A million workers working for nothing
You better give ’em what they really own
We got to put you down
When we come into town
Singing power to the people …
Power to the people – John Lennon
En la contingencia sanitaria que vivimos actualmente, hemos tenido que adaptar prácticas y formas de coexistencia; modos de mantener o tener ingresos económicos; actividades educativas y de recreación; hábitos higiénicos y de convivencia; la dieta y la vestimenta también han debido de transformarse. Obviamente, hay rangos de privilegio que permiten adaptarse mejor a los cambios; así como hay un grueso segmento de la población que simplemente no ha podido entrar en la llamada “nueva normalidad” y se mantiene en la “vieja normalidad”, sea porque su actividad económica no le permite tomar acciones de autocuidado o de cuidado comunitario; o sea porque, aún con posibilidades de hacerlo, no lo hace ya que tiene reticencias por sesgos cognitivos o carencias de empatía y de educación que le impiden dimensionar la fragilidad de los sistemas de atención sanitaria.
En esta realidad, en la que tenemos menos claridad que incertidumbre, debemos desarrollar resiliencia ante la angustia, así como ser selectivos con nuestras fuentes de información, y exigentes con los recursos de datos que se distribuyen desde la autoridad, así como dejar de ser indulgentes con nuestros propios huecos educativos. No se trata de cómo evitar a toda costa el contagio, sino de administrar la línea de tiempo para que la dispersión no rebase la capacidad instalada de los servicios de salud, causando un mayor índice de mortandad en las personas más vulnerables. No se trata de que no nos vamos a contagiar, sino de cuándo nos vamos a contagiar. Sin embargo, el horizonte de certezas es impreciso. Todavía hay debates médicos en torno a las formas de propagación y de mitigación; a los tipos sanguíneos más o menos propensos; al rol difusor que tienen las personas asintomáticas; a los cuadros de comorbilidad; a los tratamientos de prueba; a la consolidación de investigaciones que deriven en una vacuna; al manejo epidemiológico y la duración de las acciones contingentes. En suma, por una excepcionalidad histórica, en este momento no tenemos todas las certezas sobre cómo opera la mecánica de la realidad.
Ante un escenario así, podemos ver la preciosa oportunidad que tenemos para desarrollar nuevos valores comunitarios, de ciudadanización y civilidad, de coexistencia colectiva, de resiliencia social. Si nos estamos distanciando físicamente, todavía podemos (y debemos) acercarnos emocionalmente, empáticamente; podemos aprovechar las posibilidades de la comunicación digital para tejer redes de apoyo, sea de carácter mercantil o comunitario, de organización política y de puente con la autoridad representativa. Por extensión, también lo público se redefine: el habitar plazas y calles tiene ahora otro contexto; por ende, la manifestación popular, la congregación religiosa o de esparcimiento, el cariz gregario de nuestra especie se ve impactado y se reduce a lo doméstico, donde todavía hay mucho qué trabajar para la justicia y la equidad. Todo ello lleva implícita la marca del cambio, de la transformación, por eso es una oportunidad excepcional para que ese cambio sea operado favorablemente a partir de nuevos valores colectivos.
Pero, para ello, debemos sobreponernos a la incertidumbre y a lo implacable del cambio. Eso incluye revisar los valores fomentados en siglos de hegemonía del modelo occidental eurocentrista, sugiere alejarnos del determinismo, e invita a abrazar a la incertidumbre y a la transformación como algo tan natural como cotidiano. Puede ser que ahí radique la diferencia entre la afectación positiva y el impacto negativo en la forma que tenemos para entender la existencia, y –acaso- poder reconstruirla favorablemente, tanto para nuestra especie como para nuestra relación con el mundo.
@_alan_santacruz
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