Cuando escucho la palabra Patria, de inmediato me vienen a la mente los versos de José Emilio Pacheco “No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible”, me considero suficientemente libre como para que no me conmueva el fervor de las fiestas de septiembre, pero soy padre de un hijo y no tengo ningún derecho a contagiarlo de mi falta de devoción a los símbolos patrios, por el contrario, como parte de su educación cívica debo fomentar una idea de pertenencia, no el nacionalismo cerril o el patrioterismo banal, algo que lo acerque más a los otros.
Ramón López Velarde señala en su texto Novedad de la Patria, a qué se refería al escribir La Suave Patria: “Han sido precisos los años del sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”, una Patria que “miramos hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra”. La idea medular de ese ensayo lopezvelardiano es “concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”.
La patria que quiero para mi hijo no tiene que ver con ceremonias fastuosas ni consignas inclusivas aulladas a la multitud, tampoco con desfiles militares o el despliegue de naves sobre el cielo, no se trata de gritar vivas al país un día al año; es la idea lopezvelardiana la que quiero mostrarle para que, si él así lo desea, se la apropie, la haga suya, si quiere, grite: Viva México, pero sobre todas las cosas, la piense.
Tengo una anécdota para mi hijo de lo que creo es esa noción de patria trasladada a los símbolos, una imagen, durante la ceremonia de izamiento de la bandera nacional en el Zócalo, vi a una mujer que iba al mandado detenerse ante el paso redoblado de los soldados, observar con atención el ritual con que arrean el lábaro patrio, la escolta vuelve a Palacio Nacional y la mujer se lleva la mano derecha al pecho, cruza sus dedos extendidos sobre el corazón y comienza a cantar, fuerte y claro, el Himno Nacional, cuando finaliza su ritual íntimo, sigue su camino.
Creo que mi hijo merece una idea de patria como la escrita por Guillermo Prieto: “La patria es sentirnos dueños de nuestro cielo y nuestros campos, de nuestras montañas y nuestros lagos, es nuestra asimilación con el aire y con los luceros, ya nuestros; es que la tierra nos duele como carne y que el sol nos alumbra como si trajera en sus rayos nuestros nombres y el de nuestros padres; decir patria es decir amor y sentir el beso de nuestros hijos…”.
Eso es lo que creo que merece: una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa.
Coda. De la novela de Carlos Fuentes, La silla del águila, una conversación, fragmento que aplica a los deseos de nuestra clase gobernante.
–Nuestros vicios eran en realidad virtudes. Sin embargo, digamos que me resigno al cambio. Siempre supe que algún día el sistema debía terminar. Pero la pregunta sigue pendiente: ¿con qué sustituirlo?
–Todo tiempo pasado fue mejor –dije melancólicamente.
–Sí, a pesar de que algunos políticos eran medio pendejos.
–¿Quiénes fueron sabios entonces?
–No quiénes, mi amigo, sino cómo.
–Cómo pues.
–Cada quien mata pulgas a su manera, Valdivia. Las ambiciones excesivas, o fracasan, o se pagan caro. Hay quienes han llegado a la Presidencia creyendo que México les debía ese favor y la abandonaron creyendo que el país no los mereció y por eso ellos merecían volver al poder algún día.
@aldan