienes te ofrecen su conocimiento, desde coach de vida hasta acompañantes de emprendedores, por supuesto gurúes que te iluminarán con su filosofía. Si antes de la pandemia ya eran multitud quienes pergeñaban manuales de autoayuda, lo de hoy es una legión de influencers que están dispuestos, por unas cuantas monedas, a allanarte el camino hacia un novedoso tú, uno que no eres.
Con la misma desconfianza con que se debe evitar el contacto visual con quien te toma el pulso para leerte las líneas de la mano, así se debe confrontar a los maestros que venden sus servicios a través de las nuevas tecnologías, porque lo que están generando es la eliminación del método socrático, lo intercambian por una supuesta horizontalidad donde no se intercambian y comparan premisas.
La fórmula es sencilla, los charlatanes piden establecer un diálogo antes que compartir su conocimiento. Los nuevos maestros exageran la amabilidad de su disposición e invitan al público a que expresen sus puntos de vista, porque el maestro está ahí para aprender de ellos, antes de confiar sus descubrimientos o compartir sus tesis piden a la audiencia que tome las riendas de la conversación, que sean ellos quienes determinen el puerto al que debe llegar la conversación, mientras eso sucede, una vez saciada la vanidad de creer que todas las opiniones valen lo mismo, el maestro se dedica a llenar los huecos de la ignorancia. No hay diálogo, no hay debate, el método único es hacerte creer que el respeto consiste en no llevarte la contraria, en tomarte de la mano y llevarte a un lugar en el que no necesitabas estar, pero ya compraste.
Con la misma desconfianza con que se atiende a quien desde el pedestal de huacales te va a dictar cátedra por todos los libros que ha leído, se debe sospechar de quien te pide caminar a su lado con los ojos vendados.
Coda. Mientras digo no a otra de esos cursos, navegando, me encuentro con “¡Qué nochecita!”, un poema que Anne Carson leyó en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca y que la revista Este país acaba de publicar, un fragmento:
A Sócrates le basta con hablar.
Hablar, aquí, es de lo más común.
En Atenas, los oradores son famosos.
Pericles, por ejemplo.
Pericles es bueno, pero
al escucharlo se vuelve bastante predecible.
En cambio, cuando habla Sócrates,
me pasa algo extrañísimo,
no sé bien
qué: es una sensación arrebatadora
parecida a un ataque al corazón, parecida a bailar:
las noches que uno baila como en trance
y al verse en el espejo se descubre llorando.
@aldan