Sin mucha sorpresa escucho decir a Héctor Aguilar Camín, espléndido cuentista y director de la revista Nexos, que por salud mental se niega a intentar comprender las decisiones del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo anterior durante alguno de sus comentarios editoriales en los diversos medios en los que colabora. De primera instancia asiento, con tantas cosas en las que hay que pensar, con tanto por analizar, dedicar tiempo a descifrar qué fue lo que realmente quiso decir el presidente, es una tarea agobiante, titánica y que, ante los resultados, insuficiente para entender la realidad del país, el México en que vivimos no está en el discurso de López Obrador, él vive en una realidad alterna, la de los otros datos.
Leo, tampoco sin sorpresa, que un columnista al que respeto hace pública su intención de nunca más volver a dar espacio a lo que diga el presidente en su conferencia matutina, indica que ante el autoritario gesto de marcar el rumbo de la agenda del debate público con que López Obrador parlotea todas las mañanas, decide tomar un rumbo distinto, buscar los temas por otro lado, en otros actores. Estoy seguro de que le irá bien, de hecho, me considero tentado por la opción, lo mejor sería no hablar más de López Obrador.
Personal. A pesar de mi mismo, desde que López Obrador es presidente he perdido amigos, conocidos y familiares. Me han dejado de hablar, eliminado de sus contactos o me conceden los gestos burlones con que uno mira a una persona levantar el excremento de su perro sintiéndose que es quien manda en la relación. Me afecta porque, gracias a lo que pienso de la administración de cuarta de López Obrador, me he ganado (creo que sin merecerlo) que mi hermano me acuse de chayotero y ardido, aunque no he recibido dinero por mi criterio y tampoco me han ganado a la mala algo que pensara era mío; en todo caso, me siento defraudado, a pesar de que no voté por López Obrador en la última elección, creo en el sistema democrático en desarrollo de este país, estoy convencido de que ganó y que es el presidente de todos los mexicanos; por esa misma razón, me siento estafado cuando en las mañaneras pinta un país que no existe y acude a los extremos para polarizar las opiniones.
Dejar de hablar del presidente, bloquear sus publicaciones, no hacer eco de sus disparates, no volver a señalar que es un maestro de la comunicación política y compararlo con un merolico podría ser una opción para mejorar mi vida social, para restañar los lazos familiares; sobre todo si considero que también me considero defraudado por las opciones de oposición que hay en el país, cuando pienso y he escrito que lo peor que pueden hacer es concentrar sus ataques en los dichos del presidente, cuando me prende que imbéciles como los del Frena basen su plataforma en atacar al presidente, o cuando observo a cualquier politiquillo subirse al huacal de la superioridad moral y perorar con interés propio en contra del presidente, sin ninguna propuesta, siguiendo ciego y desenfrenado el camino del ataque que parece valiente, pero en el fondo es un cínico round de sombra.
No podemos dejar que López Obrador se apropie de la agenda nacional en las mañaneras, dicen, pero quienes aseguran eso no están escuchando con atención, López Obrador no impone agenda alguna, sólo se exhibe a sí mismo como el mentiroso que es. Si el propósito de su conferencia matutina es marcar los temas de importancia, eso no se traduce en los titulares noticiosos, por el contrario, la realidad se le impone, así ha sido cuando se le pregunta por los feminicidios y el presidente obvia el tema para vender cachitos de lotería… así de pequeño es el presidente, así de vergonzosa es su salida ante los temas que importan.
López Obrador no logra imponer sus intereses a la realidad, sus otros datos no desmienten los datos del Producto Interno Bruto, las pérdidas de empleo, el aumento de la violencia de género, un país que se está yendo al carajo a pesar de las buenas intenciones. La complicidad de los lameculistas constantes, los tetratransformistas a ultranza, esos que todo lo justifican, no pueden ocupar el espacio de la discusión pública, a ellos hay que oponer el señalamiento constante, sin importar cuán reiterativo se pueda ser, porque, a fin de cuentas, seguimos viviendo en este lado de la realidad-
Coda. De La canción de amor de J. Alfred Prufrock, de T.S. Eliot, porque estoy convencido, de alguna manera, que se relaciona con lo que escribí:
(Dirán: “¡Pero mira sus brazos y sus piernas, cuán delgados!”)
¿Me atrevo
A perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
Para decisiones y revisiones que un minuto revoca luego.
@aldan