Relación con la madre en poetas mexicanas nacidas a partir de 1980 - LJA Aguascalientes
21/11/2024

El 25 de julio de 2018 se realizó una marcha en Argentina por el derecho a decidir acerca de la legalización del aborto, y con esta marcha surgió el símbolo de las pañoletas verdes, que fue escalando por toda América Latina, agremiando a muchas mexicanas que luchan también por obtener este derecho a nivel nacional. Se determinó elegir el verde porque era un color que, al menos en Argentina, no estaba asociado a ningún movimiento social o político (el problema en México ha sido el asociarlo a un partido político que se dice ecologista, aunque no lo haya sido jamás). El origen de esta pañoleta verde como símbolo de la lucha por la legalización del aborto se remonta al 2003, cuando en el 16° Encuentro Nacional de Mujeres —que se llevó a cabo en Rosario, Argentina—, dos mujeres decidieron promover su uso. Dos años después (2005), se toma la decisión de adoptarlo como parte del movimiento que exigirá el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. El pañuelo verde pasó de ser un sello local a un símbolo feminista de alcance internacional, ya que para 2018 fue adoptado como un emblema que articula los reclamos por los derechos reproductivos en América Latina.

En México, desde el año 2007 la Ciudad de México aprobó la despenalización del aborto y comenzó a ofrecer el servicio en hospitales públicos e instituciones de salud; un derecho que para ese año solamente en Cuba, Guyana y Puerto Rico tenían legalmente garantizada. El otro estado de la República Mexicana que ha despenalizado el aborto es Oaxaca, y sucedió a finales de septiembre de 2019.

Las mujeres nacidas en el año 2002 tienen, para este 2020 ya los 18 años, que en México se asigna como mayoría legal de edad; y como hemos dejado escrito la lucha por la despenalización del aborto comenzó al inicio del año 2000, entre 1999 y el 2003. Mujeres hoy mayores de edad que nacieron en una época en que los derechos reproductivos se comenzaban a conquistar en las calles, en los juzgados, mediante amparos. Mujeres que tenían alrededor de 7 años cuando en la CDMX se había logrado la gratuidad y la atención pública para la realización de los abortos. Una época diferente radicalmente a la que enfrentaron sus madres y mucho más ajena a la que enfrentaron sus abuelas en el tema de los derechos sexuales.

Así, las mujeres nacidas en la década de 1980 y quienes para el año 2000 habían cumplido ya los 18 años, son quienes dieron los primeros gritos, enarboladas ya en la pañoleta verde, o trepadas en el activismo en pro de conquistar sus derechos a decidir sobre su cuerpo. Son muchas de estas mujeres quienes han trabajado con más ahínco en el inicio de estas batallas legales en pro de la legalización del aborto, de la decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, pues esta es una de las demandas básicas y más antiguas del movimiento feminista

Por ello resulta interesante, con base en lo anterior, leer a mujeres mexicanas nacidas a partir de esa década, la de 1980, en la relación que describen respecto de sus madres en cada uno de sus poemarios; o del ser madre en algunos otros espacios a que han destinado sus letras. Ser hija, ser niña, ser estudiante, ser poeta, ser mujer, y decidir o no ser madre, decidir o no embarazarse, decidir o no parir o someterse a una cesárea para traer a una persona al mundo. Para estas autoras que han resultados becadas, premiadas, por sus trabajos literarios, ha sido importante el documentar esa relación con sus familiares cercanos: madres, padres, tías, hermanos, con el que han construido parte del corpus de su trabajo literario, en contra de lo que en otras generaciones había sido una preocupación mayor el poder hablar y el escribir sobre las libertades sexuales, el erotismo, las relaciones amorosas; el ligar, la conquista del otro, la contemplación de la naturaleza o cualquier otro tema. Para las mujeres que ahora revisaremos, el ser hija, o el ser madre, ha resultado de vital importancia.

Y es de llamar la atención que las autoras que ahora revisaremos puedan enmarcar su trabajo poético sobre esa vitalidad temática, muestra fehaciente del consciente colectivo en el que se desenvuelven.

Daniela Camacho (Culiacán, Sinaloa, 1980)

En el poemario [imperia] de 2013, un libro de 80 páginas dividido en tres fragmentos: “El aislamiento de los cuerpos puros”, “Islísima” y “Morir de paraíso”.

Como parte de esta revisión en la que abordaremos los trabajos poéticos de cinco autoras, presentamos a continuación las palabras conllevan una connotación respecto de la maternidad, y sobre los padres, que la autora presenta. Para su mejor evidencia, dichas palabras se resaltan en negritas en los siguientes fragmentos del poemario:


En la página 16, en el fragmento (b) la autora señala:

“Despídete de la infancia. Tus padres serán atravesados por una ballesta al conocer la noticia. Su pequeña cría desprotegida. Su niña tenebrosa a la intemperie (…)”

En “: tokio” (páginas 45 y 46):

“(…)

una ciudad amamantada por la luz, un archipiélago, la adquisición de mi lenguaje aún en ciernes.

 

la acústica de los elementos presagia una catástrofe.

 

madre,

mira al mundo estremecerse.

mira mi columna vertebral, su curvatura, tú que aún conservas el significado de mi infancia entenderás esto:

 

(…)

 

a esta hora, las aves más hermosas son las más desorientadas. a esta hora, las yeguas se pasean de un lugar a otro, se miran los costados, sudan. no quieren parir. quietísimas las más desesperadas: cuello uterino dilatado, contracción involuntaria. ¿nada puede protegerlas del miedo? por la vagina expulsan agua. los miembros del potro hacen su primera aparición, los hombros, la cabeza, y una vez que entra en la vida, lo hace para caer de nuevo al suelo.

 

bajo este escenario, yo soy una zona de derrumbes. ¿madre, puedes verme? nadie supo decirnos lo que era en realidad la lejanía. esta alteración, el sobresalto, todas las alarmas y un vaivén, un balanceo tan feroz, tan inhumano. debo abandonar la casa, reunirme con las otras mujeres, las he visto salir con sus hijos en los brazos. ahora sé que no hay embestida más violenta contra el cuerpo que una isla.

(…)

el corazón de tokio es una cuna y mi mano accidentada lo mece.”

 

Para mejor comprensión de este hermoso y melancólico poemario de Daniela Camacho (y de los demás poemarios que iremos revisando) pueden encontrarlos y descargarlos de la página de wordpress, desarrollada por el joven autor Luis Eduardo García (Jalisco, 1984) (https://poesiamexa.wordpress.com/).

Estos son algunos apuntes en los versos que la autora presenta en su obra poética, referentes a la maternidad y la familia:

“escucha, madre, han empezado a mutar las mariposas”; “a esta hora, madre, los desplazados están sufriendo problemas mentales. en sus pesadillas”; “Soñarás con madres muy feroces. Desde el cielo seguirán amamantando a sus hijos ya contaminados”; “Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance”; “Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes”. “¿hay forma más vehemente de decir: aquí termina la infancia?”

Para el año 2014, Daniela Camacho publica Carcinoma, una plaquette de poesía de 30 páginas. Revisando el mismo campo semántico respecto de la maternidad y la familia observamos que la autora casi abandona el tema de la maternidad, y se centra en el dolor que el cáncer provoca en su mirada al mundo que le rodea; dejando un tremendo testimonio de la enfermedad:

“Quedé asustada porque el cáncer vino como un animal del sueño y yo había dejado las toxinas, los hongos venenosos, el consumo excesivo de alcohol. Vino mientras respiraba mal. Vino cuando yo me pegaba a otras bocas para que supieran lo que era ahogarse. Y quedé expulsada pero sin saber de dónde.”

 

Aun así, escribe: “tumor destrúyeme / haz de mí la mujer no maternal”.

En el que el hablante lírico que Camacho nos presenta, aterrada y luchando contra la metástasis, y su renuncia al deseo de ser madre.

En seguida presento versos y fragmentos de poemas, en los que reviso de igual forma el uso de los conceptos de maternidad y familia en las siguientes cuatro autoras también nacidas después de 1980.

 

Nadia Escalante Andrade (Mérida, Yucatán, 1982).

En su poemario Sopa de tortuga falsa (2019), un trabajo de 59 páginas dividido en cinco fragmentos: Puertas, Acantilados, Paseos, Sombras y Mudanzas. En él, la autora presenta los siguientes versos dentro del campo semántico que estamos analizando:

“La memoria crece desde las profundidades. ‘¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?’ Y la mente es más rápida en moverse o son acaso las entrañas las que tienden hipotéticas redes al cardumen de reminiscencias: “Recuerdo que tenía dos años. Mi madre me bañaba y me di cuenta de pronto de que yo no era ella sino yo, y ella, ella. ¿Y tú?” “Una imagen borrosa y oscura de mi padre —a veces, amenazante—, la sensación de su proximidad y, cuando no lo tenía cerca, la certeza de saber con exactitud en qué lugar de la casa se encontraba”. (en el fragmento Acantilados, página 20)

 

En el mismo fragmento titula uno de sus poemas: “El azúcar ha inundado la sangre de mi madre” en el que se lee: “Me contaste que tras la muerte de tu madre / no pudiste volver a reír hasta los veinte años. /Cuando nací, nació el miedo de morir y abandonarme, /pero aprendimos que las historias /no se definen por el miedo.”

 

Xitlalitl Rodríguez Mendoza. (Guadalajara, Jalisco, 1982). 

De esta autora revisamos el hermoso poemario titulado Datsun (UNAM, punto de partida, 2009), de 69 páginas. Está dividido en tres fragmentos: “Datsun”, “La cajita feliz” y “Apuntador”, de los cuáles únicamente el primer apartado que da nombre al poemario puede atreverse a considerar del tipo familiar que estamos revisando. Los otros dos fragmentos son trabajos en que se puede observar a la poeta Rodríguez Mendoza jugar con el lenguaje, sacar chispas, como si estuviera pegando con un martillo en la fragua, y mirando las esquirlas caer sobre la hoja blanca.

“Datsun”, la primera parte del poemario, por otra parte, hace el retrato de la infancia y la familia como una forma de la ternura. Reproduzco acá algunos de los versos que comparten el campo semántico que estamos revisando. La poeta nos mete de golpe a la historia diciendo: “Datsun era el niño más pequeño de su clase”; nos revela luego la relación con su padre: “Ese día escapó de la escuela para esquivar a su padre”. Continúa presentándonos a su personaje: “Para Datsun hablar fue tomar leche y después irse a dormir la siesta”; “Mamá, ¿y tú cómo te llamas?”.

Datsun es un trabajo que me hace recordar lo que alguna vez dijera Octavio Paz: “Hay poetas que solo cantan; en cambio hay poetas que cantan y cuentan al mismo tiempo”; “Datsun” es un poema en el que Xitlalitl decide contarnos esa irrevelada infancia, y lo hace muy a su estilo, en esa búsqueda de usar el lenguaje a su favor, y a favor del lector que termina por agradecerle.

 

Ileana Garma (Mérida, Yucatán, 1985).

En su poemario Ternura (2013), de 85 páginas donde la autora, dentro del campo semántico maternidad y familia, presenta un enorme acercamiento. La palabra “papá” se presenta 20 veces; mientras que las palabras “niña” o “niñas” aparece en 12 ocasiones; “vientre” en 9 momentos; “padre” 7 veces; “madre” y “mamá”, cada una 4 veces; “infancia” otras 4 veces; “leche” otras tres veces; “cuna” aparece dos veces; “arrullar” una vez.

Estamos frente a un trabajo construido por completo en esa visión infantilizada respecto del crecimiento de un hablante lírico en busca del sueño de la presencia paterna en el núcleo familiar. El poemario Ternura está dividido en cuatro fragmentos: “Historial del polvo”, “Dinastía de soles”, “Sueños” y “Ternura” que da título al libro.

El primer fragmento es un golpeteo poemático en el que la autora presenta nueve poemas (o fragmentos de un mismo poema) titulados: “Papá”, evidenciando la fijación del hablante lírico sobre la ausencia paterna. Sin embargo, el tema discursivo no deja de ser una continua exposición del tema familiar, desde el reclamo y la nostalgia de una infancia que ha sucumbido:

“Pensar que una noche fuiste chiquito y tu madre cantó una canción de cuna” (página 9); “he leído tarde esta ansiedad, este buscarte en el fraseo de las palmeras y en el lenguaje blanco de la espuma, porque no sé, si sesenta segundos tan sólo estuviste a mi lado.” (página 15); “He criado una ansiedad amistosa, en las fiestas familiares, en los carruseles rojos de mi infancia donde corría a refugiarme de lo que no existía.” (pág. 16).

De igual manera, la autora describe, desde su hablante lírico, el concepto de la maternidad: “Espirales son las galaxias que delineaste en mi vientre” (pág. 21). Tanto como esa búsqueda del padre ausente en la infancia, como el personaje amatorio en el que busca continuamente el refugio; una especie de incesto sentimental (buscar al padre en el amante al que se entrega): “Una voz de algodón que solía flotar, dormitar cerca de ti, alrededor de ti. Sacaré todo a la calle.” (pág. 24); “Todos los caminos dieron a tu voz, a la velocidad amarga de tu voz, haciéndome dejar una casa tras otra” (pág. 29); “Mi vientre cae en contradicciones, madura soberbio como un árbol de almendras” (página 32); “Y la niña en la habitación como otras niñas. Y la mujer que escribe como otras mujeres” (pág. 40); 

O establece la crítica a la madre, a la maternidad, al cuidado de su infancia: “Mamá como una sombra de gasa, como una penumbra fugaz.”; “Mamá, /prende este tartamudeo”; en este poderoso verso, la autora significa a la madre como Tótem, prohibición, como aquel personaje que la hace tartamudear de miedo, el poema continúa: “Mamá, envuélveme en una orden y oblígame /a cumplirla”

Del poemario 29

“Tu primer recuerdo es una bañera a la deriva en el Caribe” dice Garma en la página 6 de su poemario; mientras que —como ya hemos consignado arriba— Nadia Escalante señala: “¿Cuál es tu recuerdo más antiguo?” dentro de uno de sus poemas en el trabajo que hemos revisado.

Es realmente interesante esta infantilización del discurso, esta búsqueda del amor de pareja, del trabajo en sociedad, del dedicarse a la literatura, en un mundo de ausencia paterna, de madres trabajadoras, de niños que son atendidos en guarderías, de mujeres que van creciendo con madres neblinosas que luchan por ser madres mientras son además mujeres en una lucha de parejas (los padres de sus hijas), en una generación de mujeres en las que seguir casada era casi una obligación

Puesto que las madres de estas mujeres nacidas en la década de los 80s, vienen de mujeres que se hicieron madres entre los 20 y 30 años, esto supondría que nacieron en los años 60s o 50s, en un México distinto. Tanto para Garma como para Escalante la revelación del primer recuerdo les es de importancia como una forma de presentarse y reconocerse vivas, observadoras, sentirse dueñas claras de su creación poética.

En el mismo trabajo 29 la autora escribe: “Es mejor mi vientre, ahí nadie compra casas ni se hace rico”; “Ese instante con los puños y los ojos apretados entrando al agua, a la piscina de tres metros, de kilómetros de infancia”; “Mamá me sigue cuidando como si fuera un arbolito inválido, sin muchas esperanzas”; “Es probable que yo sea una tonta y que no sepa bien cómo tirar la pelota. Es posible que siempre me ría delante de papá y mamá y que antes de escaparnos ya lo sepan todo”; “Ni vuelve el color oscuro del cabello de esa chica amante”; “Mi madre que llegaba tarde. Fumaba recargada en la puerta un último cigarrillo mientras se tocaba la frente”; “Yo reí, pero no me daba gracia aquello. Sino la plática trivial en un domingo de cumpleaños y nuestros rostros de niños ya bastante grandes. Escapamos de ahí para abrazarnos a gusto”; “Mi hija duerme sobre mi pecho. Nunca llora y yo tampoco. Evito pensar.”

La hija quejándose de la madre que muta en la madre arrullando a su hija.

 

Esther M. García (Ciudad Juárez, 1987).

En 2010 publicó La doncella negra un trabajo de 73 páginas en el que la palabra madre aparece 26 veces. El campo semántico de maternidad y familia transcurre por completo casi toda la obra de esta poeta chihuahuense. Su preocupación por las infancias, ese rencor en que sus hablantes líricos presentan y se declaran presas de ese victimismo en el que la autora sostiene el corpus de su obra: 

“Hablo desde aquí desde las sombras oscuras de mi infancia”; “Mi madre ha juntado arena roja del desierto de Dead woman’s city”; “Sólo con mi madre y un perro /que por las noches ladra al viento /vivo yo”; “lo imaginamos en el patio de nuestra madre”.

Mucho de ese sentimiento y esa emoción se puede ver con claridad en el poema que le da nombre al poemario: “La doncella negra”

I

Mi madre es como un perro rabioso

queriendo morder y destrozar

mi alma con sus rabiosas palabras

a mí

la benjamina

la enferma

la tonta

la rosa que no tiene pétalos sólo espinas

 

Mi madre es la gran niña con la hoz negra

la gran devoradora de pájaros

escupidora de aves tornasoles

masticadas por el gran diente fervoroso de la religión

 

Así es mi madre

—¿Verdad que sí doncella negra?—

Ni siquiera ha de imaginar

que orino miedo por las noches

pensando qué pasará cuándo ella muera

Ella sólo piensa “Dios mío Dios mío ¿porqué me habrás dado

por hija a esta estúpida

maldita

     malditita

          malditilla

pendejuela?”

 

Mi amor por ti madre

es una flor hecha de vísceras secas

 

II

Dime mami,

¿dónde ha quedado

la palabra materna que lamerá con ternura

las heridas?

 

Mi madre es un pozo seco

y nuestras bocas han muerto de sed.

Toda palabra de amor ha encontrado

su muerte en este desierto

en que nos hemos convertido.

 

En el fragmento III de este mismo poema, todos los versos empiezan con la palabra “Madre” en el que el hablante lírico (un infante) desesperadamente quiere llamar la atención de su progenitora. Lo presentamos acá, sin el arreglo editorial que se presenta en el original.

“Madre: me comen las arañas / Madre: por favor voltea a verme / Madre: se cae el techo de la casa / Madre: los gusanos salen por el grifo del agua / MADRE / ¿Podrías dejar de ver le tele / y voltear a verme? / Madre: mi padre es un payaso oscuro / que se comió mi niñez y la vomita en mi cama / Madre: los gusanos se amontonan por toda la casa / MADRE / ¡Devuélveme mi corazón aunque / sea sólo /un trozo de carne seca! / Madre. Por favor apaga el televisor, / acércate a mí. / —¡Quítate de la tele, niña tonta! / MADRE / Apaga ya el televisor, cántame al oído / una canción de cuna.”

 

El siguiente poema titulado “Ruinas de la infancia” ocurre lo mismo, el tema de la “madre” se mantiene: “Madre: /he matado una niña /la tiré en un basurero /en las afueras de mi alma.”

Sin embargo, en medio de este libro, la autora introduce una visión de la sexualidad. Luego de hablar y hablar con un poderoso rencor contra la madre y evidenciar para el lector su trágica infancia de abandono, la autora decide hablar desde la carne y el poder sexual: “Eros”, titula la autora este fragmento, y presenta los siguientes poemas que llaman la atención: “Estoy llena de amor”, “Noche de bodas”, “Diálogo de los amantes”, en el que se vislumbra el hablante lírico que va desde el enamoramiento juvenil, al matrimonio de la convención social, la infidelidad en el buscarse amantes, así como el truene de la relación de un hablante lírico que utilizó la convención del matrimonio apenas como una forma para abandonar el nido familiar, lo cual es notorio durante la relación de amante, rompiendo con el lazo matrimonial, hasta sentirse libre y dueña de su vida; en un corte final —o en apariencia— del cordón umbilical que se aprecia en “I love the streets”, donde aún se mantiene ese recuerdo de una trágica infancia:

“Con los ancianos sentados en las bancas de los parques

y los niños corriendo detrás de sus sueños

para que no los abandonen”.

 

la autora hace que su hablante lírico se sienta libre, pero se mantenga temerosa; sin embargo, es mejor la libertad de callejear, la sobrevivencia a su ser independiente, a seguir presa en los rincones de la casa materna. Es por ello por lo que se sigue mirando el cíclico trauma en el que se presiente que la niñez no tiene salvación ni en el amor, ni en las convenciones sociales, ni en el sexo: “Las mujeres golpeando al niño”; siempre la figura materna violentando las infancias.

Esto es lo que puede olfatearse en este poemario. Uno puede llegar hasta la página 64 del libro y seguir encontrando el mismo leitmotiv: Una vida de sufrimiento por el padre que abandona a la familia, y del infante que se queda a soportar los traumas y malos humores de la madre que tiene que crecer sola a sus niños:

“Aquí vivimos mi madre y yo cosechando

en nuestras mentes

los recuerdos de un padre y esposo que se fue

junto con el último gramo de comida

y el último rastro de felicidad.”

 

O en la página 72, ya a punto de cerrar el libro:

“Así se siente la palabra madre

y lo que ella escupe

de su tierna boca

hacia él

 

Así la peluda palabra

caminando por el techo”.

 

Para el 2014 la poeta publica su trabajo titulado Sicarii de 92 páginas.

En él la palabra “madre” ocurre 10 veces, mamá 2 veces, “niño” 18 veces, “infancia” otras tantas veces; mientras que “padre” y “padres” aparece 23 veces.

El tema es muy similar al trabajo publicado por la autora en 2010: “y mis hermanas siempre decían /—Vimos a mamá pero jamás te mencionó /de seguro es porque no te quiere”; “pero su madre no quiere nombrarlo / mirarlo”; “como el vientre de mi madre que al igual que ella /se deshizo de mí al nacer”; “un padre que nunca volvió / una madre que jamás pronunció mi nombre”; “Veo a mi padre y a mi madre / Veo a la muerte orinando sangre / orinando mi destino”; “—A ti nadie te quiere ¡Yo si tengo papás que vienen [por mí a la escuela!”; “fue cuando abandoné mi niñez / para volverme un asesino”.

¡Basta! El trabajo de Esther M. García apenas busca el golpe tremendista sobre el ojo del lector. El drama, el victimismo, en el que cada uno de sus trabajos se desenvuelve. Una fórmula que la autora ha sabido explotar hasta el hartazgo, pues desde esa posición de víctima de su madre, y de presentarse ante la sociedad como una activista fehaciente del feminismo, la autora ha logrado escalar y convencer a los jurados que revisan su trabajo. Al menos, situada en este tema, convenció a Julia Santibáñez, Lucía Rivadeneyra y Alfredo Fressia, quienes le concedieron el 11vo Premio Internacional de Poesía “Gilberto Owen Estrada” (2016-2017) convocado por la Universidad Autónoma del Estado de México, por su libro (usted no me lo va a creer pero sí) titulado: Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas; una vez más el tema de la madre formando parte del corpus poético de la autora chihuahuense.

La terrible infancia genera sicarios, las malas infancias dan como resultado una sociedad fracturada y violenta, nos quiere decir la autora, esa parece su tesis. ¿Tal vez la autora no reconoce otros casos, donde una excelente infancia genera a los más terribles personajes? Como en la película 8 mm, de 1999, dirigida por Joel Schumacher y escrita por Andrew Kevin Walker, donde el detective privado Welles luego de luchar y someter al presunto asesino, desenmascara a Machine (quien violaba y torturaba mujeres hasta matarlas mientras era filmado), revelando a un hombre calvo y con gafas llamado George; que le dice: “¿Qué esperabas, un monstruo?» George continúa diciéndole a Welles que no tiene ningún motivo oculto para sus acciones sádicas; Lo hace simplemente porque las disfruta”.

Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (UAEM, 2017) es un poemario de 84 páginas de poemas en el que la palabra madre(s) se puede encontrar 45 veces, mientras que mamá se encuentra 13 veces; las palabra leche y pecho(s) las encontramos 6 veces cada una. Todo ello nos evidencia que el campo semántico es el mismo de sus anteriores trabajos: las malas madres, las familias disfuncionales, las aterradas infancias, las tragedias de los niños, incluso el filicidio; sumados a los esposos, hombres, maridos que abandonan o violentan a la mujer-madre:

“Esposo siempre le había dicho

que era una gorda antipática

una vaca estúpida con tetas grandes

Esposo decía que sólo servía para hacer el amor”

 

El poemario está dividido en seis fragmentos: “Tarantismo (Episodios histéricos)”, “Taxonomía”, “Especies de tarántulas”, “Tracey Emin dibuja arañas”, “Madre dice que hay habitaciones cerradas con llave dentro de cada mujer” y “La enllagada (Viacrucis herpético)”; el tema de las madres filicidas, el museo del victimismo, la fotografía de la violencia contra la mujer que se ve obligada por el entorno social en el que se desenvuelve es el que va permeando a lo largo del libro.

¡Y eso es todo!

Hemos repasado parte de la obra poética de cinco autoras nacidas a partir de 1980 y la relación que su poética conlleva respecto a la maternidad, sobre todo en una época en que a las poetas les ha tocado mirar el avance de la lucha en pro de los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, en el tema del aborto legal, o de la despenalización del aborto. ¿Qué nos espera de las lecturas de las jóvenes mujeres nacidas en la década de 1990 en la década del 2000? ¿Cuáles son ahora las búsquedas de su poética? Los trabajos que hemos estudiado parte de Daniela Camacho cuyo hablante lírico va compartiendo su visión de la belleza y el asombro con su madre hasta el renunciar a ser madre, por sentirse presa de la enfermedad del cáncer que amenaza su existencia. Nadia Escalante en cambio mantiene ese asombro de compartir con su madre y no renegar de ella, sino hacerla parte de su observación del mundo, y decide trabajar sus textos en una búsqueda de utilizar el lenguaje a su favor, resaltando la belleza en la contemplación del tedioso vivir la vida. Xitlalitl Rodríguez Mendoza, como Escalante, prescinde del victimismo y nos presenta una historia desde la mirada infantil del personaje que recrea (por momentos parecemos asistir a las viñetas de las historias de Mafalda, creadas por Quino), al lado de sus padres, y descubriendo la vida de escolar por varios instantes, y de la amistad. Sin embargo, es dentro de los trabajos de Garma y de Esther M. García donde la figura del padre (para Garma) y de la madre (para García) comienzan a aparecer incluso desde una visión enfermiza en sus hablantes líricos. Sobre todo, durante toda la obra de Esther M García, quien ha hecho de la figura madre-hija-madre la obsesión de su temática.

“No todos nuestros dramas son poesía” dijo alguna vez el maestro Jorge Lara, por lo cual hay que reconocer que “Mi vida trágica, las tragedias en mi vida, que se encuentran en la infancia”, no pueden ser el único espacio en el que el poeta se debe reconocer. Puesto que hacerlo desde una forma obsesiva puede determinar algún padecimiento que necesite ser atendido. En una sociedad donde las estadísticas son verdaderamente brutales: de 2010 a 2014 se produjeron en todo el mundo 25 millones de abortos peligrosos (45% de todos los abortos) al año, según estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS); en un país donde en 2019 se ha contabilizado que se comenten 10.5 feminicidios al día, pareciera natural que estos temas tendrían que verse reflejados en los trabajos literario de las escritoras mexicanas. El trabajo de Esther M García lo revela de manera clara y permanente hasta lo obsesivo. La poeta habla tanto de la palaba madre, que uno casi puede mirar a sus hablantes líricos en esa posición fetal de la escena donde el personaje femenino de “Réquiem por un sueño” (dirigida por Darren Aronofsky), luego de su fortaleza vital de relación de pareja, del erotismo exacerbado por la necesidad de drogarse la conduce a realizar actos sexuales para el deleite de otros, y obtener el dinero que le permitiera mantener su adicción, se mira sola en su casa, acostada en un sofá, y sube las piernas, las rodillas hacia el pecho, en posición fetal, abrazándose a ella misma, en busca de ese consuelo que se sentiría si pudiera volver a estar en el vientre de su madre.

 

Referencias.

La historia detrás del pañuelo verde, el nuevo símbolo feminista que llegó a Chile https://bit.ly/2J9vsMJ 

Lamas, Marta. 2009. “La despenalización del aborto en México”. Nueva Sociedad. No. 220, marzo-abril. ISSN: 0251-3552. 

Camacho, Daniela. 2013. [imperia]. Poesía del mundo. Serie contemporáneos. Caracas, Venezuela. Fundación Editorial El perro y la rana. 82 pp.

Camacho, Daniela. 2014. Carcinoma. Colección Libros de Artista. Artes de México. 32 pp.

Escalante Andrade, Nadia. 2019. Sopa de tortuga falsa. 61 pp.

García, Esther M. 2010. La doncella negra. Regia Cartonera, Monterrey. 73 pp.

García, Esther M. 2014. Sicarii. Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. 92 pp.

García, Esther M. 2017. Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas. Universidad Autónoma del Estado de México. 95 pp.

Garma, Ileana. 2013. Ternura. UNAM. 89 pp.

Garma, Ileana. 2015. 29. Fondo Editorial Tierra Adentro. Colección La Ceibita.

Rodríguez Mendoza, Xitlalitl, 2009. Datsun. UNAM. Ediciones Punto de Partida. 69 pp.


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