Un día después de haber convertido en tendencia el video en que unos pasajeros golpean brutalmente a quien pretendía asaltarlos, a través de los mismos canales, se difundieron las consecuencias de haberlo compartido. La primera emisión de esas imágenes se justificaba indicando que el video era una muestra del hartazgo social, la ineptitud de las autoridades y la ausencia seguridad, se dio seguimiento a esa “noticia” señalando que había más casos similares, otras escenas atroces de linchamientos, en el fondo se acusaba a quienes compartieron de estar promoviendo estas defensas. El debate no rozó si esos actos eran venganza o justicia, la discusión tampoco fue sobre la irresponsabilidad colectiva de compartir esos contenidos, la conversación fue una repartición de culpas, de un lado medios y redes mostrándonos lo que generábamos al tomar la justicia en mano propia, del otro, el grupo de siempre defendiendo su derecho a fomentar la violencia mediante estos videos con la excusa de la libertad de expresión.
Hace muchos años escribí estas líneas: Elías Canetti en Masa y Poder describe a la “masa de acoso” como la que se constituye para conseguir de manera fulminante su objetivo, sale a matar y sabe a quién debe matar, avanza imparable hasta lograrlo, para quienes forman parte de esta masa basta saber quién debe morir, el resto sobra; una vez localizado el objetivo todos quieren participar, todos acechan, todos golpean y si no puede golpear quiere, al menos, presenciar el castigo. El objetivo lo es todo, la víctima es el objetivo, pero también es el punto de máxima densidad: concentra en sí misma, las acciones de todos. El miedo revela lo vulnerables que somos, aunque en primera instancia es una emoción individual, el miedo se contagia velozmente, al sentirse amenazado el instinto social impele a buscar refugio, sumarse a un grupo más amplio, a veces ni siquiera es necesario identificar la fuente de la amenaza basta con imaginar su posibilidad para ir hacia los otros y formar parte de la masa, ese conjunto que promete salir victorioso ante lo que provoca temor por el simple hecho de ser muchos.
El miedo, reitero, logra que pasemos por alto cosas que en otro momento serían inaceptables, reaccionamos, no pensamos, nos unimos en masa. Así es más fácil arrojar la piedra.
De un tiempo a la fecha, todos generamos contenidos, el tener a la mano una cámara, el acceso a una plataforma mediante un clic, nos ha convencido no sólo de que cualquier opinión es válida, también de que somos creadores. Usamos las plataformas a nuestro alcance sin asumir que es una personalidad virtual, que lo que hacemos en las redes sociales se parece mucho a lo que somos en realidad, pero es un reflejo; funciona porque de esa manera parece que no es necesario considerar la responsabilidad de nuestros actos u opiniones.
Hoy que todos tenemos la oportunidad de ser periodistas, hay quienes usan ese pretexto para compartir cualquier tipo de contenido porque consideran que es su obligación informar a los otros; algunos, irreflexivos, simplemente lo hacen porque es tendencia y no pueden perderse el tren de la popularidad; en la mayoría de los casos no hay una invitación a reflexionar sobre lo que mostramos a los demás en redes, nos hemos acostumbrado a la simplificación del meme, el que entendió, entendió, sin más pistas.
El otro grupo mencionado, es uno encantado con la repartición de culpas, les fascina decidir quién está bien y quién no entiende nada, su criterio es hueco y va de extremo a extremo, pueden ser profundamente conservadores y moralistas, a veces lindan en la responsabilidad ética, pero eso sí, son incuestionables, con facilidad acusan de clasismo, de que hace falta barrio, que a quien denuestan no reconoce los privilegios desde los que opina… porque ellos siempre están del lado de la verdad, de los buenos.
Al no asumir la responsabilidad de los contenidos que compartimos en redes, al no contener el impulso de satisfacer el morbo a cambio de seguidores, nos asumimos como masa, esa de la que habla Canetti. En el fondo tenemos miedo de ser uno mismo.
Coda. Cuando Oscar Wilde publicó El retrato de Dorian Gray, la crítica lo acusó de ser un autor incorrecto, provocador, inmoral, previendo esos comentarios escribió un prólogo a la obra, apenas dos cuartillas, ahí dice que el pensamiento y el lenguaje son para el artista instrumentos de un arte, y para aquellos que se asumen como generadores de contenidos, periodistas o creen que estar detrás de una arroba implica un talento, esta cita: “La vida moral del hombre forma parte del material del artista, pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto”.
@aldan