Venimos, en México y sobre todo en Aguascalientes, de un largo desencuentro sobre agendas fundamentales de Derechos Humanos, sobre todo las concernientes al asunto de la igualdad de género, seguridad y violencia contra las mujeres, incorporación plena a los derechos civiles de los individuos y comunidades LGBTTTIQ, con lo que tenemos en nuestros usos y prácticas sociales un grave y enorme déficit de equidad y normalidad democrática, por no decir simplemente humana; de respeto a la diversidad cultural, a las diferentes subculturas mismas, a las expresiones diversas de composición familiar, de unión interpersonal y de convivencialidad entre personas libres y autónomas; todos éstos tipos de enajenación y exclusión que ponen en riesgo nuestra viabilidad como sociedad justa y responsable.
Afortunadamente, surgen voces con reconocido liderazgo social y mundial que señalan nuevas avenidas de encuentro, en un contexto global saturado de conflictos, rupturas y contradicciones internas a los sistemas dominantes de la cultura contemporánea, que afectan directamente a las subculturas y contraculturas que le subyacen. Una de esas voces acaba de pronunciarse fuerte y claro: – “Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Lo que debe haber es una ley de unión civil, de esa manera están cubiertos legalmente”, expresión del pontífice captada por el documental Francesco del director Evgeny Afineevsky que se estrenó hoy en el Festival de Cine de Roma. (Fuente: Forbes. Staff. Papa Francisco apoya de unión civil para parejas homosexuales. El representante de la iglesia católica asegura que los homosexuales también son hijos de dios y tienen derecho a la familia. Octubre 21, 2020. https://bit.ly/3mBhbXi).
Tanto había ya permeado la idea de una familia monolítica y tradicional en sociedades sedicentes católicas como la de Aguascalientes, que imaginar un esquema distinto a la relación heterosexual y de configuración familiar estrictamente monogámica, biparental y filial genéticamente entendida, era y sigue siendo una pura fantasía o aun una pesadilla, un sueño traumático. El fuerte movimiento contestatario de los años sesenta, traducido en una auténtica revolución contracultural de modos y estilos de vida, costumbres, prácticas de la sexualidad, libertad de expresión y reivindicación civil de los derechos individuales y sociales, eclosionó al pasar de los años en una mayor secularización del mundo moderno y, con ello, una creciente permisividad en la conductas de las personas.
El siglo XXI se inauguró, desafortunadamente, con manifestaciones lesivas y sumamente letales de terrorismo internacional, introduciendo un verdadero maniqueísmo entre puros e impuros, practicado por sectas tan fanáticas como violentas. Populismos contemporáneos de nuevo cuño, ya sean de extrema derecha o sus opositores de extrema izquierda, han venido pervadiendo ya sean sociedades democráticas liberales avanzadas como también sobre aquellas recién llegadas a regímenes democráticos, con instituciones aún trastabillantes e inestables bajo liderazgos caudillistas o de semi-iluminados.
En este contexto, el ascenso de las reivindicaciones personales y sociales a grados de auto-expresión cada vez más autónomas, independientes y auto-afirmativas, como son las uniones sexuales y esquemas de familia en modalidades diversas a la estricta heterosexualidad, o la mezcla inédita de factores otrora divergentes como son la edad, la raza, la cultura, la religión, la educación, la extracción o posición de clase, etc., se convierten ahora en expresiones emergentes de un nuevo arreglo y modo de vida que pone en jaque a las instituciones consideradas hasta ahora correctas, tanto en los ámbitos político, jurídico, económico, cultural y, sí, también religioso.
Esta situación de cambios agudos, profundos y acelerados, digamos que ya van en su tercera ola de mutación secularizadora. En gran síntesis, la apertura de ventanas de la Iglesia Católica que significó en los años sesenta el Concilio Vaticano II de los Papas Juan XXIII y Paulo VI, a la Asamblea Episcopal Latinoamericana de Puebla, México –en los setenta- con Juan Pablo II, a la abdicación del Papa Benedicto XVI y asunción del Papa Francisco I está eclosionando en la construcción de una nueva civilización globalizada, que comporta modos y expresiones diversas de configurar a una formación societal cada vez más urbana, de alta densidad poblacional, plural, pluriétnica y pluricultural. Cuyas modalidades de significación, sentido y simbolización son efectivamente inéditas.
En una respuesta, acaso sorpresiva pero necesaria, y yo sospecho que largamente discernida y meditada por el Papa Francisco, su voz suena clara y fuerte: – “La gente homosexual tiene derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello”. Voz que ha encontrado tanto palabras de apoyo y como también algunas voces contrarias, lo que deja en el ambiente del mundo católico una suerte de expectativa en la posición oficial de la Iglesia Católica en esta materia. (Fuente: BBC News. Mundo. Alejandro Milán Valencia. Papa Francisco. “Ese cambio ahora se debe traducir al Catecismo”. 22 octubre 2020).
Su alternativa por elegir una opción viable no deja duda: “Lo que tenemos que crear es una ley de unión civil. De manera que estén cubiertos legalmente. Yo defendí eso”. (Se refiere a su episcopado en Buenos Aires, Argentina, cuando debatió sobre el matrimonio igualitario, y dijo: “Tienen derecho a estar en familia”).
Dicho lo anterior, a mi real entender, lo que el Papa Francisco está haciendo es despojarse de la toga y birrete de juez ultra-ortodoxo, al tiempo que exhorta con el ejemplo a todos los católicos sean clérigos o laicos a hacer lo propio; para elegir una vía alterna que dignifique y establezca tanto el reconocimiento como la inserción real de las parejas homosexuales a una vida plena en sociedad y con el goce pleno de los derechos tanto personales como civiles, de vivir en unión de familia y ser reconocidos como tales, una familia jurídicamente reconocida.
La invocación del Papa Francisco a la “ley civil” es plenamente explícita, significa que reconoce la dignidad del Código Civil, que en nuestra civilización contemporánea de estados libres, soberanos y autónomos asumen como norma superior de orden y respeto, a este vetusto pero noble Código legal que rige la vida en sociedad, políticamente organizada y, por ello, elevada al rango de norma normante, solamente debajo de la Constitución Política de cada estado nacional. Es decir, las naciones del mundo actual reconocen a su respectivo Código Civil como el más noble, cimero y rector catálogo de leyes que establece a la sociedad moderna, en su normal y ordinario funcionamiento.
Invocación nada menor del Papa Francisco, ya que zanja de entrada una confrontación ideológica y de ética militante entre el Código Canónico de la Iglesia Católica frente a o en contra de los Código Civiles de los estados soberanos del mundo actual. Por el contrario, reconoce su dignidad y autonomía relativa en orden a la superior organización de la sociedad contemporánea, de regir a su interior la vida y organización normal de sus pueblos respectivos; sin pretensión de imponer Ex Cáthedra un mandato de ley divina.
Desde mi punto de vista este diálogo respetuoso entre Códigos de Ley es el reconocimiento explícito de un Papa contemporáneo para normalizar, en lo posible, las relaciones y vínculos interpersonales de millones de personas que forman hoy las comunidades humanas reales en familia, como figura humanizada y humanizante de una convivencialidad digna y respetuosa de la diversidad axiológica y existencialmente viable, al interior de sociedades urbanas cada vez más plurales, diversas, asimétricas, complejas y heterogéneas en sus usos, costumbres y prácticas.
Estamos al encuentro de una avenida hacia la convergencia pacífica de todos los hombres y mujeres, y no a la división autoritaria y ciega que aniquila el anhelo y la finalidad vinculante del imperativo existencial humano.