La mediocridad de la clase política en Aguascalientes es abrumadora, ajena a la sociedad, quienes intentan alcanzar un puesto de elección popular pierden el tiempo en buenos deseos y felicitaciones en los grupos de WhatsApp antes que manifestarse a favor de la libertad de expresión y en oposición de las amenazas de los grupos conservadores. Así de vergonzantes.
La clase política de Aguascalientes, el pequeño grupo que se rola los puestos de elección, está alejada de la diversidad que conforma la entidad, mientras que en sus calles hay mujeres dispuestas a levantar la voz para defender su derecho a decidir sobre su cuerpo, jóvenes que no le tienen miedo a la diversidad, ciudadanos que demandan transparencia de los órganos de gobierno, una población ansiosa de que la capacidad cívica que muestran en las urnas se refleje en los posicionamientos de sus representantes, es decir, cuando Aguascalientes puede ser una entidad moderna, diversa, incluyente, poderosa, los suspirantes defienden un status quo en el que se tiene que besar el anillo del obispo todos los días y se defienden tradiciones que ya no tienen ningún sentido.
Aguascalientes es una de las entidades del país que transitó de forma temprana al voto diferenciado, en donde se sacó al PRI del Ejecutivo estatal, sin embargo, su clase política antes que ocuparse de sus representados, prefiere cobijarse en la creencia de que son “gente buena” y, zalameros, picarse el ombligo entre ellos, fingir una civilidad traducida en dejar pasar y no tocarse ni con el pétalo de una rosa.
Ante la amenaza del Consejo de laicos, sirvientes del obispo, a una funcionaria ejemplar, como es la titular del Instituto Cultural de Aguascalientes, en los grupos de mensajería, los suspirantes prefirieron tomar distancia y asumir que el ICA se había equivocado al publicitar una venta de obra gráfica con un dibujo de la Catrina Garbancera en homenaje a la Virgen de Guadalupe y señalar que la institución se había arriesgado, que estaba mal, que “si se llevan se aguantan”, culpando a una persona por el simple ejercicio de su libertad de expresión y el compartir una posibilidad de disfrute distinto.
La mediocre clase política de Aguascalientes es conservadora y apesta a hipocresía, antes que manifestarse en contra de la violencia, prefieren quedar bien con quien algún día les podría hacer un favor. Disfrazan su mediocridad de buenas maneras y, con sus publicaciones en redes, rinden pleitesía a la simulación.
Si la clase política de Aguascalientes, esos miserables zalameros de las buenas maneras, recorrieran las calles de la capital, sus municipios, podrían descubrir que al estado lo distingue un deseo de transformación, que no somos mochos, que no tenemos tatuado en la piel la consigna de ser provincia, y que las nuevas generaciones de aguascalentenses tienen ya los pies en el siglo XXI, en un tiempo en donde no se tiene miedo a la diversidad.
No les queda claro a los suspirantes que hacer caso omiso de las amenazas violentas, de cualquier religión, va en contra de lo que vive en la calle. Argumentos como que el 90% de la población es católica (falso), o que en la entidad nos apegamos a un estricto código de buenas maneras, da cuenta de la ceguera de quienes quieren ocupar un puesto público; una vergonzante pandilla de hipócritas que con tal de llegar al poder para cobrar del erario es capaz de renunciar al pensamiento crítico.
Si la pandemia demostró que los gobiernos dejaron solos a la población, la amenaza violenta del Consejo de laicos exhibió la mediocridad de la clase política de Aguascalientes, incapaces de salir de la burbuja de privilegios donde, como buitres, insisten en alimentarse de lo peor. Afortunadamente, la mayoría de la población es distinta a esos hipócritas que juegan a la política, ojalá se note en las elecciones.
Coda. En Campos de sangre, Karen Armstrong, una destacada estudiosa de las religiones, explica que hubo un tiempo en que las religiones monoteístas procuraban un espíritu de comunidad, uno en que se alentaba el amor a la diferencia para mantener la fe, quienes emplean como pretexto a su religión para los discursos de odio, van en contra de las enseñanzas de aquello en lo que creen, valdría la pena que esos defensores de la fe volvieran a leer sus libros.
@aldan