APRO/Anne Marie Mergier
No pudo el coronavirus con los olmecas ni tampoco con los huastecos…
Pese a la pandemia de Covid-19 que sigue golpeando a México y a Francia –esta ciudad ha entrado en toque de queda–, insignes emisarios de las culturas prehispánicas del Golfo de México –entre los cuales sobresalen el enigmático Señor de las Limas, una portentosa Cabeza Colosal olmeca, el deslumbrante Adolescente de Tamuín y la sublime Mujer escarificada de Tamtoc– lograron viajar hasta acá y tomar aposento en el Museo del Quai Branly-Jacques Chirac, donde permanecerán hasta el 25 de julio de 2021.
O sea, 10 meses, una duración excepcional en la historia de las muestras temporales de la Ciudad Luz.
Justo es reconocer que el virus ganó la primera batalla al impedir que las 300 piezas arqueológicas que integran la muestra Los Olmecas y las culturas del Golfo de México –inaugurada el 8 de octubre en presencia de las primeras damas de Francia y México, Brigitte Macron y Beatriz Gutiérrez Müller– fueran trasladadas a París a finales del pasado abril.
La exposición prevista para iniciarse el 19 de mayo y finalizar el 15 de octubre se canceló al tiempo que se paralizó toda la vida artística gala.
“La contingencia sanitaria convirtió la organización de la muestra en auténtica hazaña”, confía a la corresponsal Cora Faldero Ruiz, historiadora, asesora científica del Museo Nacional de Antropología (MNA) de México y curadora de la exhibición junto con Steve Bourget, responsable de las Colecciones de las Américas del Museo del Quai Branly.
“Son 20 los acervos incluidos en la muestra, 19 del INAH y uno del Museo de Antropología de Xalapa”, precisa.
El conjunto de piezas expuestas –que en su amplia mayoría se presentan por primera vez en Europa– proceden de 10 entidades de la República Mexicana: Ciudad de México, Estado de México, Morelos, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz.
“Su acopio fue sumamente complejo porque muchas partes han sido azotadas por el Covid. Las regiones de Veracruz y Tabasco están inclusive en semáforos rojos, casi negros… Los museos nos abrieron excepcionalmente sus puertas para que pudiéramos preparar las piezas, embalarlas, sacarlas y luego concentrarlas todas en la Ciudad de México. Nos demoramos tres semanas para juntar todo. Las piezas viajaron en tres embarques de cargo y dos vuelos regulares en un plazo de siete días”, asegura la curadora.
Se percibe cierto orgullo en la entonación de su voz ligeramente atenuada por una mascarilla floreada…
Y no es para menos.
Desplegada en el Mezzanine Est del museo, hundida en una penumbra que agudiza aún más la poderosa estética de la cultura olmeca y de las del Golfo, la exposición es considerada como uno de los mayores eventos del otoño cultural de la Ciudad Luz.
En tiempos anteriores al coronavirus habría sin duda destacado, pero en el periodo actual de incertidumbre sanitaria, desasosiego y repliegue sobre sí mismo, dejarse sorprender por la civilización más antigua de México –cuyas primeras huellas remontan a 1600 antes de la era cristiana y cuyo mayor esplendor se manifestó entre 1200 y 400 a.C.– es un bálsamo para el alma. Por lo menos fue lo que exteriorizaron a la corresponsal varios cronistas culturales franceses invitados a la presentación para la prensa.
Según explica Cora Faldero Ruiz, Los Olmecas y las culturas del Golfo de México deriva de la muestra Golfo. Mosaico Ancestral, presentada en 2019 en el Museo Nacional de Antropología (MNA) mexicano con motivo de la conmemoración de los 500 años del desembarco de los europeos en las costas del Golfo.
Recalca la curadora: “La diferencia entre las dos exposiciones radica en el hecho de que en México no dimos tanto énfasis a los olmecas. Nos interesó antes que todo explotar la inmensa riqueza y variedad de las culturas del Golfo que encontró Hernan Cortés en 1519 al llegar a las costas de Veracruz, región en la que se hablaba una veintena de lenguas distintas.
“Nuestro enfoque era un poco más historiográfico –sigue explicando–. Además, el MNA cuenta con un amplio apartado dedicado a los olmecas en su exposición permanente. Fue a solicitud del Museo del Quai Branly que se decidió reforzar la presencia olmeca y contextualizarla. Debo reconocer que nos halagó ese interés muy erudito por una cultura aún difícil de aprehender, y considerada como la Cultura Madre de Mesoamérica.”
Dominique Michelet, reconocido especialista francés de la cultura maya y de Mesoamérica –lleva más de 45 años viviendo y trabajando entre Francia y México–, amigo personal y cercano colaborador de Stéphane Martin, quien dirigió el Museo del Quai Branly desde su inauguración en 2006 hasta 2019, da más detalles sobre la génesis de Los Olmecas y las culturas del Golfo de México y los pormenores de su realización:
“Stéphane Martin organizó con sumo entusiasmo dos magnas exhibiciones arqueológicas dedicadas a México: Teotihuacán, ciudad de los dioses (2009-2010) y Mayas. Revelación de un tiempo sin fin (2014-2015), que hasta la fecha siguen siendo las dos muestras más exitosas de la historia del museo. Pero soy testigo de que su mayor anhelo era celebrar a los olmecas en el Museo Branly. No dejaba de hablarme de ese sueño. ‘¿Cuándo traemos los olmecas a Francia?, ¿acaso no ha llegado el momento de hacer descubrir los olmecas a los franceses?’, me preguntaba a cada rato”, recuerda Michelet riéndose.
Abunda: “Me enteré del proyecto Golfo. Mosaico Ancestral, vi la muestra y, conversando con su curadora Rebecca González Lauck, una amiga de varias décadas, entendí que México estaba dispuesto a cooperar con Francia para que las piezas estrella de esa exposición excepcional, junto con otras específicas de la cultura olmeca, viajaran a París. Se lo comenté a Stéphane Martin, quien muy pronto tomó el avión para México, y de allí arrancó todo”.
Pero el presidente del Museo del Quai Branly no tardó en toparse con un problema de agenda. Por obvias razones de organización resultaba imposible inaugurar la muestra antes de su jubilación, prevista a finales de 2019.
“Por lo general, al terminar sus funciones un director de museo no suele dejar un proyecto a medio acabar a su sucesor –comenta Michelet–. Pero la presencia de los olmecas en París era tan esencial para Stéphane Martin que no vaciló en involucrar en esa aventura a Emmanuel Kasarhérou, recién nombrado para sucederle. Cabe recalcar que no le costó trabajo alguno convencerlo.”
Al igual que Dominique Michelet, Cora Faldero Ruiz lamenta no tener suficiente tiempo para extenderse más sobre las obras maestras que hacen de Los Olmecas y las Culturas del Golfo de México, una exposición única.
La curadora menciona el Monumento 1, una majestuosa escultura de basalto conocida como El Príncipe, descubierta en el sitio Cruz del Milagro (estado de Veracruz), que fue elegida para el cartel de la muestra, e insiste en la importancia de otra fuera de lo común, El Luchador (sitio de Antonio Plaza, Veracruz), también tallada en piedra basáltica, que representa a un hombre sentado moviendo los brazos con un realismo asombroso, y cuya actitud dinámica contrasta con la postura hierática de El Príncipe o de los gemelos del Conjunto de El Azuzul.
Dominique Michelet señala por su parte al Joven de Chiquipixta (Veracruz), una escultura cuyo estilo recuerda al de El Luchador, y al Adolescente de Tamuín (sitio de Tamohi, San Luis Potosi), otra de un hombre joven representado de pie totalmente desnudo en un estilo depurado, al extremo de que, según especialistas, podría “encarnar” al dios del maíz en la mitología de los totonacos del norte.
Faldero Ruiz y Michelet se tornan literalmente ditirámbicos cuando hablan de la Mujer escarificada de Tamtoc.
Es con esa obra maestra, de sobra conocida en México, que finaliza la muestra Los Olmecas y las culturas del Golfo de México: Presentada horizontalmente en una escenografía suntuosa, la Venus huasteca parece levitar arriba de un espejo de agua simbólico que alude al manantial donde fue ritualmente “sacrificada”, quizás en el segundo siglo de nuestra era.
“Esa pieza no tiene equivalente en todo Mesoamérica, es absolutamente única en su tipo”, insiste Faldero Ruiz, quien cuenta a los periodistas franceses extasiados la historia de su descubrimiento en 2005 en un importante centro ceremonial del sitio de Tamtoc (San Luis Potosí), junto con múltiples ofrendas.
La curadora ahonda en los símbolos de las escarificaciones que adornan sus hombros y sus muslos, que al igual que la “belleza de su vientre y el ojo de agua donde fueron halladas partes de su cuerpo evocan cultos a la fertilidad, a la fecundidad y al agua”.
Pero más allá de ese profundo simbolismo de la escultura, lo que salta a la vista es su sensualidad vertiginosa, hecha en piedra arenisca tan perfectamente pulida que parece mármol de Carrara…
Es obvio que Emmanuel Kasarhérou quedó pasmado por tanta belleza, pues el flamante presidente del Museo del Quai Branly no vacila en celebrar a la Sacerdotisa de Tamtoc en la introducción del catálogo con una cita de Octavio Paz en “Dama huasteca”: “Viene de lejos, del país húmedo. Pocos la han visto. Diré su secreto: de día es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre.”