Soy bello, soy fuerte, soy sabio, soy bueno.
¡Y todo eso lo descubrí yo solo¡
Stanislaw Jerzy Lec
La desventura del país reside en buena parte en que sus gobernantes aspiran adaptarlo al tamaño de su propia mediocridad. No me refiero solo a su probada torpeza administrativa o burocrática, sino más bien a la penuria de su imaginación moral, a la estrechez de su visión política, a la abrupta mezquindad con que desechan lo que no alcanzan a entender, a la candidez con que ven al mundo y, en fin, a su obstinada voluntad de ajustar al país al alcance de su propia pequeñez.
Lo que nutre la imagen del país que pretenden transformar deriva no tanto de sus pulsiones autoritarias –aunque no las excluye– sino de la imposibilidad de concebir un país que los sobrepase en altura y grandeza, complejidad y generosidad. Y, cuando la realidad revela sus exigencias, más apremiante les parece la necesidad de acotarla, de delimitar sus alcances, de trazar sus contornos a su propia idea del mudo.
No se trata aquí de un efecto de la familiar miopía de las ideologías, sino de una expresión casi ontológica de quien se entiende a sí mismo como la personificación de la Virtud o, de manera más exacta, de las Virtudes, de la sabiduría, la bondad, la fortaleza, la integridad, Virtudes que, además, como apunta el aforismo de Jerzy Lec, han sido autoreveladas.
Así, el melodrama que se nos ofrece cotidianamente no es tanto el de un aprendiz de dictador o tirano, sino el de la ascensión del hombre mediocre que, cautivo de sus propias limitaciones, se siente poseedor de una pretendida racionalidad transformadora cuando, en realidad, no deja de trazar e impulsar un horizonte de irracionalidad conservadora a la medida de su propia medianía.
Hay también aquí una suerte de doble usurpación: quien encarna las Virtudes cardinales no puede sino hablar con la voz del pueblo: escucharlo es escuchar al pueblo. De igual modo, quien representa las Virtudes personifica la Historia: su trayectoria estaba de antemano marcada por una suerte de destino manifiesto patria que exigía retomar la ruta extraviada.
Se nota cuando un pueblo carece de voz,
incluso si está cantando himnos
Stanislaw Jerzy Lec
Parte esencial del melodrama es que, como si se hubiese instalado un enorme juego de espejos narcisistas, esas Virtudes parecen ser confirmadas por una multitud de ciudadanos que observan con estupefacto entusiasmo el nuevo rito del poder, con que se afirma lo mismo su proclamada nobleza y soberanía como su autoimpuesta sumisión y lealtad.
No veo aquí la rebelión de las masas, ni alcanzó a escuchar necesariamente la voz -cualquiera que sea esta- de un pueblo, y más bien, lo que ve y suena y resuena aquí y allá son los himnos y sus ecos que detonan la mezcla de la indignación e ira ante la acumulación de humillaciones con la incubación de expectativas irresponsablemente fantasiosas de cambio y el siempre afrentoso acatamiento y fervor que debe ofrecerse a quien se ha autoimpuesto el sacrificio y la inmensa y generosa tarea de salvar, en nombre del pueblo del que es voz, a la patria.
Cabe preguntarse, ¿si ello es una muestra de la fragilidad pedagógica de nuestra democracia? ¿Si seguimos siendo ciudadanos imaginarios de una República que no termina de madurar, que sigue sin asentar la grandeza de sus aspiraciones y que ha de conformarse o resignarse al tamaño de la manifiesta mediocridad de su clase política?
Cuando salte de alegría, cuídese,
no le vayan a mover el piso.
Stanislaw Jerzy Lec
Mientras puede ser comprensible el apoyo que inicialmente –pese a las advertencias, infundadas unas, fundadas otras– despertó entre muchos representantes de la izquierda ilustrada la llegada del nuevo gobierno, a estas alturas dicho apoyo ya no parece tan comprensible y resulta más bien problemático sostenerlo sin más.
Causa cierto bochorno ver como muchos que celebraron por todo lo alto el inicio del nuevo gobierno, no hayan advertido que se les está moviendo el piso, que muchas de las razones por las que militaron, se han visto opacadas y desplazadas por un voluntarismo conservador.
Es también desalentador ver como la esperada llegada al poder de la izquierda, haya abierto la puerta a un gobierno que más allá de su retórica, está más comprometido con una visión no del país que podemos llegar a ser, sino en el que, se supone, alguna vez fuimos.