Idea Vilariño. Tres apuntes/ Extravíos  - LJA Aguascalientes
07/04/2025

Inútil decir más.

Nombrar alcanza.

Idea Vilariño

 

1.

Hace unos días se conmemoraron los cien años del nacimiento de Idea Vilariño, (Montevideo, 18 de agosto 1920 – 28 de abril 2009), una de las escritoras más atípicas y relevantes de la poesía en lengua española del siglo XX. 

Atípica porque, a diferencia de no pocos poetas a quienes tentó la superstición de la representación genésica, política, excéntrica o incluso de una pretendida marginación ególatra, en Vilariño no encontramos ese anhelo bastardo de la modernidad ni esas imposturas y sí, en cambio, alcanzamos a escuchar con toda nitidez su propia voz, una voz matizada y, aun así, intensa.

Relevante porque hay en su obra un magisterio continúo en relación a una forma de estar en el mundo desde el lenguaje y, a su vez, a un forma de habitar ese lenguaje desde una escritura ajena al virtuosismo y el patetismo, pero con una intensidad que se va haciendo presente, sin paradoja alguna, por el casi estoico develamiento de una conciencia tensada por, –¿podemos aún decirlo así?–, la dialéctica de la muerte y la vida, la soledad y el amor, el silencio y la palabra.

De acuerdo con la edición de su poesía completa publicada por Lumen en 2016, los primeros poemas de Vilariño datan de 1937, cuando tenía diecisiete años, y los últimos son de 1990. Son poco más de cinco décadas de una escritura que, sin embargo, más que por la abundancia, se distinguió por ser más bien escueta, por entregarse casi a cuentagotas. 


Y si bien su obra nunca se predispuso a la profusión, es porque optó por una exploración pausada, espaciada y honda, tanto de aquello que le era imperativo nombrar como del modo en que habría de ser nombrado: tanto la brevedad de sus poemas como la nitidez de su lenguaje parecen, en efecto, ser la emanación necesaria de los hallazgos de esa exploración. 

De ahí, creo, que entre sus poemas no se encuentran dilatados cantos líricos, exuberantes arquitecturas, o equívocos experimentos verbales, sino más bien, una contenida y luminosa precisión que va dejando constancia de una depuración del lenguaje que parece alcanzar su mayor magnificencia conforme se acerca a las fronteras del silencio, o dicho de otro modo, que parece llevar al lenguaje, apremiado por una aguda conciencia de sus alcances y limitaciones, hasta las fronteras de la mudez lúcida, de una mudez colmada de la sabiduría del desprendimiento.

En un poema de 1964, titulado con toda propiedad Epitafio, escribió: “No abusar de las palabras / no prestarles / demasiada atención. / Fue simplemente que / la cosa se acabó / ¿Yo me acabé? / Una fuerza / una pasión honesta y unas ganas / unas vulgares ganas / de seguir. / Fue simplemente eso”.

 

2.

El mundo de Vilariño, o mejor dicho, el mundo que hay en su obra gira, desde sus inicios y hasta el final, en torno a la experiencia, diríamos obsesiva, de la soledad, la muerte y el amor vencido. Hablo de experiencia, pero también podría decirse de la presencia, toda vez que Vilariño escribe nombrando y evocando la presencia (o su dolorosa ausencia) de las figuras, los espectros o las sombras que surgen de dichas experiencias, que las hacen posible y se nutren de ellas una y otra vez.

Estas presencias, además, conviven en un continuo en el que, por momentos, parecen fundirse de manera ineludible, a la vez que la escritura va despojándose poco a poco de lo no esencial hasta encontrar su probable exactitud. Un ejemplo lo podemos apreciar en estos tres momentos que abarcan casi cincuenta años, en que la soledad y la muerte no solo nunca están distantes entre sí, sino que parecen revelarse una en la otra. En un poema temprano, de 1937, Vilariño escribe “Sola, / sola y triste, lejos de todas las almas, / de todo lo tierno, de todo lo suave. / Silencio, tristeza, la muerte más cerca / en el marco triste y sin luz de la tarde”.; más tarde, en 1954 escribe: “Como una sopa amarga / como una dura cucharada atroz / empujada hasta el fondo de la boca / hasta golpear la blanda garganta dolorida / y abrir su horrible náusea / su dolorosa insoportable náusea / de soledad / que es soledad / que es forma de morir / que es muerte”.; y, aún más tardíamente, en 1986 escribe: “Noche de soledad / de oscuridad / de noche. / Nada de más / de menos / Solo lo justo/ eso / lo perfecto / la noche”.

La experiencia amorosa en Vilariño está también atravesada por una desolación que le imprime al deseo y el placer, a la cercanía y alejamiento del amado, una tesitura marcada por la desesperación propia del amor loco, por la inevitable tristeza de reconocer lo que es imposible, por la añoranza por las feroces noches entre las sábanas que no han de volver, por las tardes de espera inútil y, en fin, por haber amado tanto y por haber sido amada tanto por el hombre equivocado.

En uno de los muchos poemas que dedicó a Juan Carlos Onneti, –“el hombre del que nunca debí enamorarme”– escribe: “…te estoy llamando / con la voz / con el cuerpo / con la vida / con todo lo que tengo / y que no tengo / con desesperación / con sed / con llanto / como si fueras aire / y yo me ahogara / como si fueras luz / y me muriera. / Desde una noche ciega / desde olvido / desde horas cerradas / en lo solo / sin lágrimas ni amor / te estoy llamando / como a la muerte / amor / como a la muerte”.

La poesía de Vilariño, entonces, confía la intensidad de su experiencia a la intimidad concentrada y dolorosamente ardiente del lenguaje. 

 

3.

Pero aún en este mundo tan señalado por la soledad, la muerte y el desamor hay, con todo, un resquicio por donde se asoman, tímidas, como arrinconadas, pero muy presentes “las ganas de seguir”, de continuar “apegado a la vida”: su soledad es compartida, es la de todos nosotros; su trato con la muerte resulta vivificante; y su desventurado amor es siempre anhelante y radiante. Con esas indicios se puede seguir, como escribió en uno de sus últimos poemas, “Hablando / respirando / soportando / tomándose el trabajo”.


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