Víctor Hugo Salazar Ortiz
Movimiento Ambiental de Aguascalientes A.C.
Jocelyn Ibarra Jauregui
Estudiante de la carrera de Filosofía en la UAA
El Covid-19 dio al inicio de su propagación un leve respiro al planeta, pues el quédate en casa mundial propició que los niveles de contaminación bajaran, con lo que se le dió un leve respiro a la Madre Tierra; pero, la crisis sanitaria nos recordó nuestra dependencia a los materiales desechables, ya que ésta fue aumentado con el paso de los días debido a que no se podía comer en los locales tradicionales de venta de alimentos, así que comenzaron a ofrecer llevar los pedidos a los domicilios para reactivar la economía de este giro de negocios, lo que trajo de regreso el uso desmedido de contenedores desechables (plástico y unicel básicamente).
Algo más que se ha implementado en diversos lugares como bancos, oficinas de gobierno, atención a clientes de servicios básicos, super mercados, etc., son las ‘mamparas’, estas láminas de plástico que fungen como protectores entre la persona que brinda un servicio y quien lo solicita. Su tiempo útil es de 10 años aproximadamente, pero apostamos a que en el momento que la pandemia comience a controlarse y, eventualmente desaparezca, estos protectores serán desechados, ya que solo fueron creados como instrumento de prevención sanitaria provisional para no cerrar los comercios (esperamos estar equivocados y verlos como un artículo esencial y obligatorio permanente en todos los establecimientos de atención a clientes).
Como ya se señaló, el confinamiento fue de gran ayuda para que el medio ambiente natural se limpiara un poco, pues los niveles de contaminación en todas sus facetas disminuyeron y parecía ser que las cosas iban a mejorar, pero fue cuestión de semanas para que nuevas formas de contaminar se produjeran, pues con el avance de la enfermedad se incrementaron los residuos peligrosos biológico-infecciosos (RPBI), catalogados así por su alto riesgo de contagio debido a que pueden contener microorganismos capaces de producir efectos nocivos para la salud humana, y animal, así como en el medio ambiente. La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) señala que aquellos generadores y prestadores de servicios que intervienen con los RPBI, deben dar un seguimiento adecuado a estos con el fin de proteger la salud del ser humano y de animales que pueden ser contagiados y se genere una zoonosis. Este tipo de RPBI deben pasar por las siguientes fases de manejo: Identificación de los residuos, envasado de los RPBI, almacenamiento temporal, recolección y transporte externo, tratamiento y disposición final. Este es el procedimiento que debe seguirse en cualquier establecimiento en el que se haga uso de estos materiales (hospitales, consultorios médicos, negocios de podología, de tatuajes, etc.). Existen empresas especializadas a las que se les paga para que se hagan responsables de los RPBI, pero éstos, debido a la pandemia, han pasado a formar parte de la basura cotidiana y no se está teniendo un adecuado manejo final de ellos, es decir, no hay un control de su descarte, debido a ello los encontramos tirados en las calles y en los contenedores, lo que supone un riesgo para la población, por muy alarmista o ingenuo que esto pueda parecer.
Este tipo de residuos no pueden ser reutilizados, son artículos de uso limitado, a menos que el cubre boca sea de tela y se lave después de usarlo. La manera más recomendable de deshacernos de los RPBI que se están usando, es depositándolos en bolsas de plástico con lo cual puede evitarse la fuga de microorganismos dañinos.
La pandemia trajo consigo mucho tiempo libre, mismo que pudo servir para generar consciencia de nuestros actos, cuestionarnos sobre nuestros hábitos de consumo desmedido y lo que éstos conllevan. Pero tal parece que esa consciencia colectiva y social deseada no llegó, pues vemos a muchas personas despreocupadas por cuidar su propia salud, siguen pensando que la pandemia es una farsa lo que ha desencadenado el alza de contagios; por otra parte, vemos que la generación de basura sigue en aumento y el consumismo irracional, frenado durante el periodo de contingencia sanitaria, parece estar regresando con fuerza.
El Covid-19 es un virus invisible a simple vista, altamente contagioso y para algunas personas que lo contraigan, letal; paradójicamente, generó un bien para la salud del planeta al momento de aparecer y en el pico de su contagio. Este virus podrá controlarse y erradicarse con una vacuna. Ojalá también se desarrollara una vacuna contra la estupidez, que nos haga conscientes de forma inmediata del virus que somos los seres humanos para el planeta, producto de la forma tan desmesurada, descontrolada e irracional con la que consumimos y nos estamos acabando los bienes naturales. El 22 de agosto llegamos al punto límite de capacidad de lo que este año podíamos tomar del planeta, lo que se tome a partir del 23 de agosto y hasta final del 2020 es conocido como ‘sobrecapacidad’, es decir, lo que lleva a la Tierra generar en un año, nosotros lo agotamos en 7 meses 22 días. El año pasado este día se alcanzó a finales de julio, pero debido a la pandemia se le dio un ligero suspiro al planeta de casi un mes.
El Covid-19 podría verse como el virus que generó la “peste actual”, pero el virus real, la “peste” para el planeta, somos los seres humanos y ésta la generamos cotidianamente con nuestras acciones inconscientes por el modo desmesurado en que consumimos y descartamos las cosas que compramos, así como con el desperdicio de los servicios que usamos (luz, agua, combustibles). Para este mal no hay vacuna, sólo consciencia ambiental y sensatez ecológica.