La escucha tiene una dimensión política, establece Byung-Chul Han en su ensayo La expulsión de lo distinto, e indica que si bien hoy oímos muchas cosas, perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su lenguaje y sufrimiento, que el sufrimiento se ha privatizado y se individualiza porque cada uno se culpa sólo a sí mismo de su endeblez y de sus insuficiencias, ya que no se establece ningún enlace entre los sufrimientos de uno y otro, se pasa por alto la sociabilidad del sufrimiento.
Agobiados por la pandemia, la incertidumbre nos impide pensar con claridad acerca de lo que la nueva normalidad implica, no alcanzamos a tocar más que la superficie, lo que está a la mano de la cotidianidad; no es extraño que antes de pensar en los retos que implica la educación a distancia resolvamos irreflexivamente acudir a un baile para olvidar por un momento la falta de certezas que provoca el encierro.
Proporcional al tiempo de encierro, en redes los usuarios demandan un cambio en el tono del intercambio, que se difunda lo bueno, lo alegre, dar espacio a la jocosidad, pasarlo liviano, antes que continuar profundizando acerca de lo que nos pasa y lo que le ocurre al otro.
Procuramos conexiones antes que conversaciones, los estragos de la infodemia acerca del coronavirus nos hacen voltear la cara hacia lo ligero, se prefiere pasar por alto antes que analizar.
En esta ignorancia autoimpuesta en las conexiones se corre el riesgo de confundir privilegios con derechos, de seguir así llegaremos a la nueva normalidad prometida sin las herramientas que permita la defensa de lo que nos conforma como personas ante el aparato del poder.
Cada vez con mayor frecuencia escucho los suspiros aliviados de quienes aún tienen un empleo, las mismas veces descubro en ese discurso el miedo a pensar en nuestra condición de trabajadores, de empleados, por la ausencia de certidumbre; lo que nos corresponde por derecho al trabajar lentamente lo vamos transformando en la recepción de una dádiva, se deja de reconocer la capacidad, el esfuerzo, el profesionalismo de la persona, para transformar esas características en condicionantes. El empleador hace el favor de tenernos, la empresa nos beneficia al permitirnos formar parte de ella, sin considerar que la pandemia haya modificado las condiciones del mercado laboral, que una gran parte del trabajo se realice a distancia.
En un principio, el home office se pensó como un beneficio para los empleados, la pandemia nos lo impuso sin tiempo a que fuera regulado, miles, quizá millones de trabajadores han visto disminuido su ingreso, son muy pocos a los que las empresas, encubiertos por la contingencia sanitaria, les respetaron salario y prestaciones. Ante la emergencia, la reacción inmediata fue el sacrificio parejo, sin distinciones, transcurrido el tiempo, no se puso plazo a esa situación.
El ejemplo más sencillo es el del magisterio, el esfuerzo al que se han visto obligados los maestros, pero esas condiciones extraordinarias en menor o mayor medida se cumplen en todos, los que realizan a distancia su trabajo y quienes perciben menos por las mismas tareas, estamos obligados a agradecer que aún conservamos un puesto, que todavía se nos permite laborar. Ni pensar en la posibilidad de hablarlo, evitamos el tema por el miedo que provoca quedarnos sin trabajo, preferimos no moverle al tema.
Insisto, promovemos conexiones antes que conversaciones, cuando hay tanto de que hablar, para no olvidar que somos personas y la mejor manera de defender nuestros derechos es respetando los de los otros, que son los de todos.
Coda. En ese mismo ensayo sobre La expulsión de lo distinto, Byung-Chul Han describe que “La estrategia de dominio consiste hoy en privatizar el sufrimiento y el miedo, ocultando con ello su sociabilidad, es decir, impidiendo su socialización, su politización. La politización significa la transposición de lo privado a lo público. Lo que hoy sucede es más bien que lo público se disuelve en lo privado. La esfera pública se desintegra en esferas privadas”; la situación de emergencia nos obligó a encapsularnos, encerrados en monólogos nos rendimos a esa capacidad de dominio que individualiza.
@aldan