La queja de Todos son iguales con que se descalifica a la clase política esconde entre sus componentes un salvoconducto que disculpa la falta de interés de las personas por ejercer su ciudadanía, la justificación para participar activamente en la toma de decisiones y diseño de las políticas públicas. La queja se relaciona con el hartazgo que produce la inercia de la impunidad que no resuelve los actos de corrupción, en el México de no pasa nada, las historias de pillerías y crímenes se repiten de forma constante y pareciera que no hay solución.
La descalificación de la clase política sirvió en su momento para, en un sistema de partidos, ayudar a ganar la confianza de la sociedad para figuras públicas con deseo de participar en las elecciones que antes que cualquier otra cosa, intentaban marcar su distancia con quienes habían llegado al poder para servirse de él. La aparición de los independientes fue el momento estelar de este discurso y, casi de inmediato, demostró que es una frase hueca, porque no es que todos los políticos sean iguales, porque no encuentro mejor deseo que todo aquel que desempeñe un cargo público haga política para resolver los problemas que nos abruman y detienen el arribo a un estado mejor para todos.
Entonces no es que todos sean iguales, es que los corruptos y criminales, tabula rasa, ellos sí cometen sus atrocidades por motivos distintos, en contextos diferentes, de grados variables, pero con un factor que los unifica, la violación de los derechos de los otros, un egoísmo que va desde el impulso insaciable de la avaricia hasta el ejercicio brutal de la violencia.
Cada vez con más frecuencia escucho que hay quienes ya no buscan informarse en los medios por que los abruma el exceso de información sobre los mismos casos, la repetición de esos excesos, y la impunidad, los satura porque todo parece repetirse; no es como ocurre con la infodemia, donde el exceso de fuentes y distintas propuestas, terminan por desorientar a quien busca enterarse; quienes a propósito ya no buscan informarse porque les afecta el estado de ánimo, están renunciando a formar parte del colectivo, con el pretexto de que se haga lo que se haga, todo va a seguir igual.
Culpar al malestar que provoca la saturación nos separa del análisis de la vida pública y la posibilidad de actuar, de la misma manera que el creer que todos los políticos son iguales nos disculpa de nuestra obligación de la rendición de cuentas.
Mientras sostengamos que se haga lo que se haga, desde quejarse hasta denunciar, nada en el país va a cambiar, estaremos condenados a ver cómo aumenta la impunidad, pues el estado anímico individual no debería ser la excusa para la renuncia a nuestros derechos y obligaciones como ciudadanos.
Pienso en esto mientras veo el esfuerzo de los gobiernos de todos los niveles por informar sobre el regreso a clases pero no a las aulas y los millones de niños que se deberán sentar frente al televisor, creo que el ejercicio de difusión se puede mejorar, que antes que pensar en no inscribir a los niños a la escuela y dar por perdido este año escolar se pueden hacer muchas cosas, pero requiere de la participación sobre la marcha para resolver un conflicto para el que nadie estaba preparado y, justo por eso, se tiene que resolver buscando las formas en que quedemos menos afectados; el análisis que se pueda hacer del trabajo de los gobiernos por informar sobre el regreso a clases es inútil cuando miles de padres no se interesan en la propuesta y lo dicen en voz alta, contagiando con su saturación a otros, pero ni siquiera se han tomado la molestia de estar informados sobre las opciones que se ofrecen.
Descalificar con el todos son iguales sólo nos lleva a la ceguera de creer que hay un destino escrito e inamovible al que estamos condenados y en el cual no tenemos ninguna responsabilidad.
Coda. En su explicación a los actos ilegales en que está involucrado su hermano y un funcionario de su gabinete, el presidente Andrés Manuel López Obrador se apuró a señalar que no, no eran iguales a los de antes. En su video dominical se tomó un largo tiempo para elucubrar sobre las inmensas cantidades de dinero con que se sobornó a funcionarios de sexenios pasados, para enseguida intentar compararse con Francisco I. Madero y señalar que el acto ilegal de Pío López Obrador y David León Romero no es corrupción, sino cooperación. El presidente acusó a sus adversarios de intentar detenerlo, a él, exhibiendo a su hermano, tras señalar que las cantidades no se parecen en nada a las de la denuncia de Emilio Lozoya, acepta que “de todas maneras es dinero”, es decir, admite que es un acto ilegal. “Con estos acontecimientos comprendo que los que deseábamos un cambio, nada debíamos esperar de arriba”, escribió Francisco I Madero en La sucesión presidencial en 1910. No, no todos los políticos son iguales, los corruptos sí.
@aldan