¿A qué se va a Comala?, a buscar venganza, esa es la encomienda que lleva Juan Preciado cuando busca a Pedro Páramo: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”, le demanda su madre moribunda y él le aprieta sus manos en señal de lo que hará. Frente a la serie continua de humillaciones que la sociedad mexicana ha recibido por parte de sus gobernantes, eso es lo mismo que hemos aprendido a hacer, a demandar una reparación que no tiene nada que ver con la justicia, queremos sangre, el acto violento que sacie nuestro vacío, algo con qué reemplazar en la memoria ese instante en que se descubre el engaño por un recuerdo donde no hayamos sido humillados, ese desagravio no tiene nada que ver con lo justo ni con la búsqueda de la verdad, por eso no importa que se nos mienta con tal de obtener una satisfacción.
Ya fueron establecidas las primeras audiencias para que Emilio Lozoya Austin declare sobre las imputaciones que hay en su contra. En los días siguientes se espera que la ola de lodo alcance a todos los emisarios de los regímenes anteriores, que revele quiénes traicionaron a los pobres recibiendo dinero sucio por su voto para apoyar las reformas del Pacto por México de Enrique Peña Nieto; a cualquier nombre que se filtre se le buscará, de inmediato, la ramificación pertinente para ensuciar a quienes sigan en la vida política, aquellos que desempeñan un cargo o busquen una candidatura. Se está a la expectativa de lo que el acusado diga para usarlo en contra de quienes, en el imaginario de la Cuarta Transformación, traicionaron a la Patria.
A nadie le ha de importar que Emilio Lozoya Austin sea un mentiroso, porque lo primero que dijo este funcionario al ser descubierto es que no había pruebas de que haya recibido dinero; de pronto, acorralado, hastiado, enfermo, decide que tiene una serie de videos que puede emplear para revelar lo contrario, que sí se le entregó dinero y él sólo lo repartió. Lo que ante la ley vale son las declaraciones del exdirector de Pemex ante un juez, no su primera coartada ni lo que sus abogados insinúen, tampoco lo que pueda decir en la primera exclusiva que logre un medio de comunicación. Ante el juez y lo que se pruebe, para que la justicia lo condene.
En México la justicia no nos importa, requerimos la venganza, queremos la pira en la plaza pública, empujamos para el espectáculo de la denigración, aunque de él sólo se obtenga la saciedad momentánea del morbo, ninguna reparación. Aquello que nos haya hecho, tenemos la obligación de cobrárselo caro, sólo eso, y los juicios mediáticos son la plaza perfecta para el veredicto sin sentencia.
Esta historia ya la hemos vivido, el reflejo más reciente es el de Elba Esther Gordillo. El círculo rojo podrá recordar los pormenores, que la maestra logró salir de la cárcel por las razones equivocadas, que el sindicato de la que era cacique le perdonó la vida señalando que el dinero del erario que gastó vanidosamente ya no era público pues lo sacó de las arcas de la representación sindical; ¿justicia?, ¿reparación del daño?, ¿indemnización a las víctimas?, nada de eso, poco después de ser liberada, la maestra se mostró vigorosa y dispuesta a la lucha, decidida a enfrentar con todo el poder de su base social a quienes la habían metido a la cárcel; nada parecido a la imagen de la anciana enferma a la que se mantenía en un hospital.
El juicio a Emilio Lozoya importa por la prueba a la que somete a nuestro sistema de justicia, porque, de nueva cuenta está al alcance de la mano aclarar los actos de corrupción, buscar justicia, con todos sus elementos, no la simple venganza.
Coda. Me gustaría que el cierre, el destino del juicio a Emilio Lozoya fuera cualquiera de estos dos versículos de “Fragmentos de un evangelio apócrifo”, de Jorge Luis Borges: “No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.” o “Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.”, pero somos como Juan Preciado, en busca de la satisfacción momentánea, preferimos de fondo escuchar cantar a Víctor Iturbe: “Y qué más da, la vida es una mentira/miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.
@aldan