Todos pertenecemos a una generación que fue incapaz de realizar los cambios necesarios para tener un mundo mejor, todos, no importa cuál sea nuestra edad, tarde o temprano aparecerá una generación que nos coloque en ese lugar, porque en este ciclo, alguna vez desde nuestra generación culpamos a las anteriores de no haber asumido la responsabilidad que les correspondía, no importa cuál sea el tema del que se esté hablando, cultura, medio ambiente, educación, justicia, economía, política… Siempre aparece un joven que descubre el caos que va a enfrentar como adulto y encuentra a los culpables, y todos en algún momento alcanzamos esa edad en que buscamos a los responsables.
Cada generación encuentra los motivos para culpar a las anteriores, en espera del momento en que llegue la siguiente para mostrarle los errores cometidos; cada una de ellas busca los argumentos necesarios para justificar su desempeño social, por qué hizo lo que hizo o por qué dejó de hacer cuando tuvo la oportunidad, cuando estuvo en el poder, pero no serán escuchadas estas ideas porque nos fascina la idea de crear desde cero, la de destruir el mundo para crear desde las cenizas, algo completamente nuevo.
No importa que sepamos que nada se crea de la nada, en el fondo, actuamos así porque en esa imposibilidad podemos hallar el pretexto perfecto para que la generación que nos siga declare que fracasamos, reparta culpas y se tome el tiempo necesario para realizar su propio diagnóstico del pésimo estado de las cosas.
Aseguro que nada se crea de la nada por el esquema con que un maestro me explicó las tragedias griegas, según este dramaturgo era un esquema muy sencillo: orden-caos-nuevo orden, así resumía los actos de las obras, el trayecto del héroe, el surgimiento de una nación o los resultados de una guerra; yo eso sé, eso intento realizar, de ahí que ante los reclamos de lo que mi generación no logró prefiera guardar silencio.
El silencio, ese bien tan preciado por quienes prefieren no discutir, ese silencio al que aluden espetando ese proverbio hindú que señala: “si no vas a decir algo más hermoso que el silencio, no lo digas”, el problema es que en esta discusión generacional sobre las responsabilidades, múltiples grupos se han apropiado de la definición de lo que es o no hermoso, entonces cuando te señalan que es preferible callar te indican que hablas desde el privilegio, el cual depende del tema sobre el que quieras discutir: orientación sexual, color de piel, nivel socioeconómico, sexo… incluso aquello que el otro piensa que piensas, sea o no verdad, se pueda o no comprobar.
El escenario de nuestra discusión pública, incluso de la íntima, está permeado por la incapacidad de dialogar, nos escudamos en recurrir a las desigualdades históricas para no revisarlas, porque antes, resulta indispensable revisar los privilegios desde los que se piensa. El problema es que esos privilegios no se resuelven con el simple hecho de pensarlos, dependiendo del grupo que te los señale, se tienen que resolver de acuerdo a las reglas difusas que se establecen externamente, esas que nadie puede resolver sin ayuda.
En el poder ya está una generación a la que no pertenezco, ya he recibido como colectivo y en lo personal el señalamiento de todo lo que he dejado de hacer, todo lo que no hice para cambiar, por supuesto, ya fui remitido a revisar mis privilegios y tengo una enorme lista de las cosas de las que no puedo hablar y otra igual de larga de las que no puedo ver, leer, disfrutar.
Una generación de creadores mexicanos excepcional, los Contemporáneos, fueron descritos por Jorge Cuesta como un archipiélago de soledades, más que como una generación, el ensayista en una carta a Luis Cardoza y Aragón se describió así: “Reunimos nuestras soledades, nuestros exilios… se nos siente extraños, se nos ‘desarraiga’, para usar la palabra con la que quiere expresarse lo poco hospitalario que es para nuestra aventura literaria el país donde ocurre. Nuestra proximidad es el resultado de nuestros individuales distanciamientos…”.
Sí, somos un país de archipiélagos generacionales, el mar que une a ese conjunto es cada vez menos profundo.
Coda. Dos ideas de Charles Bukowski:
Todo tu pensamiento no debe hacer hincapié en cómo destruir un gobierno, sino en cómo crear otro mejor.
En todo movimiento hay oportunistas, tipos que se mueren por echarle mano al poder, lobos disfrazados de Revolucionarios.
@aldan