De amores y desamores/ De lengua y sesos con todo  - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Uno de los mayores bienes que puede hacer un médico es pronunciar una palabra cariñosa. No existe ninguna otra profesión en el que a uno le ofrezcan de ese modo el corazón del hombre.

Maxence van der Meersch en: Cuerpos y Almas.

 

Cuando te enamoras sólo puedes llenar de flores la descripción de quien posee tu amor. Las palabras al hablar de ella o él son miel perfumada en jazmín y lavanda.

Después, conforme pasa el tiempo empiezas a descubrir los defectos que tiene tu ser amado. Como en todo duelo, inicias con la negación. Te ciegas ante lo evidente por más que otros te lo señalen. Es más, que tengan cuidado en seguir blasfemando que pueden ser víctimas de tu mayor ferocidad.

Pasa el tiempo y, tras haber negociado sobre la pureza y perfección de ese ser de luz que te ha cautivado, llegas a la aceptación. Como todo en la vida, nada es perfecto, ni mucho menos miel sobre hojuelas; la lavanda empieza a dejar de ser agradable y darle sabor a jabón. En fin, despiertas.

Lo mismo pasa con la medicina y, me imagino, con cualquier otra profesión a la que se llega por vocación. Al principio todo es maravilloso, heroico, fascinante. Tus profesores son la encarnación misma de un dios del Olimpo. Va pasando el tiempo y te das cuenta de que bajo esas batas hay seres humanos, siendo susceptibles a cometer errores, tanto profesionales como personales.

Para muchos el impacto es durísimo, hay quien sufre duelos patológicos que les duran toda la vida. Pero la cosa es así, los médicos somos seres humanos, imperfectos, podemos cometer errores y sin duda alguna caeremos en ellos. Más que imperfectos prefiero decir perfectibles, aun parezco enamorado y creo, es posible mejorar.

No por nada hay una máxima en medicina: “al único que no se le complica un paciente; que no comete un error; que no se le va un diagnóstico, etc. es aquel que no ve pacientes”. Sin duda alguna lo mismo pasa en la arquitectura, la ingeniería o la contabilidad.


Amo profundamente mi profesión, la considero una de las más nobles que puedan existir y no me veo haciendo nada que no sea esto –aunque muchas veces quisiera ser fotógrafo para una revista de viajes, poner una tasca bohemia o tener mi pequeño viñedo–. Pero debo reconocer que no todo es maravilloso y ni es tan heroico como yo quisiera.

Creo que vale la pena hacer este ejercicio de vez en cuando para poder perfeccionar nuestra práctica diaria, y así ofrecer lo mejor a nuestros pacientes; al final, es a ellos a quienes nos debemos. Cuando recibo a un enfermo en mi consultorio por primera vez, suelo repetirme que él es el motivo por el que decidí dedicarme a esto hace años, aun sin conocerlo.

He hablado en varias ocasiones de que el tema del Juramento Hipocrático se utiliza ad nauseam para justificar los abusos que la autoridad ejerce sobre quienes trabajan en instituciones públicas, o para valorar los honorarios que los médicos ponemos en la práctica privada. A veces los argumentos dan coraje, aunque la mayoría de las ocasiones dan risa.

Si hiciéramos caso de ellos, los médicos no podemos comer, dormir o tener una vida familiar. Es más, no debemos enfermarnos ni morir. ¿Quién en su sano juicio quisiera una vida así? ¿Quién ejercería la medicina? ¿En qué facultad enseñan a vivir de puro aire? Aquí uno de los negritos en el arroz: No, lo que hagas no siempre será bien valorado por la sociedad. Mas tampoco ser galeno te vuelve superior a los demás, cabe aclarar.

Debemos reconocer que, entre los médicos, como entre los abogados, los ingenieros y no se diga los políticos, existen quienes cometen abusos. Hay también los que no realizan su trabajo adecuadamente. Pueden existir miles de motivos, pero ninguno justificará jamás tratar mal a un paciente. 

Vivimos tiempos convulsos en donde, desde la palestra, se ataca al gremio médico para justificar la incapacidad del gobernante. Es justo señalar que desde hace años el sistema de salud mexicano deja mucho que desear en cuanto a insumos, infraestructura, contratación de personal y las condiciones de trabajo. Pero en este sexenio se acabó de dar la estocada final.

He señalado en muchas ocasiones que la calidad en la atención se confunde con la cantidad de pacientes que se atienden. Nada más lejano de la realidad. A mayor número de pacientes, menor será el tiempo que les dedique el médico, y ello se verá reflejado en las decisiones que tome y en la comprensión que el enfermo tenga de su padecimiento. Por el contrario, la calidad en la atención es inversamente proporcional al número de pacientes que debe atender un galeno en la consulta.

Si bien me gusta que mis pacientes investiguen sobre su enfermedad, no puedo cargar la responsabilidad de hacerlo en ellos. El enfermo acude a mi consulta en busca de un diagnóstico y un tratamiento; pero mencionar una enfermedad, y extender una receta, dista mucho de la labor de un médico.

Quizás este sea uno de los puntos más complejos en la relación que sostengo con mi profesión. Existe una delgadísima línea que divide la responsabilidad del médico y la del paciente. Eso hace que, si se revisa todo lo que escribo al respecto, ya sea en mi blog o en mi cuenta de Twitter, pareciera que juego en ambas bandas.

En ocasiones me entristece ver llegar a mi consultorio pacientes que llevan años con una enfermedad crónica, e.g. diabetes, sin saber en qué consiste su enfermedad, por qué se le da determinado tratamiento, etc.

Si bien el paciente pudo haber investigado, en muchas ocasiones discernir entre toda la información que existe en Dr. Google es imposible. Si fuese sencillo los médicos no tendríamos razón de ser. Así pues, considero deseable el que un médico dedique tiempo a explicar a un paciente su enfermedad.

Estoy convencido de que quien lo hace tiene un mayor índice de éxito en el apego a los tratamientos y, por ende, en el control de las enfermedades. En especial cuando se trata de una crónica que requerirá a un paciente sumamente comprometido consigo mismo. A la larga se simplificará el trabajo del médico.

Pero también es cierto que es increíble ver llegar individuos, en completo uso de sus funciones mentales superiores, y con el más alto nivel de estudio, que ignoran qué medicamentos están tomando. Siempre serán: las pastillas blancas o las azules –no todas las pastillas azules son las mágicas–; las grandes o las chicas; el frasquito con tapa azul, rojo o blanco.

En fin. El equilibrio es complicado. Uno esperaría que los médicos dediquen tiempo a que sus pacientes comprendan su padecimiento. A su vez es deseable que del otro lado también exista el compromiso en su salud.

Jamás olvidaré una de las primeras lecciones que recibí de medicina, una de las que me atrajo a esta carrera, me la dio mi padre: “El médico no sólo debe curar, debe prevenir, investigar y educar”. Es algo que no ha entendido ningún gobierno. Prevenir sale más barato y para ello es necesario educar, no sólo a los médicos, sino también a la población. En particular el médico deberá hacerlo con sus pacientes.

Así pues, mi amor por la medicina no ha muerto. Pero el enamoramiento ciego se ha ido. Hoy es una relación más madura, donde disfruto los tragos dulces y aprendo de los amargos. Poco a poco se van desvelando las vicisitudes de mi profesión. Siempre me llenará de anécdotas que me ayudan a crecer, unas dolorosas, otras gratificantes. De vez en cuando les contaré alguna entre las líneas de mi columna.

@boylucas | www.robertosancheztorre.net


Show Full Content
Previous Infraestructura mediática y el regreso a clases/ De imágenes y textos 
Next Pobreza y violencia obligan a hondureñas a migrar
Close

NEXT STORY

Close

Rinde protesta el Consejo Municipal para el Desarrollo Rural Sustentable

01/04/2022
Close