En la presentación (propósito) de El Ogro filantrópico, Octavio Paz señala con una humildad que le es poco reconocida por la contundencia con que expone sus certezas, que sus reflexiones sobre el Estado no son sistemáticas y las ofrece como una invitación para que los especialistas estudien los temas que el poeta desarrolla. Líneas adelante se pregunta cómo podrán los mexicanos supervisar y vigilar a un Estado cada vez más fuerte y rico, “Cómo evitaremos la proliferación de proyectos gigantescos y ruinosos, ¿hijos de la megalomanía de tecnócratas borrachos de cifras y estadísticas?”, la respuesta está en la sección final de esos textos: siendo libres, ejerciendo la libertad.
El Estado que le ocupa a Octavio Paz es semejante al monstruo sin cabeza que es la Cuarta Transformación, décadas después de escrita su disertación sobre el Estado, los mexicanos aún seguimos preguntando cómo evitar proyectos gigantescos y ruinosos, sólo que ahora en vez de tecnócratas obsesionados por las cifras, enfrentamos a un presidente apasionado por los pobres, a los que se siente obligado a salvar mediante las buenas intenciones.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no está muy lejos del ogro descrito por Octavio Paz, pues el presidente basa sus acciones en la creencia de que todo depende de su interpretación de la voz del pueblo, las masas le hablan y él interpreta sin posibilidad de error qué es lo que se debe de hacer.
El saturnino gigante que ocupa Palacio Nacional es incapaz de comprender la disidencia pues está convencido de su buen actuar, en eso basa sus decisiones de gobierno y, por supuesto, en el compromiso de los suyos con sus acciones. López Obrador no dice que él es el Estado, se comporta como si sólo él pudiera interpretar lo que es la voluntad del colectivo, por eso puede exigir fidelidad absoluta y así explica que devore a quienes no coincidan con él. Lo hizo en la conferencia matutina: “pedimos lealtad a ciegas al proyecto de transformación, porque el pueblo nos eligió para eso, para llevar a cabo un proyecto de transformación, para acabar con la corrupción, para acabar con los abusos, para llevar a cabo un gobierno austero, sobrio, para hacer justicia”. Pausado, extendió la explicación para que no pareciera que exigía algo para sí: “Entonces, sí es lealtad al pueblo, básicamente, no a mi persona. La lealtad a las personas se convierte, la mayoría de las veces, en abyección, en servilismo. Nosotros queremos lealtad al proyecto de transformación, eso es lo que pedimos”. Ese nosotros que él encarna, la representación que él detenta.
Al mismo tiempo que exige que no se le cuestione, el presidente estimula burlón a un puñado de fanáticos a que se manifiesten contra él, se burla del Frente AntiAMLO con plena conciencia de que esa oposición ridícula no va a crecer y sólo le sumará puntos para mostrarse como víctima de las fuerzas oscuras que intentan detener la transformación que desea.
La lealtad ciega es sumisión, similar al servilismo, es supeditar el criterio propio a lo que López Obrador cree que encarna, ese rendirse es lo opuesto a la libertad, sobre la que Octavio Paz escribe: “la libertad no es un concepto ni una creencia. ‘La libertad no se define: se ejerce.’ Es una apuesta. La prueba de la libertad no es filosófica sino existencial: hay libertad cada vez que hay un hombre libre, cada vez que un hombre se atreve a decir No al poder. No nacemos libres: la libertad es una conquista -y más: una invención.”
El presidente ya estableció su deseo: conmigo o contra el nosotros que él cree que encarna. Las opciones están dadas, y frente a la sumisión sólo queda la resistencia, la capacidad de decir No.
Coda. Un grupo fiel a López Obrador promueve una carta que se opone al desplegado “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia” firmada por más de 600 personas, los tetratransformistas quieren demostrar que no hay censura en México y que no se vulnera la libertad de expresión. También en El Ogro filantrópico encontré algo sobre estos fieles, escribe Octavio Paz: “Movidos por un impulso generoso, muchos escritores y artistas han querido ser los evangelistas de la pasión revolucionaria y los cantores de su Iglesia militante (el Partido). Casi todos, tarde o temprano, al descubrir que se han convertido en propagandistas y apologistas de sinuosas prácticas políticas, terminan por abjurar. Sin embargo, unos cuantos, decididos a ir hasta el fin, acaban sentados en el palco de la tribuna donde los tiranos y los verdugos contemplan los desfiles y procesiones del ritual revolucionario” … donde dice el Partido coloque el nombre del presidente, donde dice revolucionario, va la transformación.
@aldan