— Oiga, Gema, mañana viernes no vengo, eh. Si me buscan, estaré haciendo home office.
— Cómo no, licenciado.
La noción de home office se sostiene siempre y cuando se refiera a una modalidad ocasional, circunstancial, de coyuntura. Sin embargo, si se mantiene la práctica durante varias jornadas y de manera más o menos prolongada, o más aun, si se perfila como una constante, como una dinámica rutinaria, el fraseo trabajo desde casa —igual que home office—, además de impreciso, puede resultar muy engañoso. O dígame, usted, ¿quienes podemos laborar fuera de las instalaciones de nuestros respectivos trabajos tenemos que hacerlo obligatoriamente en nuestras casas?
Miriam es alemana. Un verano, pasó unos días en la Ciudad de México y le gustó tanto que decidió buscar un empleo aquí, hasta que lo encontró. Entiendo que es parte del equipo de marketing de una compañía gringa que vende soluciones informáticas. El caso es que desde mediados de 2019 comparte un departamento en la San Miguel Chapultepec con una abogada mexicana. Durante las primeras semanas de la Jornada Nacional de Sana Distancia, Miriam atendió al pie de la letra la instrucción “Quédate en casa”, y por el tipo de actividad que realiza no tuvo ninguna dificultad en encargarse de todo mediante home office. A finales de mayo, un compañero de la empresa le prestó la casa de sus padres en Cuernavaca: Vete unos días: tomas el sol y puedes trabajar desde allá. Una semana después regresó a la CDMX consciente de una obviedad: sus obligaciones laborales las tiene que atender en su laptop, no en su casa. Metió la ropa sucia a la lavadora y se puso a buscar un Airbnb para irse a Mérida. Todavía anda en el sureste.
Mientras más se propague y normalice el trabajo a distancia más evidente será que la dinámica no implica trabajar obligadamente en casa. Y a estas alturas supongo que muchas personas ya se dieron cuenta de que una situación anormal para serlo necesariamente tiene que ser efímera, de que jamás regresaremos plenamente a la normalidad previa a la pandemia, y de que el teletrabajo viene incluido en la llamada nueva normalidad. A quienes más convendría entender esto somos, claro, a quienes llevamos ya más de cuatro meses laborando fuera del sitio al que llamábamos “el trabajo”.
Mi amigo el autorcantor MM chambea en una empresa multinacional high tech que en nuestro país emplea a 16 mil personas en 14 ciudades. Muy lejos de las líneas de producción, él es responsable del área de comunicación. Desde abril, MM y su equipo combinan el home office con esporádicas reuniones presenciales en el lugar al que llaman “el corporativo”, un edificio que está en Santa Fe. Hace un par de meses me contó que varias empresas con las que tiene trato frecuente están cerrando sus presupuestos 2021 dejando fuera la renta de casi todas sus oficinas en la Ciudad de México: Ya no hay duda, es un gasto inútil; van a dejar que su personal continúe trabajando a distancia.
En efecto, para un montón de puestos laborales nuestras presencias corporales resultan no sólo del todo prescindibles, sino también onerosas. El hecho no es nuevo, pero al parecer necesitábamos una pandemia para darnos cuenta. ¿En la próxima contingencia ambiental que sufra la Ciudad de México aún quedarán tercos que se nieguen a mandar a trabajar a sus casas a todos los empleados que puedan hacerlo?
Obviamente el teletrabajo no es posible para todos. Si tu chamba consiste en controlar una gran maquinaria, pues seguramente no, no te la vas a poder llevar a casa. Si eres médico especializado en cuidados intensivos tu trabajo seguirá estando en un hospital. Pero en una gran porción de los servicios, el comercio y la economía digital, en general los puestos de cuello blanco, durante los últimos meses la antañona y hasta ahora indestructible liga vives donde trabajas está estirándose dramáticamente y me parece que va a terminar por romperse: cada vez más gente trabajará en donde esté y por lo tanto no tendrá que vivir forzosamente en una determinada ubicación. Incluso muchos podríamos optar por vivir en diferentes lugares a lo largo del año.
— ¿Dónde trabajas?
— Aquí, en donde ande…
Lamentablemente este cambio dejará a mucha gente fuera del mercado; en corto, el enorme contingente de trabajadores que brindaban servicios satélite a todos los empleados que están dejando de acudir a las oficinas. Simultáneamente, en algunos otros ámbitos surgen nuevas necesidades que alguien deberá satisfacer. Así, lo que el e-commerce ha causado hasta ahora quizá termine resultando apenas un atisbo de la profundidad y extensión de las transformaciones que va a generar la revolución laboral que el confinamiento está provocando.
Hace unas semanas el INEGI dio a conocer los resultados de los Censos Económicos 2019. En total, se captó información de 6’373,160 establecimientos, con un personal ocupado de poco más de 30 millones. Los datos censales están referidos a una unidad de observación, el establecimiento económico. Cualquiera que lea la definición podrá darse cuente del enorme reto metodológico que representará el próximo levantamiento, en 2024: “La unidad económica que en una sola ubicación física, asentada en un lugar de manera permanente y delimitada por construcciones o instalaciones fijas, combina acciones y recursos bajo el control de una sola entidad propietaria o controladora, para realizar actividades de producción de bienes, compra-venta de mercancías o prestación de servicios; sea con fines de lucro o no.”
No será utópico, pero para muchos el trabajo será cada vez más u-tópico.
@gcastroibarra