La sustentabilidad como el nuevo paradigma de la ciudad moderna/ Rompecabezas Urbano  - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Los debates actuales sobre el desarrollo urbano tienen como base la sustentabilidad, la cual se gesta como una forma de entender, crear y consolidar las ciudades, con un objetivo que pareciera otorgarnos las soluciones pertinentes para evitar la expansión de las ciudades y como contraparte de la ciudad capitalista. Así, desde la Nueva Agenda Urbana propuesta por ONU Hábitat, se ha discutido que las formas en cómo hemos ocupado el territorio y consolidado las ciudades han creado una serie de externalidades negativas que conllevan una presión por la ocupación del suelo casi siempre destinado a usos agrícolas, mermando, por tanto, la calidad de vida de los habitantes y alejando a las personas de los servicios y comercio existentes en áreas consolidadas.

Este artículo pretende, como la mayoría de las reflexiones que suelo compartir por este medio, incitar a una discusión acerca de la sustentabilidad como el nuevo paradigma bajo el cual se pretende replantear las formas de producción del espacio citadino, convirtiendo a las ciudades actuales en espacios resilientes, equitativos, incluyentes y en equilibrio con el medio ambiente.

Recordando algunos párrafos de mi artículo “La ciudad densificada, paradoja que atenta contra la distribución social del espacio” (Núñez Villalobos, 2019) donde planteaba que el paradigma de la sustentabilidad se construyó a partir de la discusión y creación del informe Brundtland en 1987, informe que menciona la necesidad de encontrar un equilibrio entre el desarrollo económico, el medio ambiente y los procesos sociales; argumenté que la densificación o la concentración de población como modelo del desarrollo urbano que parte de los postulados de la sustentabilidad no es un proceso inherente a este modelo de ciudad; que la densidad de población y el hacinamiento pueden confundir los procesos de ocupación del territorio sin abatir del todo las desigualdades socioterritoriales, mediante las cuales se gestaron y conformaron las urbes en la forma en que las conocemos.

De igual forma, se puede hablar de sustentabilidad en lo referente al medio ambiente, en el cómo hemos aprendido a interactuar con la naturaleza de acuerdo con el estrato socioeconómico al que pertenecemos. Ejemplo de estas formas de relacionarnos con el medio ambiente pueden ser observadas al interior de las ciudades, sobre todo en el acceso a servicios básicos (agua, electricidad, gas, drenaje) y al manejo de residuos sólidos; así, mientras que para los habitantes que residen en zonas consolidadas y con mayores ingresos, el acceso y disfrute de los servicios básicos es algo cotidiano e inminente, para las personas que habitan en las periferias y que tienen bajos ingresos el disfrute del agua corriente a pie de casa, el drenaje y la electricidad depende de acciones y trabajos personales, es decir, contar con esos servicios es, casi siempre, resultado del esfuerzo propio a través de la construcción de cisternas para guardar el agua que proviene de la compra de pipas, el uso de fosas sépticas y de acercar la electricidad con postes y cableado que las mismas personas de la comunidad proveen.

En ese contexto, la sustentabilidad, su discusión y puesta en marcha como el nuevo paradigma de lo urbano y de la ciudad “a la que deberíamos aspirar”, depende, en gran medida, de abatir las desigualdades estructurales si queremos realmente cumplir con los objetivos que marca la Nueva Agenda Urbana; pero, además, aunado a ello, es necesario transformar la visión que tenemos sobre el medio ambiente, pasar de la visión en la que sólo lo cercano como el parque, los espacios verdes, jardines y arbolado son considerados como la naturaleza, a aquélla en que se considere y observe al medio ambiente como el planeta mismo, con condiciones y características que pueden ser modificadas y transformadas, siempre y cuando no se ponga en riesgo su subsistencia ni la subsistencia de la especie humana. 

En ello radica la importancia de esta reflexión y del análisis sobre cómo hemos estado abordando y leyendo los fenómenos urbanos; si nuestra visión sólo se ha centrado en establecer una relación entre individuos y medio ambiente sin que las condiciones y características innatas del territorio influyan en los procesos de urbanización y de producción de bienes materiales, o bien, si se han analizado los múltiples factores que influyen en las decisiones cotidianas acerca de la relación entre los sujetos y la naturaleza. 

Como ejemplo de lo anterior podría citarse el acceso y disfrute del agua potable a pie de casa. Para las personas de menos ingreso y, sobre todo, para aquellas que residen en asentamientos informales en las periferias de la ciudad, el acceso a este vital líquido está íntimamente ligado a la construcción de una cisterna y de fosas sépticas, así como a un sistema de reciclaje que permita aprovechar cada gota. El abastecimiento del agua se da mediante la compra de pipas que se descargan en las cisternas, cuyo uso principal se destina al aseo personal y al de la ropa, dando un segundo uso a esta agua para la limpieza y descarga de las heces fecales en las fosas sépticas, así como al riego de las calles polvorientas carentes de pavimento. 

Así, mientras que un sector de la población, podríamos decir, tiene prácticas de reciclaje y reúso porque su vida cotidiana y necesidades así lo requieren, hay otro sector de la población al cual se debe concientizar sobre la importancia del reciclaje, del reúso y del cambio en los patrones de consumo. Si bien lo sustentable, el paradigma bajo el cual se pretende establecer un nuevo modelo de ciudad, intenta abatir estas desigualdades teniendo como algunos de sus principales objetivos, la participación ciudadana, la erradicación de las brechas de género y la pobreza, no queda claro bajo qué mecanismos se implementará este modelo de desarrollo urbano cuando nuestras ciudades han estado alejadas de prácticas de ordenamiento y planeación territorial, en las que el medio ambiente y sus características naturales no han sido considerados como los ejes rectores que permitan una verdadera interacción y comunión entre las actividades humanas y la naturaleza, de ahí que el inicio de la implementación de este modelo debe concebirse como un cambio profundo en el cómo observamos y nos apropiamos del medio ambiente.

Relacionarnos de manera diferente con el medio ambiente requiere, por tanto, un cambio en nuestras prácticas de consumo, de lo contrario es necesario cuestionarnos cómo vamos a lograr tener ciudades sostenibles, si nuestras prácticas de consumo son altamente consumidoras y capitalistas; cómo lograremos reducir los niveles de contaminación y el daño al medio ambiente, si nuestro paradigma de desarrollo se centra en el consumo de todos los productos que se generan con recursos naturales; pero además, cuál sería la verdadera utilidad de realizar tratados y documentos encaminados a revertir el daño al medio ambiente si no logramos que en los planes y programas de desarrollo urbano el eje rector que determine las áreas que pueden o no ser urbanizadas proviene del análisis de los componentes del territorio (hidrografía, topografía, geología, clima, etc.)


Es tarea de todos lograr que nuestras ciudades y formas de vida se transformen; no sólo depende de la autoridad y no todo puede ser responsabilidad de las instituciones públicas, en el logro de estos objetivos la participación de los ciudadanos es esencial, se trata de un ejercicio de cómo hacer ciudadanía pero también, de un ejercicio que permitiría la cohesión y el bienestar colectivo y social. La sustentabilidad tiene que ver más con un uso racional de los recursos naturales; de poco o nada sirve bajarnos del automóvil y usar bicicletas como medio de transporte, si no hay cambio en nuestras prácticas de consumo sobre la ropa o los productos electrónicos, por citar algunos ejemplos. 

Lo sustentable también tiene que ver con exigir un cambio en las formas de producción de esos bienes que consumimos, desde los materiales que utilizamos para construir una vivienda, de dónde provienen y qué parte del territorio explotamos para extraerlos, hasta los sistemas que utilizamos para recolectar el agua pluvial, cómo colaboramos para limpiar el agua que consumimos para verterla al drenaje menos contaminada y, quizá, en la forma en cómo se genera la electricidad y el gas que empleamos a diario en nuestros hogares.

De nada sirven los esfuerzos globales y los movimientos sociales a gran escala, si nuestras prácticas de consumo locales y nuestra vida diaria permanecen invariadas a lo largo del tiempo; de nada sirve el consumo de lo orgánico, si a escala global persisten las mismas prácticas de producción que han dañado al medio ambiente, incluso vulnerando derechos humanos (Reynoso, 2020; Hernández, 2020; Lamberti, 2018|). Es sabido que en las prácticas de producción radica uno de los principales daños al medio ambiente, esto es, respecto del cómo se produce y transforma la materia prima para crear productos que todos necesitamos. Ejemplo de ello son los fuertes problemas de abastecimiento de agua que tienen la zona del Bajío en la República Mexicana, zona que es promovida por las autoridades como el polo de desarrollo económico (Navarrete, 2019), con la instalación de un sector industrial pujante que requiere de este vital líquido para todos los procesos de transformación de la materia prima.

Sin la transformación de nuestras prácticas cotidianas, sin la observación, reflexión y cambio de nuestras formas de consumo no llegaremos a tener ciudades sustentables, mucho menos ciudades que puedan ser vividas con menor daño al cuerpo por respirar aire contaminado, ingerir alimentos altamente procesados, o bien, por el uso excesivo de medicamentos que intenten contrarrestar el daño ocasionado por nuestras formas industrializadas de producción.

El desarrollo sustentable promovido desde la Nueva Agenda Urbana, si bien puede darnos una oportunidad de buscar nuevas formas de interrelación entre lo económico, lo social y el medio ambiente, también puede ocasionar que se tenga como un documento sin vida, sólo como un tratado más signado por México sin lograr del todo su implementación; un documento que a pesar de promover enfáticamente la movilidad urbana sustentable, alentar la erradicación de la pobreza y la participación ciudadana, en la vida real sólo genere fuertes presiones al suelo en la ciudad consolidada para la construcción de bloques de departamentos con el fin de tener “La ciudad de los 15 minutos” (Llorete, 2020); (Martínez, 2020), un modelo de ciudad que intente nuevamente “tropicalizar” los modelos europeos citadinos pero que siguen recreando y perpetuando las desigualdades socioterritoriales, donde el acceso a lo sano y sustentable quede en manos, como siempre, de las personas con mayores ingresos. 

 

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Hernández, M. (19 de Mayo de 2020). Poder: grave, que la SCJN no reconozca impactos negativos de la Ley Minera. Obtenido de La Jornada de Oriente: https://bit.ly/3goGRmo

Lamberti, M. (2018). Los conflictos por la minería en territorios indígenas; hacia una compresión sociológica no sociocéntrica. Carta Económica Regional, 31-55.

Llorete, A. (3 de Agosto de 2020). Coronavirus en Francia: qué es la “ciudad de 15 minutos” que está implementando París y cómo podría ayudar a la recuperación económica tras la pandemia. Obtenido de BBC : https://bbc.in/3hp2ch8

Martínez, G. (3 de Junio de 2020). Carlos Moreno: “La ‘ciudad de los 15 minutos’ posibilita crear una nueva dinámica en los barrios”. Obtenido de Innovaspain. : https://bit.ly/2QgAVS7.

Navarrete, F. (25 de Septiembre de 2019). Bajío, la región industrial más dinámica de México. Obtenido de Centro Urbano: https://bit.ly/2CTz4zB 

Núñez Villalobos, M. (06 de junio de 2019). La ciudad densificada, paradoja que atenta contra la distribución social del espacio. Obtenido de La Jornada Aguascalientes: https://bit.ly/2EvsH5I

Reynoso, F. (17 de mayo de 2020). Transición energética sí, pero con enfoque de derechos. Obtenido de Sinembargo: https://bit.ly/3git29e


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