Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta, no ya inmoral sino criminal y abominable
Cicerón (106 a. C.)
Durante la 1ª semana de octubre se realizaron en Aguascalientes las “Primeras Jornadas de compromisos de acciones contra la corrupción”, organizadas por la Contraloría del Estado, en las que se pretendía reunir a servidores públicos, activistas de la sociedad civil, catedráticos y especialistas, con la finalidad de conocer los diferentes puntos de vista y proponer acciones concretas que finalmente redunden en beneficio de la sociedad. También se propuso que octubre sea, a partir de este año, el Mes de la Integridad y Combate a la Corrupción. Agradezco al contralor, lic. Arnoldo Hernández y al lic. Rubén Altamira, que me invitaran a participar, como moderadora, en la mesa de los rectores. Celebro que se organicen este tipo de eventos de análisis de una problemática que tanto lastima nuestra sociedad.
Existe un debate sobre si la corrupción, como acto de egoísmo que busca el bien propio sin pensar en el perjuicio que ocasiona a los demás, es inherente al ser humano o es una conducta aprendida. Unos opinan que sí y otros en cambio argumentan que no es consustancial al ser humano, puesto que se necesita la intervención de la voluntad y el conocimiento de causa.
Lo que sí parece lógico es que su aparición tenga que ver con la organización social que inicia con el sedentarismo, las actividades comerciales y la estructura gubernamental que se precisaba para mantener la cohesión y el orden en los diferentes grupos sociales. Otra prueba de que no forma parte de la esencia del ser humano es que ya existen países donde casi no tienen corrupción. Según el Índice de Percepción de la corrupción anual (IPC) de Transparencia Internacional, los países menos corruptos del mundo son Dinamarca, Nueva Zelanda y Finlandia. El éxito de estos países en su lucha contra la corrupción debe servirnos de ejemplo, pero sobre todo es una luz de esperanza de que sí se pueden enmendar este tipo de conductas que tanto afectan a la sociedad, directa e indirectamente.
La historia de la corrupción es tan antigua como la humanidad o por lo menos desde que dejaron evidencias escritas de tales actos. Al respecto existen vestigios de que ya se daba la corrupción en Mesopotamia y unas tablillas cuneiformes sumerias lo confirman (tercer milenio a. C.). En ellas se habla del soborno, con regalos, que los padres le hacen a un maestro para que trate bien a su hijo. También hay alusiones en el código de Hammurabi (1750 a. C.). Por su parte, en Egipto, en la época de Ramsés III (1198 a. C.) se documenta un caso de corrupción con los alimentos que se les daba a los trabajadores de las pirámides. También hay otro caso durante el reinado de Ramsés IX (1100 a.C.) donde un funcionario se alía con profanadores de tumbas. Son los casos más antiguos, pero no los únicos.
Existen muchos más en todas las culturas y épocas, sin que ninguna escape a este mal, incluidas las prehispánicas. Uno de los casos más impactantes es el del rey poeta, Netzahualcóyotl, soberano de Texcoco (1402-1472), quien tuvo que soportar la condena a muerte de una de sus hijos por actos de corrupción.
La palabra “corrupción” involucra acciones tan reprobables como el soborno, tráfico de influencias, malversación, evasión fiscal, abuso de poder, impunidad y un largo etcétera que no terminaríamos nunca de enunciar, pero lo que esencialmente evidencia es una falta de ética y formación en valores de una sociedad que busca el beneficio personal en detrimento del bien común. Decía el escritor francés, George Bernanos, “El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios”.
Es un hecho que la corrupción se aprende en la familia y se fomenta en la escuela con pequeños actos incorrectos, a los que se les agrega la ausencia de consecuencias o unas consecuencias injustas con las que a veces se premia a los que hacen trampa y se castiga a los que son honestos. Este tipo de antivalores tendrán un gran impacto en su formación. No importa que se impongan asignaturas como Civismo o Valores, cuando actos como el de plagiar, sobornar a un maestro, hacer trampa o pasar el año sin estudiar se celebran y quedan en la impunidad.
Cuando la impunidad, la complicidad y el relativismo de las conductas corruptas entran en un grupo social tan importante como la escuela, se crea el caldo de cultivo propicio para favorecerla y reproducirla y será la sociedad quien sufrirá las consecuencias. Si queremos que exista una verdadera transformación social, habrá que proteger la escuela y educar con mucha atención a sus protagonistas: padres, maestros, alumnos y autoridades educativas.
Se necesitan familias que siembren el germen de la responsabilidad social en sus hijos. Maestros honestos y rectos que formen una ciudadanía también recta. Se necesitan autoridades con liderazgo y honradez que sean ejemplo. Se necesita una sociedad educada y altruista que repruebe y denuncie con contundencia los actos de corrupción. Necesitamos leyes que favorezcan la transparencia y rendición de cuentas y que también sancionen con rigor estos actos. Es preciso tener muy claro que trabajar por el bien común será la mejor forma de adquirir el bien propio. Decía Platón: “El objetivo de la educación es la virtud y despertar el deseo de convertirse en buen ciudadano”.