Hasta ahora, la cuarta transformación de Andrés Manuel López Obrador no se ha propuesto un cambio de régimen, cuando el presidente habla de la Cuarta Transformación suele remitir a la Independencia, la Reforma y la Revolución, sin ejemplos tangibles u objetivos políticos claros que permitan saber en qué consiste su propuesta.
En el mensaje con motivo de su Segundo Informe de Gobierno indicó que “transformar es moralizar”, con referencia a su intención de erradicar la corrupción que originó la crisis del país, prometió que en diciembre próximo ya estarán sentadas las bases del México del porvenir, “una vez que se tengan construidos los cimientos, sólo quedará la tarea de terminar la obra de transformación y seguir gobernando con rectitud y amor al pueblo para contar siempre con su respaldo”; para ese momento, si es que llega, López Obrador se tendrá que plantear un cambio de régimen, una transformación profunda y real del sistema político mexicano, algo para lo que la lucha de un solo hombre no basta.
Con pesimismo documentado puedo señalar que en esa tarea de transformación el presidente ha estado solo, no sólo por sus adversarios imaginarios o su incapaz oposición real, también por los miembros del movimiento que creó para ganar las elecciones. Desde el siglo pasado crecimos en un sistema político que se rige por sexenios, lo que ha educado a la clase política en el gatopardismo, hacer como que todo cambia para, tras el tiempo suficiente, todo siga igual.
No sé si a López Obrador le alcance su periodo presidencial para poder lograr el cambio propuesto, lo que se vive fuera de Palacio Nacional indica que la intención de erradicar la corrupción no bastará mientras se siga jugando con las reglas de siempre. En estos días, los partidos políticos han dado muestra de que no les importan los deseos del presidente, el descarado chapulinismo de los diputados define su interés personal, no el compromiso con una ideología, ni con causas ni movimientos.
Como escribió Enrique Santos Discepolo: “Vivimos revolcaos en un merengue/ Y en el mismo lodo / Todos manoseaos / Hoy resulta que es lo mismo / Ser derecho que traidor / Ignorante, sabio, chorro / Generoso o estafador”, sin vergüenza alguna los diputados del PRD se pasan al PRI y en menos de 24 horas se regresan a su partido original, adelantando que en su afán de no desaparecer creen que la suma de cascajo permitirá cimentar cualquier cosa que les permita sobrevivir a las siguientes elecciones; lo mismo el Partido del Trabajo, organización que nació parásita y hoy es rémora del lopezobradorismo, aliándose con quien sea para entregarle un cargo a uno de sus miembros; de Morena hay mil ejemplos que lo muestran como el priismo renovado que es, antes que un movimiento comprometido con su militancia.
Por eso es preocupante que el presidente crea que puede lograr el cambio por sí solo o que logrará transformar a un sistema podrido de raíz con el puro ejemplo, el reloj sexenal no se detiene, los ambiciosos lo saben, acechan el momento para aprovechar su oportunidad.
Coda. “No Man is an Island”, escribió John Donne, tiene razón:
Ningún hombre es una isla
entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente,
una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla;
la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes
por quién doblan las campanas;
doblan por ti.
@aldan