Desde sus inicios, el pensamiento occidental lidió con el intento de establecer fronteras entre el conocimiento verdadero y la mera opinión. Así sucedió con el personaje Sócrates de los diálogos platónicos, con el propio Platón y su alumno Aristóteles. El primero decía no saber más que el hecho de que no sabía nada; el segundo, enamorado de las matemáticas, pensó que sólo el pensamiento gravemente abstracto conducía al conocimiento; el tercero, curioso analista de los animales y padre de la biología y la física teórica, fue mucho más humilde y consideró que el conocimiento podía darse en grados. Así, no escaparon a la curiosidad del Estagirita ni el análisis constitucional, ni el intento por comprender los mecanismos de la tragedia.
Las demarcaciones acosaron a los occidentales durante siglos. Mientras los medievales latinos cultivaron la glosa y el comentario al Filósofo (así llamaron a Aristóteles), los medievales islámicos dotaron de contenido empírico a las especulaciones éticas, inventaron la medicina e hicieron florecer la astronomía.
Ya entrada la modernidad, Descartes, mientras trataba de demostrar la existencia de su dios y su supuesta alma inmortal, nos proporcionó la estructura de argumentos que eran capaces de poner en duda cualquier afirmación. El escepticismo, enemigo del francés, terminó siendo su compañero de viaje, aunque él creía haberlo abandonado en sus reflexiones maduras. No obstante, sus estudios de óptica generaron conocimiento, y sus argumentos filosóficos inspiraron a dos genios enciclopédicos: el neerlandés Spinoza y el alemán Leibniz. Los dos estuvieron enamorados de las matemáticas. El primero trató a la ética de un modo geométrico y el segundo inventó (a la par de Newton) el cálculo infinitesimal.
Pero no fue en el continente, en el que trataron de calmar las dudas cartesianas, donde resurgió el escepticismo. La ilustración escocesa nos brindó no sólo el surgimiento de la economía moderna con Adam Smith, sino la mente brillante de su amigo David Hume. Mientras el primero, mucho más moderado, creía en la mano invisible del mercado, el segundo, pasional y vehemente, puso en duda cualquier aspiración por justificar nuestras inferencias inductivas cotidianas. En un intento de salvar al conocimiento humano de las garras escépticas, Hume consolidó el pensamiento naturalista. El conocimiento debería ser estudiado como cualquier otro fenómeno natural y no especulando desde el mullido sillón.
Fueron los miembros del Círculo de Viena, al inicio del siglo veinte, un grupo de científicos que buscaban brindar una concepción científica del mundo, quienes revivieron las brasas de los problemas de la demarcación. Consideraron la especulación metafísica como un conjunto de enunciados carentes de sentido, y creyeron que la filosofía sólo tenía sentido como un estudio de la lógica de la ciencia. Uno de sus críticos, aunque profundamente influido por sus ideas, fue quien dio el contorno al problema como lo entendemos hoy: Karl Popper. A su parecer debíamos establecer una frontera clara y definitiva entre la ciencia y la pseudociencia. Sus enemigos fueron el marxismo y el psicoanálisis, y fue tremendamente popular gracias a sus reflexiones políticas contra las sociedades cerradas y carentes de crítica. No obstante, su respuesta inicial al problema fue incluso desechada por él mismo, y fue sometida a una intensa crítica de la que no pudo reponerse. A Popper le siguieron el historiador de la ciencia Thomas Kuhn, el húngaro Imre Lakatos y el anarquista Paul Feyerabend. Sin embargo, ninguna de sus respuestas gozó de consenso y amplia aceptación académica ni popular.
Durante algún tiempo, y en parte como consecuencia de las críticas de Larry Laudan (quien, cabe destacar, fue investigador de la UNAM), los problemas en torno a la demarcación eclipsaron. Hoy han revivido no por razones teóricas, sino por intereses prácticos: ¿cómo hemos de construir el currículo escolar?, ¿qué información debe gozar de nuestra confianza?, ¿cómo construir políticas públicas a partir del mejor conocimiento disponible?, ¿cuál es el papel de los medios de comunicación en su labor de informar a la ciudadanía?
Una de las preguntas centrales del pensamiento occidental hoy tiene otros tintes: los de la posverdad. Hoy se busca eliminar cualquier demarcación. Hoy cada quien tiene sus datos. Hoy todas y todos somos expertos de todo y nada. Hoy quien sea opina de lo que sea. Hoy mi opinión vale lo mismo que tu conocimiento. Hoy, en breve, se trata de eliminar la noción misma de conocimiento y se ve con desconfianza a las y los expertos como una mafia o como una élite privilegiada ajena al pueblo.
Por esta razón apremia que repensemos las fronteras del conocimiento. Urge que establezcamos demarcaciones. El problema ya no es uno académico y de interés insular. Su relevancia es central, y será quizá parte central de futuros proyectos políticos.