La elección estadounidense fue un final explosivo para la saga politicoteatral de Donald J. Trump. Luego de 5 años (si contamos la campaña previa a su victoria en 2016) este sujeto sacudió la política mundial con sus singulares formas y mensaje crítico de los “políticos de siempre”. Como cualquier serie dirigida por un narcisista, el final de Trump es Presidente se ha extendido de manera agónica, pero su derrota parece ser decisiva. Hoy presentaré un panorama general de lo que ha sucedido hasta ahora.
La primera noche de la elección se dio el espejismo rojo que se había pronosticado, en el que parecía que Trump tenia una enorme ventaja dado que varios estados contaban los votos por correo al final, los cuales favorecían fuertemente a Biden. Cuando el estado de Florida se pintó de rojo temprano esa noche, estaba claro que no se daría la victoria avasallante para los demócratas que las encuestas pronosticaban. Mientras el partido azul hubiera preferido un nocaut contundente, las encuestas erraron más que en 2016, poniendo en duda la capacidad de estos métodos para predecir elecciones en los contextos políticos cambiantes del siglo XXI. La investigación empírica y cualitativa tiene mucho que aportar sobre las corrientes políticas emergentes de nuestro tiempo.
El espejismo rojo me llegó engañar a mí, que había tuiteado al respecto unas horas antes de entrar en pánico. Me fui a dormir pensando: “no has aprendido nada desde 2016, Trump lo volvió a hacer”. Sin embargo, cada día de la semana traía mejores noticias: Miércoles: “Biden supera a Trump en Wisconsin y Michigan” Jueves: “Biden se acerca a Trump en Georgia”. Viernes: “Trump pierde posibilidades en Arizona”. Sábado: “Biden es virtualmente el ganador de la elección”. Domingo: “Trump se niega a aceptar el resultado”.
De forma tremendamente predecible, Trump ha desatado un caótico zafarrancho legal al negar el resultado de la elección y lanzar decenas de demandas en varios estados. Lo que se esperaba fuera una dura prueba para las instituciones estadounidenses no ha sido más que un vergonzoso desfile de demandas sin fundamento y abogados preocupados por perder su licencia al verse obligados a mentir en la corte. Ante este escenario y bajo la presión de su hija Ivanka –quien tiene una influencia considerable sobre el presidente–, Trump insinuó una concesión al permitir el inicio de la transición de poder a través de un refunfuñante tweet.
Lejos de rendirse, en este tiempo Trump ha presionado a jueces, legisladores y escrutadores republicanos para ponerse de su lado en estas acusaciones. Además, sigue twitteando regularmente que la elección estuvo arreglada y que él fue el ganador si se cuentan los “votos legales”. Siendo realistas, la única oportunidad que realmente le queda es tratar de influir en los electores enviados al colegio electoral por cada estado para elegir al presidente. Sin embargo, esto se antoja difícil, dado que necesitaría la cooperación de varias legislaturas estatales que han mostrado pocas señales de querer seguirle el juego.
Mientras tanto, el presidente de México sigue sin reconocer a Joe Biden como el ganador. Podemos decir lo que sea de AMLO, pero lo cierto es que es el mejor aliado internacional que ha tenido Trump, apoyándolo en las buenas y en las malas. No hay duda de que la administración de Biden no tomará esto como una buena señal. Toda esta cautela y antiintervencionismo no se ha mostrado en otras instancias. ¿Se trata de una medida preventiva para no enfurecer a Trump? ¿Una forma de mantener la alianza fuerte a lo largo del duro invierno que se avecina? No lo sé, pero espero que AMLO hable algún día de por qué pertenece al club de quienes no han felicitado a Biden, junto a Bolsonaro y Putin.
Un buen amigo con el que aposté esta elección me dijo que esto terminaba el 14 de diciembre, y tiene razón. El colegio electoral es el único organismo que legítimamente escoge a los gobernantes en Estados Unidos. En mi opinión ese sistema es antidemocrático por dos motivos. El primero es que es indirecto, dado que los electores son los únicos que directamente votan por el presidente. El segundo es que los votos de las personas del candidato que pierde en un estado son sistemáticamente eliminados. Por otra parte, tiene la virtud de la representación geográfica. Sea como sea, es la ley y es lo que cuenta. Las instituciones han resistido hasta ahora los múltiples intentos de Trump de presionar gente para que se sumen a sus esfuerzo abierto para llevar a cabo un golpe político, y parece que el colegio electoral no será la excepción.
Como ya se ha comentado en otros espacios, este no es el fin de Trump como político. El partido republicano se vio marcado por su paso. Su mensaje económico proteccionista y (discursivamente) antineoliberal resonó con una cantidad enorme de estadounidenses, muy a pesar de sus defectos y posiciones controversiales. Atrajo gente al partido que antes no hubiera votado por los republicanos. Es algo paralelo a lo que sucede con Sanders y el movimiento progresista en el partido demócrata. En el sistema bipartidista estadounidense, los dos partidos se están bifurcando en sus alas neoliberal y populista, con un espectro que lleva de un extremo a otro: de Trump a Romney, de Sanders a Hillary. Veremos en las próximas décadas si el bipartidismo estadounidense es capaz de resistir la ebullición que sucede en su interior.
En cuanto a Donald, nos despedimos de él como presidente hasta el 20 de enero. Por mientras ya intentó bombardear Irán y le otorgó un perdón presidencial a su exdirector de campaña Michael Flynn, quien confesó en 2017 haber mentido al FBI sobre sus contactos con funcionarios rusos. Seguramente tendrá más pendientes de este estilo antes de dejar el poder. Además, en Twitter y en televisión lo seguiremos viendo, diciendo cosas descabelladas y siendo un referente de una facción del partido republicano. Si se cumplen los rumores de que lanzará un canal televisivo, no sólo nos quedaremos con el trumpismo, sino que se multiplicará. Más que un “adiós”, tal vez se trate de un “hasta luego” para Donald.