And now, the end is near, and so I face the final curtain.
My friend, I’ll say it clear, I’ll state my case, of which I’m certain.
I’ve lived a life that’s full, I traveled each and every highway.
And more, much more than this, I did it my way…
My Way – Paul Anka
La actual contingencia sanitaria por la Covid 19 ha impactado en las distintas dimensiones de la dinámica comunitaria. Ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con los demás, ha aumentado las prevenciones sanitarias, y ha hecho que una cada vez una mayor cantidad de la población se tome la salud y las precauciones en su manera de convivir socialmente de una forma más seria.
Desde que inició la curva de contagios en México, los decesos en nuestro país que están relacionados con la enfermedad, han superado ya los 88 mil fallecimientos. En términos de la percepción social, se va cerrando cada vez más la red de relaciones en las que ocurren esos decesos, de modo tal que cada vez más gente conoce a alguien que ha fallecido por Covid, por alguna comorbilidad empeorada por la pandemia, o por el colapso en los sistemas de salud. Esto impacta en el ánimo colectivo y en el comportamiento comunitario.
De este modo, la pandemia ha significado una coyuntura importante respecto a nuestra percepción, y la forma en la que nos relacionamos con la muerte, tanto en lo individual, como en lo social. Esta coyuntura nos hace ver a la muerte, o a la posibilidad de la muerte, como algo probable. De acuerdo con la Asociación Nacional de Directores Funerarios, la contratación de planes funerarios en previsión ha incrementado entre 15 y 20 por ciento.
Este dato es importante, porque revela cómo hay un cambio en nuestra concepción del futuro, en medio de una pandemia global que tiene riesgos fatales perceptibles por cada vez más personas; es decir, la pandemia ha dejado de verse como algo abstracto, y nos encara como algo que no sólo ocurre a la gente, sino que puede ocurrir en primera persona.
Así, en esta coyuntura que incluye el contexto de nuestra celebración del Día de Muertos (patrimonio cultural intangible del país y de la humanidad), valdría la pena reflexionar sobre la muerte; porque, sea o no por Covid, la finitud de la vida es algo inevitable, pero también es un tema tabú del que no se suele hablar a plenitud, lo que implica limitar nuestra capacidad de previsión ante lo implacable.
Esto da pauta a pensar no sólo en los planes para despedirnos del mundo material, como se comentó arriba de acuerdo a la contabilidad de la Asociación Nacional de Directores Funerarios; sino en otros tópicos relevantes a la hora de morir, para protección y previsión no sólo de lo que queremos que suceda con nuestros restos físicos, sino con las condiciones en las que dejaremos a nuestros deudos.
Así, más allá de sólo tomar planes funerarios a previsión, deberíamos encarar la muerte desde lo práctico, lo que deje una facilidad pragmática a las personas que habrán de resolver administrativamente las implicaciones de nuestra muerte, y que el peso emocional del duelo no se incremente ni empeore por lo engorroso de los trámites irresueltos, o por los cabos que pudimos atar a tiempo.
Por ello, es deseable hablar y accionar en temas tales como nuestra situación testamentaria; en nuestra posibilidad de adquirir un seguro de vida; en expresar nuestro deseo o no para donar órganos; en si queremos suscribir nuestro funeral en alguna ceremonia religiosa, o en ninguna; en el arreglo general de nuestros documentos legales y financieros; para hacer que nuestros cercanos pasen el menor sufrimiento posible cuando llegue la hora de morir.
@_alan_santacruz
/alan.santacruz.9