Santa Sofía/ Taktika  - LJA Aguascalientes
09/04/2025

Estambul, Turquía. 24 de julio de 2020. La muchedumbre agita un mar de banderas con la media luna y una estrella sobre un fondo escarlata al paso del presidente Recep Tayyip Erdogan, quien presidirá la oración del viernes, lo cual significa que el museo de Santa Sofía se habrá de convertir, por primera vez desde 1934, en una mezquita.

Unos minutos más tarde, luego de recitar los versos del libro sagrado del islam, el Corán, el ministro de Asuntos Religiosos, Ali Erbas, agradeció al sultán Mehmed II, quien capturó Constantinopla, en 1453. Luego, Erbas blande una espada y anuncia que la conversión de Santa Sofía a una mezquita presagia “la liberación” de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Entonces, los adláteres de Erdogan entonan frenéticamente el grito de Allahu Akbar (“Dios es grande”, en árabe)

Las escenas arriba descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar la importancia arquitectónica, histórica y religiosa de Santa Sofía y cuáles han sido las reacciones internacionales a su conversión en una mezquita.

El escribano -merced a la recomendación de su progenitor, Héctor Alfredo de Velasco Dávila- leyó en su adolescencia El ángel sombrío, novela histórica escrita por el finlandés Mika Waltari, la cual versa sobre el crepúsculo de Bizancio, una civilización heredera directa del Imperio Romano y, a la vez, la primera nación cristiana.

A partir de ahí, el redactor se adentró en la historia de Bizancio y de su capital, Constantinopla, urbe instaurada el 11 de mayo del año 330 de nuestra era. El fundador de la ciudad, el emperador Constantino, seleccionó el lugar porque es la encrucijada de Asia y Europa. Esto hacía de Constantinopla, el nodo logístico de una compleja red de caminos de caravanas, carreteras pavimentadas y rutas marítimas.

En el año 531 hubo un incendio que dañó a la ciudad. Por lo tanto, el emperador Justiniano, un mofletudo mozalbete de cabellos rizados, decidió construir una basílica dedicada a la Divina Sabiduría. Para tal efecto, los arquitectos Antemio de Trales e Isidoro de Mileto fueron designados para supervisar el diseño y la construcción del edificio.

Justiniano no escatimó recursos: “Se emplearon ladrillos provenientes de la isla de Rodas; piedras verdes del Hemos balcánico; oro azafranado de Libia; púrpura de Tiro…La iglesia entera celebraba la obra de Dios en su más rutilante gloria: el interior se había decorado con las columnas del templo de Artemisa, en Éfeso, y algunas de las puertas procedían del templo de Zeus, en Pérgamo”1

En el año 537 concluyó la construcción y Justiniano exclamó: “Gloria a Dios, que me ha considerado digno de terminar esta obra. Salomón, ¡te he vencido!”. A partir de entonces tres edificios dominaban el horizonte de la capital imperial: el Hipódromo, el Palacio Imperial y Santa Sofía. Por último, el emperador ofreció un opíparo festín: 6 mil corderos, mil bueyes y cerdos y 500 venados fueron sacrificados para llenar los vientres de la aristocracia y de la plebe. 

Constantinopla tenía rivales que pretendían conquistarla y saquearla: árabes, búlgaros, francos, persas y vikingos. Éstos últimos conocían a la metrópoli como Miklagard: la Gran Ciudad. Sin embargo, había otro pueblo en cuya memoria colectiva quedaría cincelada para siempre la grandeza y la gloria de Santa Sofía: los rusos.


En 986, el príncipe de Kiev, Vladimiro, recibió a representantes de diversas religiones, los jázaros de religión judía y los búlgaros del Volga, practicantes del islam, quienes deseaban convertir al pueblo ruso. Sin embargo, no pudieron convencer al monarca. Entonces, Vladimiro envió misiones a la Iglesia católica en Alemania y a la Iglesia ortodoxa en Constantinopla.

El rito católico romano no convenció a los rusos. Sin embargo, cuando los emisarios de Vladimiro llegaron a Constantinopla y asistieron a la ceremonia en Santa Sofía su reacción fue diferente: “No sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra, pues en verdad no hay esplendor ni belleza tales en ninguna parte del mundo. No os lo podemos describir”2.

Gracias al rito bizantino y la magnificencia de Santa Sofía, los rusos abrazaron la fe cristiana ortodoxa. Un acontecimiento que hoy en día tiene profundas consecuencias geopolíticas y religiosas. 

En 1204 Constantinopla fue saqueada por un ejército cristiano dirigido por un hombre de mirada aguda y lengua afilada: el dogo de Venecia, Enrico Dandolo. En cuanto a Santa Sofía, la basílica fue profanada, en su interior se cometieron asesinatos, orgías y violaciones. A partir de entonces comenzó el ocaso de Bizancio. 

En mayo de 1453 un ejército turco, liderado por el sultán Mehmed II, sitiaba Constantinopla. En la noche del día 29 se celebró una solemne misa en la basílica de Santa Sofía. En la madrugada del día siguiente, los turcos penetraron las murallas de la ciudad. Mehmed II llegó al umbral de Santa Sofía y musitó las palabras de un rapsoda persa: “La araña teje las cortinas en el palacio de los Césares, la lechuza da las horas en las torres de Afrasiab”.

Desde 1453 hasta 1931, Santa Sofía funcionó como una mezquita. En 1934, el fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, decretó que Santa Sofía se convertiría en un museo. Luego, en 1985, la Unesco declaró a la basílica como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

¿Cuáles fueron las reacciones internacionales al cambio de uso de Santa Sofía? El papa Francisco dijo: “Mis pensamientos me llevan a Estambul. Pienso en Santa Sofía, y estoy muy entristecido”3. Por su parte, el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Cirilo I, afirmó: “Una amenaza a Santa Sofía es una amenaza a toda la civilización cristiana”.

El escribano concluye: primero, por motivos nacionalistas y religiosos, Erdogan decidió convertir nuevamente a Santa Sofía en mezquita. Esto porque necesita el apoyo popular a su gobierno, muy menguado por las guerras en Libia y Siria y la crisis económica provocada por el Covid-19; segundo, Erdogan tuvo la desfachatez de invitar al papa Francisco a la ceremonia que señalaba la conversión de Santa Sofía en mezquita. El Sumo Pontífice, para su reconocimiento eterno, rechazó la invitación; finalmente, al igual que el escritor inglés Patrick Leigh Fermor, el amanuense siente una mezcla de melancolía y rabia al conocer la nueva función de Santa Sofía. 

Aide-Mémoire. – Según Vladimir Putin, la marina de guerra rusa será armada con armas nucleares hipersónicas y drones nucleares subacuáticos. 

 

1.- Hughes, Bettany. Estambul: la ciudad de los tres nombres, Ciudad de México, Editorial Crítica, 2018, p. 228

  1. – Sherrard, Philip. Bizancio, Nederland, Time-Life, 1974, p. 99

3. – The Pope´s words at the Angelus prayer, 12.07.2020 https://bit.ly/2EndLXm


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