Después de haber afirmado que si protestaban más de 100 mil personas y bajaba en las encuestas (no dio porcentaje) renunciaría, ayer el Presidente cambió de parecer. Otra vez nos engañó. Pero eso ya se sabía, porque no tiene palabra cuando se trata de asuntos que no le benefician. Ahora pone más condiciones, dice que tienen que llenar el zócalo, quedarse varias veces y aguantar hasta el 2022 que será el “referéndum” aludiendo a la revocación de mandato.
Andrés Manuel López Obrador se comunica de manera mañosa para sostener su popularidad ante su base poco informada o que obtiene beneficios de poder o económicos. Usa todos los elementos de la comunicación populista y hasta fascista, pero tropicaliza el discurso de acuerdo a su afición para encuadrar sus ocurrencias con la historia de México, siempre añorando el pasado, por eso, no tiene visión de futuro.
Así, al hablar sobre la marcha de Frena ocurrida el pasado fin de semana, se auto define nuevamente cómo “liberal” y define a quienes no están de acuerdo con sus políticas, como “conservadores”. Lo curioso es que él resulta en los hechos más conservador que liberal.
Increíblemente habla y se contradice sin que su base repare en analizar lo irracional de sus frases: “que no se permita la hipocresía, que no estemos con un doble discurso, una doble moral, que hasta con orgullo podamos decir: yo soy opositor conservador, como yo soy liberal, yo estoy por la transformación”. Vale la pena analizar la frase de López Obrador porque en ella está la clave de sus contradicciones y mentiras, pero sobre todo, del engaño al pueblo.
Para el presidente en México los hipócritas son los demás, no él, y solamente hay de dos sopas: “liberales” y “conservadores”, lo que es un simplismo. Pero ¿a qué se refiere?
Definir “liberalismo” y “conservadurismo” no es tan fácil para empezar. El filósofo, politólogo, periodista y jurista Norberto Bobbio, advierte dificultades para encontrar una definición para ambos términos y prefiere remitirlos al contexto histórico donde aplique. Desde el punto de vista de la ciencia política, Bobbio dice que el término “conservadurismo” indica aquellas ideas o actitudes que apuntan al mantenimiento del sistema político existente y de sus modalidades de funcionamiento. El “liberalismo” es aún más difícil de definir para Bobbio, ya que ni los politólogos ni los historiadores se ponen de acuerdo en una definición común, por lo que también concluye que es más un fenómeno histórico. ¿Quién es el que pretende regresar al pasado? ¿Quién es el que vive en esta época o en la década de los setenta y quiere regresar al autoritarismo con la fórmula de la separación del poder político del poder económico?
En nuestro historia existió un Partido Conservador, fundado en 1849 por Lucas Alamán durante la monarquía de Maximiliano I y fue disuelto al término de la Guerra de Reforma. Promovía el Segundo Imperio y representaba el pensamiento de la Iglesia católica y de la monarquía europea. Si alguien en nuestro país cree que todos somos católicos o que todos queremos que se instaure una monarquía europea, debe ser López Obrador y sus seguidores porque todos los demás celebramos nuestra independencia y hemos defendido nuestra democracia de los embates de este presidente.
Los conservadores luchaban contra el Partido Liberal, fundado a principios del siglo pasado y en el que participaron personajes como Benito Juárez y Porfirio Díaz. Ya puede usted advertir que definirse como liberal no es ninguna garantía. Las reformas liberales que se impusieron sobre los conservadores fueron principalmente la educación pública, la separación de la Iglesia y el Estado, la supresión del diezmo y la incautación por parte del Estado de los bienes del clero. Me pregunto cuando han exigido los contrarios a López Obrador, que regresemos a un Estado religioso, o que se elimine la educación pública, al contrario es este gobierno el que derribó la reforma educativa y nos regresa al pasado.
Después de haber alcanzado la independencia, la vida política en nuestro país estuvo polarizada entre liberales y conservadores hasta terminar en la Guerra de Reforma. Por eso el presidente tiene la necesidad de dividirnos a los ciudadanos para que cuadre con su realidad paralela. Siente que Benito Juárez está encarnado en él y ve en los mexicanos que difieren de él a enemigos de la República. Por eso tiene la necesidad de polarizar y dividir a la sociedad bajo su propia definición del pasado y no logra entender que en el México del 2020 conviven más de dos ideologías, pensamientos y movimientos, ya no hablemos de las nuevas tecnologías y formas de pensamiento derivadas de un mundo globalizado. Por eso no logra entender el movimiento feminista, porque hasta para los liberales de esa época hubiera sido una herejía.
Entendiendo ese contexto, al presidente le viene como anillo al dedo que el escritor Francisco Martin Moreno dijera que le gustaría quemar vivos a los morenistas, una expresión bastante desafortunada y no compartida por la sociedad, pero aprovechada por el mismo Andrés Manuel, quien de manera conveniente olvida que su amigo Paco Ignacio Taibo II señaló en 2018 a propósito de la aprobación de la reforma energética, que “quienes generaron esta ley fueron unos mexicanos cuyo destino final va a ser el Cerro de las Campañas; donde serán fusilados por traidores…”. No olvidemos tampoco que fue este mismo personaje, quien funge como director general del Fondo de Cultura Económica, soltó la frase de “se las metimos doblada camarada”, que refleja esas cualidades tan peculiares de los morenistas: complejo, soberbia y resentimiento.
Entonces, el presidente resulta ser el conservador y es él quien ataca a los verdaderos liberales que hoy luchan por proteger los tres derechos naturales que John Locke, el filósofo y médico inglés considerado como el padre del liberalismo clásico con el que influyó a Montesquieu, Voltaire y Rousseau los inspiradores de la revolución francesa y la declaración de independencia de los Estados Unidos: vida, libertad y propiedad privada, además del derecho a defender esos derechos.